[A continuación, les comparto el mensaje que tuve la oportunidad de predicar hace algunas semanas]
"El que ama la lengua comerá de sus frutos; ella tiene poder sobre la vida y la muerte" (Proverbios 18:21)
Obviamente, como esperaríamos del género de poesía y sabiduría, este texto de Proverbios hace cierto uso del lenguaje figurado para expresarnos el mensaje que quiere transmitir. Nuestras palabras no tienen el poder de devolverle la vida física a algo muerto, o de hacer morir a un ser viviente en el sentido más estricto. Esta imagen, sin embargo, no está para nada lejos de la realidad, y no es ninguna casualidad que Dios la haya escogido para comunicar su punto: lo que decimos tiene una capacidad increíble para afectar la vida de quien nos oye, para bien o para mal.
Nuestra experiencia humana nos enseña que este poder no puede ser menospreciado: las palabras pueden cambiar nuestra vida en un instante, nos pueden unir o separar de otras personas, pueden hacernos iniciar o descartar proyectos, y pueden motivar a otros a ser tan valientes como para desafiar a la muerte. Ellas comenzan guerras, crean y derrumban imperios, y pueden llegar a afectar nuestra eternidad. El poder de las palabras es realmente temible y la Biblia da testimonio de eso, en la gran cantidad de veces que menciona el tema. Si bien nosotros no estamos en una posición tan crucial como para que nuestros dichos tengan esta clase de impacto histórico, nuestra boca sigue teniendo un gran poder en el contexto en que nos movemos, y a Dios sin duda le interesa que aprendamos a usarlo para bien. En la Biblia no sólo encontramos este principio general que nos lleva a estar atentos al uso de nuestras palabras. También podemos encontrar delineadas las consecuencias específicas de un mal uso de nuestra boca:
Razón #1 para usar bien nuestras palabras: Por nuestro propio bien
"Lo que contamina al hombre no es lo que entra por su boca. Por el contrario, lo que contamina al hombre es lo que sale de su boca" (Mateo 15:11)
"Y la lengua es fuego; es un mundo de maldad. La lengua ocupa un lugar entre nuestros miembros, pero es capaz de contaminar todo el cuerpo; si el infierno la prende, puede inflamar nuestra existencia entera." (Santiago 3:6).
Los comentarios del Señor y del apóstol Santiago tienen ambos un concepto en común: contaminación. Lo que decimos tiene el poder de afectarnos para mal. El contexto del discurso de de Jesús (Él está discutiendo sobre la pureza o impureza espiritual de comer sin lavarse las manos, de acuerdo a la tradición de los fariseos) nos indica que hablar mal nos daña espiritualmente, es decir, interfiere en nuestra relación con Dios. Por otro lado, lo que explica Santiago nos sugiere que usar mal nuestra boca nos contamina incluso a nivel corporal, afectando completamente nuestra forma de comportarnos.
Razón #2 para usar bien nuestras palabras: Por amor de los demás
"Hay gente cuyas palabras son puñaladas, pero la lengua de los sabios sana las heridas" (Proverbios 12:18)
Nuevamente el lenguaje de este proverbio es figurado, pero la aplicación es precisa. Nuestras palabras pueden hacer un daño muy real a las personas que nos oyen. Esto es especialmente cierto de las personas que son más cercanas a nosotros, pues son quienes nos escuchan con más atención, y a quienes más les importa lo que decimos. Cuando hablamos palabras hirientes a alguien que tiene esta sensibilidad hacia nosotros, el dolor puede ser multiplicado y puede dejar huellas por largo tiempo.
Razón #3 para usar bien nuestras palabras: Para la gloria de Dios
Como cristianos, predicamos de un Dios amoroso, compasivo, verdadero, sabio, justo y santo. Decimos seguir a ese Dios, y afirmamos que Su poder nos ha cambiado la vida, nos ha transformado. ¿Cómo pretendemos que el mundo nos crea si lo que sale de nuestra boca son palabras crueles, soberbias e hipócritas, burlas, insultos y mentiras? ¿Cómo es posible reflejar la verdad y el poder de la vida cristiana si nuestras palabras estan dando testimonio de todo lo contrario? El apóstol Santiago les hizo la misma pregunta a la iglesia de su tiempo:
"Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así! ¿Acaso de una misma fuente puede brotar agua dulce y agua amarga? No es posible, hermanos míos, que la higuera dé aceitunas, o que la vid dé higos. Ni tampoco puede ninguna fuente dar agua salada y agua dulce." (Santiago 3:9-12)
El apóstol también nos advierte que lo que buscamos no es una tarea fácil: la lengua es la parte del cuerpo más difícil de dominar, y conseguirlo es la muestra de que uno ha alcanzado una gran madurez cristiana (Santiago 3:2). Pero por las razones que hemos visto, por nuestro propio bien, por amor a los demás y para la gloria de Dios, vale la pena aprender a utilizar correctamente nuestra boca.
Tres formas de usar bien el poder que se nos ha dado
Podemos pensar en tres maneras en que Dios nos dirige a usar nuestras palabras para el bien.
1. Hablar conscientemente
"En las muchas palabras no falta el pecado; el que es prudente refrena sus labios." (Proverbios 10:19)
"Todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse" (Santiago 1:19)
Este primer principio es bastante sencillo: para hablar mejor necesitamos hablar más lento. Ahora, esto no es por el puro afán de hablar menos: la idea que nos comunican estos pasajes es que debemos hablar más lento, porque tenemos que hablar con más cuidado. Necesitamos aprender a pensar antes de hablar, algo que parece muy fácil, pero en la práctica es un perfecto ejemplo de la dificultad que nos comentaba Santiago.
Tomémonos el tiempo de elegir con cuidado nuestras palabras antes de hablarlas. No cuesta tanto cuando estamos tranquilos y todo anda bien, pero cuando estamos cansados, frustrados o enojados, la historia es muy diferente. Es en esos momentos cuando la tentación de abrir la boca para mal es más fuerte que es más necesario bajar la velocidad, y pensar antes de decir. Si lo logramos, significa que hemos dado un gran paso en el uso correcto de su poder.
2. Hablar bondadosamente
"Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello." (Filipenses 4:8)
"Porque de la abundancia del corazón habla la boca." (Lucas 6:45)
La pregunta más importante al llegar a este punto es quizás ¿Cómo se ve en la práctica esto de usar nuestras palabras para el bien? Si bien -hasta donde alcanza mi conocimiento al menos- la Biblia no nos da una lista literal de estas palabras que dan vida o sanidad, en base a estos dos principios podemos tener una buena aproximación. No se nos dice qué debemos decir exactamente, pero si se nos dice qué debemos pensar, y ya que nuestra boca refleja nuestros pensamientos, podremos deducir que si pensamos bien, tendremos palabras de bien. Por otra parte, como hemos mencionado, las palabras son un tema recurrente en la Escritura, así que tenemos algunos pasajes que nos acercan un poco más a la forma de hablar para el bien:
"No pronuncien ustedes ninguna palabra obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que sean de bendición para los oyentes." (Efesios 4:29)
"Procuren que su conversación siempre sea agradable y de buen gusto, para que den a cada uno la respuesta debida." (Colosenses 4:6)
En base a estos y otros textos, podemos concluir que nuestra boca trae vida cuando la abrimos para decir la verdad, felicitar, afirmar, honrar, alabar o elogiar sinceramente, enseñar, corregir, perdonar, expresar aprecio y amor, consolar, animar, motivar y agradecer.
Al hacer este ejercicio, también podemos distinguir ciertos patrones negativos. Usamos nuestras palabras para el mal al quejarnos y murmurar, mentir, insultar, jactarnos, burlarnos, despreciar, descubrir un secreto (chisme), incitar o provocar el enojo o el conflicto, desanimar, hacer dudar, confundir, tentar al mal y blasfemar.
Ahora, hay ciertas formas de hablar que son particularmente sutiles, y que requieren sabiduría y discernimiento, pues pueden ser para bien o para mal dependiendo de la situación. Por ejemplo usar nuestras palabras para seducir es algo bueno, deseable y -de hecho- aprobado por Dios, siempre y cuando se haga dentro del contexto matrimonial; fuera de el, queda absolutamente prohibido. Discutir y expresar enojo pueden ser cosas buenas o malas dependiendo de las palabras que utilicemos, la forma y el volumen con que las expresamos y la intención que ponemos en ellas. La línea también es fina entre la alabanza y el elogio (que son buenas) y lo que la RV60 llama "lisonja" (alabar o elogiar con el fin de obtener algo a cambio, lo cual es malo). Hablar para exponer a alguien, es decir, divulgar sus pecados privados raya en el lado de lo malo, especialmente si se hace con la intención específica de dañarlo y dejarlo en verguenza, pero denunciar las malas acciones y las malas enseñanzas de personas en autoridad, que han sido hechas en público, es algo bueno y hasta necesario. En situaciones como estas resulta importante que apliquemos el primer principio -hablar conscientemente- y pedir a Dios entendimiento para saber cómo utilizar nuestras palabras.
Una mención especial es la de bendecir. Usualmente pensamos en la expresión clásica "Que Dios te bendiga", pero bendecir es mucho más amplio que eso. El término que el NT utiliza -eulogia- es una palabra compuesta que literalmente significa "hablar lo bueno". Por otro lado, cuando Jesús maldijo la higuera, no invocó a Su Padre: simplemente le deseó que nunca más diera fruto (Mateo 21:19). En su sentido más básico, bendecir y maldecir a alguien no es más que hablar o desear bien o mal sobre él. Cosas tan simples como "Que todo salga bien", "Que tengas un buen día", "Buenas noches, que descanses", son bendiciones. Y en el poder que tiene nuestra boca, pueden poner una nota positiva en el día de una persona.
Acostumbramos enseñar esta lección de hablar bondadosamente a los niños, pero nosotros no deberíamos olvidarla. "Por favor", "gracias", "perdóname", "¿necesitas ayuda?", "te amo", "lo hiciste bien", "estoy contigo", "estoy orgulloso de ti", son palabras con un tremendo poder para sanar, afirmar y bendecir, y deberíamos usarlas más seguido.
3. Hablar sagradamente
"Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes." (Deuteronomio 6:6-7)
"La palabra de Cristo habite ricamente en ustedes [RV60: "more en abundancia"]. Instrúyanse y exhórtense unos a otros con toda sabiduría" (Colosenses 3:16)
Al final del día, como todos sabemos, no hay palabras mejores que las de Dios, ni hay otras que nos beneficien igual que ellas (Salmo 119). Conversar sobre ellas, enseñarlas, compartirlas, meditar en ellas junto a otros es una manera invaluable de traer bien a sus vidas y a las nuestras. Tomemos la iniciativa, como dice una conocida canción cristiana, de que "en nuestros comentarios, y en nuestras pláticas a diario", Dios esté presente por medio de Su Palabra. Y a pesar de que parezca algo más bien sencillo y sin grandeza en sí mismo, no podemos olvidar que Su Palabra es realmente viva, poderosa y eficaz (Hebreos 4:12); si las nuestras tienen el poder de la vida y la muerte; las Suyas tienen un poder ilimitado.
La otra manera de hablar sagradamente es bendecir en su forma tradicional y completa, en otras palabras, orar por y con otros. Pedirle a Dios que El bendiga efectivamente a la persona que queremos bendecir, que El hablé y haga bien sobre ella. Podemos orar por protección, provisión, dirección, consuelo, perdón, paz, libertad, crecimiento, etc. Si hay una manera poderosa de abrir nuestra boca para el bien, es esta.
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Podemos ver, finalmente, estos tres principios modelados en la vida de nuestro mayor ejemplo, Jesús. El siempre habló conscientemente; nunca perdió el control de Sus palabras al ser insultado o el recibir una burla, ni siquiera en Su peor momento. Pedro da testimonio de esto:
"Porque también Cristo sufrió por nosotros, con lo que nos dio un ejemplo para que sigamos sus pasos. Cristo no cometió ningún pecado, ni hubo engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando sufría, no amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga con justicia" (1 Pedro 2:21-23)
Sin duda conocemos también a Jesús por hablar sagradamente. Él dedicó Sus últimos tres años a enseñar la Palabra de Dios y predicar el Evangelio a las personas. Oró por Sus discípulos y con ellos. Pero, aunque el NT se concentra en estas partes de Su discurso, hay un pequeño detalle en el AT que nos hace saber que Él hablaba bondadosamente en cada faceta de su vida diaria:
"Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; La gracia se derramó en tus labios" (Salmo 45:1)
El Salmo 45 es reconocido como un salmo profético acerca del Mesías por el autor de Hebreos (cf. Salmos 45:6-7; Hebreos 1:8-9). El salmista está hablando, por lo tanto, acerca de Jesús, y lo que podemos ver en estas palabras es que no sólo en Su enseñanza, sino Sus palabras en general estaban llenas de bondad, verdad y elocuencia. Desde este punto, no es sorpresa que Juan nos describa más tarde a Jesús como alguien "lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14).
Y así como Él lo hizo, también debemos hacerlo nosotros. Conscientemente, bondadosamente y sagradamente, podemos usar nuestras palabras para dar vida al mundo que nos rodea.
A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)
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