25 de septiembre de 2018

La Familia Es Lo Primero

[A continuación, les comparto el mensaje que tuve la oportunidad de predicar hace algunas semanas]

Me encuentro actualmente releyendo y tomando apuntes del excelente libro The Story of Christianity ("La Historia del Cristianismo") volumen 1, escrito por Justo Gonzalez. Uno de los pasajes que subrayé la primera vez y que apunté en esta segunda vez es el que quiero compartir con ustedes para introducir la reflexión. Hablando de la vida de la iglesia en el segundo siglo, el autor señala:


"Otra consecuencia del crecimiento de las congregaciones fue que pronto se volvió imposible para todos los cristianos de una ciudad el reunirse para adorar. A pesar de eso, la unidad del cuerpo de Cristo era tan importante que pareció que algo se perdía cuando en una ciudad existían varias congregaciones. Para preservar y simbolizar el lazo de la unidad, en algunos lugares surgió la costumbre de enviar un trozo de pan del servicio de comunión celebrado en la iglesia del obispo -el 'fragmentum'- para ser añadido al pan que se usaría en otras iglesias de la misma ciudad. También, para preservar y simbolizar la unidad de los cristianos de todo el mundo, cada iglesia tenía una lista de obispos de otras iglesias, cercanas y lejanas, por las cuales se oraba durante la comunión."

Al leer esto, me llamó profundamente la atención el hecho de que la iglesia de este tiempo se tomara tan en serio el tema de la unidad, suficiente como para darse la molestia de agregar todo un proceso adicional a la Santa Cena, sólo para que dos congregaciones pudieran compartir el mismo pan. Lo mismo en el caso de tomarse el trabajo de orar por todas las iglesias hermanas: estamos hablando de una comunidad cristiana que realmente se sentía una sola, a pesar de la distancia geográfica.

Creo que una segunda razón de por qué esta parte me llamó tanto la atención es que no pude evitar hacer la comparación con nuestra realidad cristiana actual, donde es mucha maravilla que un hermano Presbiteriano salude a uno Pentecostal. ¿Qué pasó con ese sentimiento de unidad? ¿En qué parte del camino lo perdimos?

La respuesta en realidad es importante, porque la unidad no es una idea bonita que se le ocurrió a estos cristianos antiguos. Este énfasis lo podemos seguir hasta mucho antes, con la primera generación de cristianos.


La unidad, vista por Pablo


El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, señala:

"Yo, que estoy preso por causa del Señor, les ruego que vivan como es digno del llamamiento que han recibido, y que sean humildes y mansos, y tolerantes y pacientes unos con otros, en amor. Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos" (Efesios 4:1-6)

La unidad, nos explica Pablo, es más que una buena iniciativa de la iglesia; es parte inseparable de la vida cristiana. Creer en Cristo, de hecho, es un llamado automático a tener comunión con otras personas, aunque seamos diferentes a ellas, porque todos tenemos un único Dios y Padre, un único Señor, el mismo Espíritu y la misma esperanza. Pero esto no es todo. Por lo que se puede deducir de este pasaje, también vemos que esta identidad de grupo no aparece milagrosamente como un don celestial: hay que procurar -en otras palabras, esforzarse o buscar- mantenerla, algo que a su vez requiere humildad, mansedumbre, tolerancia, paciencia y amor. Quizás esto es lo que hemos ido perdiendo desde los primeros siglos hasta ahora.


La unidad, vista por Jesús


Más aún, podemos seguir este énfasis de regreso a su fuente, Dios mismo. Luego de Su última cena pascual, encontramos a Jesús orando por Sus discípulos, y por quienes creerían en el testimonio de ellos:

"Padre santo, a los que me has dado [los apóstoles], cuídalos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros. [...] Pero no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado." (Juan 17:11, 20-23)

Estas palabras del Señor nos presentan la idea de la unidad en términos más potentes todavía. El punto no es que nos ponemos de acuerdo y tratamos de convivir en paz simplemente porque creemos en el mismo Dios. El punto es que el hecho de creer, así como genera una unión sobrenatural entre cada creyente y Jesús, al mismo tiempo genera una unión similar entre cada creyente y los demás por medio de Él. Jesús es quién nos une a todos, nuestro "punto en común", y es por eso que Él ora para que esa unión sea reflejada en una forma práctica: "que también ellos sean uno en nosotros [Él y el Padre]". Al tener fe en Jesús, no sólo nos convertimos individualmente en templos del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16); también, por la acción del mismo Espíritu, pasamos a formar parte del cuerpo de Cristo, que reúne a todos los creyentes (1 Corintios 12:12-13, 27).


El problema


Estos son sólo algunos de los pasajes bíblicos que describen la iglesia, pero ya nos podemos dar una idea del plan original de Dios para ella: ser una organización viva, formada por muchos miembros que son distintos, pero que están unidos por el mismo propósito y comparten la misma identidad.

Es muy lamentable, por eso, ver nuestra situación actual y darnos cuenta de cuánto nos hemos alejado en la práctica de ese plan original. Quizás no es tan exagerado decir que se notan más las divisiones de la Iglesia que su unidad. Sí, es cierto que el Nuevo Testamento permite que tomemos una cierta distancia con las personas que no creen, y con aquellas que vienen con ideas radicalmente diferentes acerca de Dios y de la salvación que las enseñadas por el Señor y los apóstoles. Se nos advierte sobre los falsos profetas, los falsos maestros y las herejías en una forma clara, y que debemos alejarnos de ellos.

Sin embargo, hoy en día hemos perdido tanto el rumbo que cualquier diferencia que nuestro hermano tenga con nosotros se ha vuelto una razón para separarnos de él. Puede ser que realmente honre al Señor en su corazón y trate de vivir para Él cada día, pero si interpreta Apocalipsis distinto a nosotros, o su postura política es diferente a la nuestra, o adora con música más tradicional que la nuestra, eso es causal de rompimiento en la relación. Obviamente, nuestra teología y nuestro enfoque siempre son los correctos, así que lo más sano es ponerles una etiqueta que los diferencie de nosotros ("fríos" o "emocionales", "legalistas" o "mundanos") y alejarnos de ellos para mantenernos "puros".

Pero al hacer esto, al desviarnos del plan original de Dios, perdemos mucho. Son varios los problemas y las debilidades que la iglesia sufre por culpa de su falta de unidad, pero esta ocasión, quisiera identificar uno de los más importantes, que afecta directamente el éxito de la Gran Comisión.


Un argumento regalado a los incrédulos


Una canción cristiana expresa muy bien este problema. Su letra dice:

"Antes les llamaban nazarenos, después cristianos Hoy no saben ya cómo llamar a cada grupo, hay tantos.... Antes al mirarles se decían: ¡Ved cómo se aman!, hoy al contemplarles se repiten: ¡Ved cómo se separan!. ¿Quién sabrá quien de ellos tiene la verdad?

Cómo ha conseguido el enemigo robarnos el terreno, hemos comenzado a hacer murallas olvidando lo primero. Que no hay cristianismo verdadero detrás de una careta, si no reflejamos a Jesús, perdemos nuestra meta.

Antes tenían todo en común y oraban en la noche. Hoy compiten por saber quién tiene mejor casa y mejor coche. Antes morían abrazados en la arena del circo romano, hoy discuten si al orar hay que alzar o no las manos.


Unos creen en profecías y otros no, unos predican la fe y otros el amor, uno habla en lenguas y otro presume de virtud y el mundo muere, muere, muere sin ver la luz.
"

-- Marcos Vidal, "Cristianos"

Nuestra falta de unidad es un argumento que le estamos regalando al enemigo y al mundo para descalificar la fe cristiana. Las generaciones modernas, en particular, están cada vez menos preocupadas de los valores y principios, y más de las acciones concretas; no les importa tanto lo que se dice, sino lo que se hace. Por eso, no debería sorprendernos que uno de sus reclamos favoritos en contra de nosotros los creyentes es precisamente la hipocresía. Se burlan de que afirmamos tener la verdad, pero en la práctica tenemos miles de denominaciones que no pueden ponerse de acuerdo o al menos tolerarse en los asuntos más simples.


Un argumento perdido a favor de Jesús


Pero si tan sólo pudiéramos volver a esa unidad original, las cosas serían muy diferentes. La iglesia ya no sería un argumento en contra de la fe, sería un argumento a favor, porque la gente vería en nuestras vidas evidencia de la acción de Dios. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, las naciones conocían el poder y la bondad de Dios a través de lo que reflejaba Israel:

"Cuando el Señor nos haga volver a Sión, nos parecerá estar soñando. Nuestra boca se llenará de risa; nuestra lengua rebosará de alabanzas. Entonces las naciones dirán: «¡El Señor ha hecho grandes cosas por éstos!»" (Salmos 126:1-2, énfasis mío)

En cierto sentido, esta fue también la oración de Jesús, cuando pidió al Padre "que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (v. 21). Al tener comunión, al tener amor verdadero entre nosotros, los cristianos demostramos que existe algo que nos une, que es más importante que un pasatiempo o un interés en común, y que es tan real y poderoso que genera un lazo familiar que está por encima de cualquier diferencia menor. Al vivir como una sola iglesia, reflejamos quién es Jesús y lo que Él puede hacer. Pero en la medida en que no lo hagamos, estaremos perdiendo este poderoso argumento.


Obstáculos personales: Inmadurez y falta de amor


¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para cambiar esto? A la luz de los pasajes que hemos visto, quizás lo primero es corregir nuestra visión espiritual. En su carta a los Corintios, Pablo dedica un poco de tiempo para tratar el tema de las divisiones en la iglesia. Él diagnostica lo siguiente:

"Hermanos, yo no pude hablarles como a personas espirituales sino como a gente carnal, como a niños en Cristo [...] Pues mientras haya entre ustedes celos, contiendas y divisiones, serán gente carnal y vivirán según criterios humanos." (1 Corintios 3:1, 3)

Nuestra rapidez para separarnos de nuestro hermano por cualquier diferencia de opinión o de práctica lo único que hace es revelar que somos cristianos espiritualmente inmaduros, que no hemos entendido de verdad lo que significa ser iglesia y estar unidos en Cristo.

Es técnicamente un hecho que nuestros hermanos sanguíneos, nuestros padres, nuestros cónyuges y nuestros hijos no piensan igual que nosotros en muchos aspectos de la vida, desde la política hasta cual es la mejor manera de lavar los platos. Sin embargo, ni siquiera se nos pasa por la mente romper este vínculo familiar por cosas tan triviales. Por eso, el hecho de que estemos tan dispuestos a romper nuestro vínculo espiritual habla mucho de la poca importancia que le damos. Nuestra inmadurez hace que pensemos que el vínculo de sangre es real, pero el espiritual no.

Nuestros ojos están puestos en lo que se ve -lo temporal- en lugar de lo que no se ve -lo eterno. Vemos las formas, las tendencias y las preferencias, pero no vemos la verdadera identidad de esa persona con la que no estamos de acuerdo, ni la realidad espiritual de que ella también fue salvada, limpiada, renovada y adoptada por Dios en Su familia, nuestra familia. Vemos la apariencia de la persona, pero no lo suficiente como para ver al Espíritu Santo que mora en ella.

Por eso, un buen primer paso es abrazar esta verdad y pedirle a Dios que nos ayude a ver y a entender claramente que a pesar de las diferencias entre nosotros, todos los cristianos estamos unidos en Cristo. Cuando llamamos a otro "hermano" a pesar de que su teología o su forma de adorar no sea como las nuestras, estamos reconociendo la verdad que Pablo y el Señor señalan: que hay algo más grande y de mayor valor que nos une: el mismo Espíritu, la misma fe esencial, la misma esperanza.


Decisiones de amor


Eso nos lleva al segundo punto que aprendimos del apóstol: hay que procurar mantener esta unidad. Hay que tener paciencia, mansedumbre, humildad, tolerancia y amor. Y esa es la parte que nos toca a nosotros. Al mismo tiempo que oramos para que Dios nos ayude a ver correctamente, a mirar espiritualmente que otros cristianos son realmente nuestros hermanos a pesar de las diferencias, también tenemos que actuar y poner por obra todas estas virtudes.

Paciencia, cuando nuestro hermano no está en lo correcto, y lo mejor para su vida espiritual es corregirlo. Humildad y mansedumbre, cuando los equivocados somos nosotros y no él. Tolerancia, cuando sea una diferencia legítima que quizás no se resolverá hasta que el Señor regrese. Amor, para poner nuestra unidad por encima de cualquier desacuerdo que no sea esencial. Si él confiesa con su boca que Jesús es el Señor, y que el Padre le levantó de entre los muertos, y que somos salvados por Su gracia por medio de la fe en Él, y su vida -imperfecta como sea- da testimonio de esa convicción, entonces es nuestro hermano, parte de nuestra familia espiritual. Nos une un lazo tan real como la sangre.

Por eso, si danza o no danza, ámalo. Ya sea que ella use pantalones o solamente falda, ámala. Si ora en silencio o en voz alta, ámalo. Si cree que Jesús viene antes o después del Milenio, ámala. Si cree que la Tierra se creó en seis días literales o en millones de años, ámalo. Ya sea que crea o no en los dones espirituales, ámalo. Si piensa distinto a ti, aunque sea en algo que tú consideras muy importante, si ese algo no afecta quién es Dios y cómo nos ha salvado, entonces tienes todo el derecho de estar profundamente en desacuerdo con él, pero ámalo.

Los errores y las diferencias las podemos ir resolviendo en el camino al cielo. Pero la unidad es intransable: la familia es lo primero. Si somos uno, el mundo sabrá que Jesús está vivo, y que el Padre lo envió para nuestra salvación.


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)


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