Una característica distintiva de las escenas que nos muestra Juan en su Evangelio es la forma en que Jesús enseña a las personas. Los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) nos cuentan cómo Él ilustraba las verdades espirituales del Reino a través de parábolas. Juan, por otro lado, nos cuenta algunos episodios en los que Jesús transforma las palabras de otras personas en parábolas, pasando de lo terrenal a lo espiritual. Nicodemo le preguntaba cómo un hombre podía entrar de nuevo en el vientre de su madre; Jesús le enseñó acerca de nacer del Espíritu (Juan 3:1-10). La mujer samaritana le preguntaba cómo sacaría el agua del pozo sin un balde; el Señor le habló de ríos de agua viva en el interior (Juan 4:5-15). Ahora, aprovechando que los judíos venían buscando más milagros como el que habían recibido recién (vv. 25-34), Jesús introduce uno de estos dichos trascendentales que comienzan con las palabras "Yo Soy": "Yo Soy el pan de vida".
A pesar de ser tan breve, es mucho lo que uno podría decir acerca de esta frase. En primer lugar, debemos notar lo que simboliza el pan: estamos hablando aquí del alimento por excelencia, es decir, uno que representa a todos los alimentos, como lo podemos ver, por ejemplo, en la forma en que Dios le habla a Adán luego de la caída ("Comerás el pan con el sudor de tu frente", Génesis 3:19). No sólo esto, sino que la Biblia usa el concepto de pan en un sentido más profundo todavía, mostrándolo por extensión como algo representativo de todas las demás necesidades materiales -ya sea de alimento o de otra cosa. Esto se nota en la oración modelo de Jesús, el Padrenuestro ("El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy", Mateo 6:11). Por eso, es claro que el pan representa en este pasaje mucho más que el alimento amasado hecho de harina. Pero el Señor eleva esta imagen más todavía, al decir que Él es el pan "de vida": Él es más que el sustento de nuestras necesidades físicas: Él da vida en toda la extensión de la palabra. Juan nos muestra claramente la potencia, el sentido absoluto de este concepto cuando registra a Jesús diciendo, más tarde, "Yo soy el camino, la verdad, y la vida" (Juan 14:6). Jesús es la esencia misma de la vida; Él es la vida hecha persona (Juan 1:1,4).
Como si esto fuera poco, el Señor refuerza más todavía la imagen utilizando una frase simple y al mismo tiempo muy bien elaborada: "El que a mi viene nunca tendrá hambre, y el que en mi cree no tendrá sed jamás". Aquí, Él utiliza por lo menos tres figuras literarias distintas (paralelismo - repetir la misma idea pero con distintas palabras: "el que viene... el que cree"; lítote -afirmar una idea negando lo contrario: "nunca tendrá hambre...no tendrá sed"; y alegoría -simbolizar una idea abstracta a partir de elementos cotidianos que la representen: "hambre... sed") para expresar una verdad breve pero poderosa: todo aquel que tenga fe en Él estará eterna y completamente satisfecho.
Es probable que los oyentes del Señor no le hayan tomado verdaderamente el peso a esta afirmación, pero hagámoslo nosotros: ¿Quién es el único ser capaz de saciar completamente cada necesidad del alma del ser humano? Si le preguntáramos a los salmistas, la afirmación sería unánime: nadie más que Dios puede hacer esto. Usando este mismo lenguaje del alimento, del hambre y de la sed, ellos nos aseguran que las necesidades y los anhelos más profundos de la vida sólo pueden ser llenados por Él:
"Me mostrarás la senda de la vida
En Tu presencia hay plenitud de gozo
Delicias a tu diestra para siempre" (Salmos 16:11, RV60)
"Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida" (Salmos 23:5-6, RV60)
"¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!
Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová;
Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo
Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos.
Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios,
Que habitar en las moradas de maldad.
Jehová de los ejércitos,
Dichoso el hombre que en ti confía." (Salmos 84:1, 10, 12, RV60)
"Dios, Dios mío eres tú;
De madrugada te buscaré;
Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
En tierra seca y árida donde no hay aguas,
Para ver tu poder y tu gloria,
Así como te he mirado en el santuario.
Porque mejor es tu misericordia que la vida;
Mis labios te alabarán.
Como de meollo y de grosura será saciada mi alma,
Y con labios de júbilo te alabará mi boca,
Porque has sido mi socorro,
Y así en la sombra de tus alas me regocijaré." (Salmos 63:1-3; 5, 7, RV60)
Sólo Dios puede dar esta clase de vida en abundancia, esta clase de satisfacción y felicidad verdadera. Y Jesús acaba de afirmar que Él tiene este mismo poder para hacerlo, en otras palabras, acaba de declarar que Él puede hacer lo que sólo Dios puede hacer. Hay muchas personas que afirman que Jesús nunca dijo ser Dios. Bueno, esto es precisamente lo que Él está haciendo en esta ocasión.
El pan que se acaba
¿Recuerdan de la lectura la razón por la cual la gente buscaba a Jesús? Sí, Jesús les recrimina que ellos no lo buscan porque creyeron el propósito del milagro (indicar que Él era el Mesías), sino porque -literalmente- vienen "por los panes y los peces" (v. 26).
No obstante, antes de juzgarlos desde nuestra posición de discípulos súper espirituales, debemos darnos cuenta de que nosotros hacemos frecuentemente algo parecido. El consejo que Jesús les da en el siguiente versículo, "No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna" (v. 27, DHH) bien podría aplicarse a nosotros, porque como seres humanos tenemos la mala tendencia a buscar satisfacer nuestros anhelos profundos, nuestra hambre y sed, en otra clase de "panes".
Miremos un poco alrededor. Prendamos la televisión, o iniciemos sesión en Facebook, y vamos a poder comprobar que el mundo es una gigantesca "panadería". Cada anuncio comercial nos muestra el próximo producto que nos va a llenar de satisfacción, o la experiencia de nuestras vidas que dejará recuerdos de felicidad imborrable. Se nos ofrecen todas las clases de placer que el ser humano puede disfrutar, y se nos promete que esto nos hará plenos. Y muchas veces lo creemos, y empezamos a hacer girar nuestras vidas alrededor de estas cosas con la esperanza de ser felices. Invertimos nuestro tiempo, nos endeudamos, hacemos un esfuerzo extra para conseguir estos "panes" que se ven tan deliciosos para el alma. Incluso, algunos cruzan las barreras de lo saludable y de lo correcto por conseguir la satisfacción que andan buscando. Pero estamos haciendo precisamente lo que Jesús dijo que no debíamos hacer: estamos trabajando por la comida que se acaba.
Agustín de Hipona (más conocido por su sobrenombre católico, "San Agustín") era un hombre que sabía bien de esto, de pasarse la vida buscando y comiendo el pan que se acaba. Durante su juventud, Agustín experimentó muchos placeres y muchas alegrías, pero pronto llegó a algunas conclusiones incómodas:
"En esta vida los hombres, con mucho esfuerzo, buscan descanso y libertad de la preocupación, pero a través de [sus] anhelos perversos no la encuentran. Desean encontrar descanso en cosas que no se detienen ni permanecen, y éstas, puesto que son quitadas por el tiempo y dejan de existir, los acosan con miedos y tristezas, y no los dejan estar en paz" (Sobre el Catecismo de los Principantes)
"Las cosas a las cuales estamos aferrados se van dónde quieren, y luego dejan de ser, dejando al amante [de ellas] desgarrado con anhelos rotos."
"El amor anhela algún objeto para poder ser, el amor ama descansar sobre la cosa amada. Pero en las cosas no existe un lugar duradero para quedarse. Ellas no duran. Ellas se van. ¿En qué se fijarán entonces nuestros sentidos carnales? ¿Quién puede detener a esos placeres cuando se escapan? Los sentidos carnales son lentos y torpes, ligados al gusto, y al olfato, y a tocar cosas materiales. Ellos funcionan suficientemente bien para el propósito para el que fueron hechos. Pero ellos no pueden encerrar una experiencia y evitar que escape a su fin determinado." (Confesiones)
Agustín pronto se dio cuenta de la razón por la cual el Señor nos aconsejó que no hiciéramos tesoros para nosotros en este mundo (Mateo 6:19). Comprendió que las cosas terrenales todas se van en algún momento: pierden su valor, se vuelven obsoletas, el paso del tiempo las deteriora y las termina destruyendo. Las experiencias, por más maravillosas que sean, son fugaces y son imposibles de encerrar y mantener vivas permanentemente, por más fotos y videos que guardemos. Incluso fuentes de alegría y placer tan legítimas y hermosas como lo son las personas sufren del mismo destino: bien dice la Biblia que la vida humana es tan frágil y breve "como la hierba que crece en la mañana. En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca" (Salmos 90:5-6). Todas estas clases de "pan" se acaban, y por lo tanto, sólo nos pueden satisfacer por un momento; después volvemos a tener hambre.
Pero esto no es todo: cada una de estas clases de "pan" tiene además sus propias limitaciones e imperfecciones. El mismo hecho de que las cosas que tanto amamos puedan romperse, dañarse y desaparecer, como señala Agustín, produce en nosotros temor, preocupación y tristeza. Esto se acentúa más todavía cuando buscamos satisfacción en lo que otras personas pueden ofrecernos: no sólo tememos por el bienestar de quienes amamos, sino que también debemos enfrentar la realidad de que muchas veces ellos mismos son fuente de tristeza y dolor cuando nos fallan, nos decepcionan y nos ofenden ¿No es esto lo contrario de la satisfacción que andamos buscando? Todo esto, probablemente, es lo que motivó al hombre que lo tuvo todo y no se abstuvo de ningún placer que pudiera obtener -Salomón- a concluir que la búsqueda de estas cosas no era sino "vanidad y aflicción de espíritu" (Eclesiastés 2:1-11).
Creados para un sólo Pan
Muchos siglos después de Agustín, otro cristiano muy astuto, C.S. Lewis, señaló en este sentido:
"Las criaturas no nacen con deseos a menos de que exista una satisfacción para estos deseos. Un bebé siente hambre; bien, existe algo como la comida. Un patito desea nadar; bueno, existe algo como el agua. Los hombres sienten deseo sexual; bien, existe algo como el sexo. Si encuentro un deseo en mi mismo el cual ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui creado para otro mundo" (Mero Cristianismo)
La observación de Lewis describe lo que varios autores han llamado "un vacío tamaño Dios" que existe en cada persona, un deseo que sólo Dios mismo puede llenar. Esto va claramente de la mano con lo que nos está diciendo Jesús: sólo hay una clase de "pan" -el Pan de Vida- que nos puede traer satisfacción completa y permanente. Cualquier otro nos dejará con hambre.
La razón por la cual existe ese "vacío tamaño Dios" es muy sencilla: existe porque fuimos creados para Él. Fuimos diseñados con el propósito específico de alimentarnos del Pan de Vida, y como consecuencia, sólo eso le dará sentido a nuestra existencia. El capítulo 11 de Romanos termina con esta tremenda declaración del apóstol Pablo acerca de Dios:
"Ciertamente, todas las cosas son de Él, y por Él, y para Él" (Romanos 11:26)
Hablando de la divinidad de Jesús, aquí va otra evidencia para sumar a la que encontramos en el Evangelio de Juan. Acabamos de leer que todas las cosas fueron creadas para Dios, ¿cierto? Pues el mismo Pablo, en su carta a los Colosenses, afirma lo siguiente acerca de Jesús:
"En Él fue creado todo lo que hay en los cielos y en la tierra, todo lo visible y lo invisible; [...] todo fue creado por medio de Él y para Él" (Colosenses 1:16)
Así es: Jesús comparte con el Padre la característica divina de ser el propósito y la razón de ser de todo lo que existe. Al igual que todo el resto de la creación, fuimos creados para Jesús, para girar alrededor de Él. Como lo sugiere el relato de la creación en Génesis, y cómo lo respalda la descripción de la nueva creación en Apocalipsis, fuimos creados para vivir para siempre en una relación cercana, de comunión e intimidad con Él y nada menos que eso saciará nuestra alma.
¿Qué tipo de pan estás comiendo?
Así que... ¿qué clase de pan estás comiendo hoy? ¿Te estás esforzando por obtener, por alimentarte cada día de un pan que está destinado a dejarte con hambre? Puedes estar dedicando tu vida a encontrar placer en los vicios, y en el pecado, como la pornografía o el exceso de alcohol. Pero lamento decirte que esta clase de pan no sólo no te llenará, sino que te destruirá por dentro. Quizás estas viviendo hoy para comer una clase mejor de pan, el de las bondades y las alegrías legítimas que Dios nos permite disfrutar, como la belleza del arte, la emoción de los viajes o el amor de tu familia. Pero aunque esta clase de pan es apetecible, tampoco es perfecta, y tarde o temprano terminamos decepcionados e insatisfechos. Podrías incluso dedicarte a buscar un pan de sabor más trascendente y espiritual, viviendo para disfrutar la alegría que te causa hacer cosas nobles por otras personas o aprender sabiduría profunda. Pero esta clase de pan, con todo su apasionante sabor, sigue siendo imperfecto.
¿Sabes cuál es una de las principales diferencias ente el Cristianismo y otras religiones? Radica en el hecho de que nuestra fe no está centrada en una revelación o una verdad, sino en una persona: Cristo. Nada fuera de una relación viva con la persona de Jesús, nada fuera del Pan que nos da vida abundante y eterna desde el momento en que creemos en Él, puede saciar el hambre que hay en nuestro corazón.
La invitación es a que dejes de buscar en las cosas, en las experiencias y en otras personas lo que sólo se puede encontrar en Dios. Centra tu vida en Él, el Pan de Vida, la Plenitud de todo bien, porque eso te traerá más satisfacción que cualquier otra cosa en este mundo.
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