El año pasado me dispuse a leer El Progreso Del Peregrino de John Bunyan, un libro que a estas alturas es un clásico cristiano, muy amado y recomendado por distintas personas. No sé si fue debido a mi falta de madurez o al inglés antiguo en que lo leí, pero sinceramente -aunque no puedo decir que fue una mala lectura- debo reconocer que no "resonó" conmigo. No es un libro que recuerde especialmente con cariño, o que haya marcado mi vida espiritual como lo han hecho otras obras. Pero sí puedo decir que me enseñó una buena lección sobre la importancia de la apologética.
El Peregrino y la Peregrina
El Progreso del Peregrino, escrito en 1678, es en realidad dos obras en una: la primera parte, que lleva el mismo nombre, y una segunda parte, titulada El Progreso de la Peregrina. En la primera parte, se narran las aventuras de "Cristiano" en el viaje que emprende desde su ciudad -la "Ciudad de la Destrucción"- hasta la "Ciudad Celestial". El viaje está lleno de dificultades, pero con grandes esfuerzos y una buena cuota de ayuda externa, Cristiano llega a su destino y es recibido en la ciudad. De más está decir que todo esto es escrito por Bunyan como una alegoría, una especie de parábola que representa la vida cristiana como un viaje que comienza al momento de la conversión y termina en el Cielo.
La segunda parte tiene algunas diferencias interesantes. Aquí también la narración se centra en el recorrido desde la "Ciudad de la Destrucción" hasta la "Ciudad Celestial", pero quién emprende el viaje esta vez es la esposa de Cristiano -Cristiana- y sus hijos, quiénes no quisieron acompañarlo cuando él escapó de la ciudad. A diferencia de su esposo -pues ella personifica un rol femenino tradicional- no se espera que Cristiana luche mano a mano contra los enemigos del camino, sino que el Rey de la Ciudad Celestial le envía un campeón de Su Reino que la protege y la encamina, un defensor a quién más adelante se le unirán otros hombres valientes. Aquí es donde aparece la lección que les mencioné sobre la apologética.
Combatiendo por otros
En la historia de Cristiana, una de las cosas que llaman la atención es que su grupo no sólo está dispuesto a viajar y abrirse paso hasta su destino, defendiéndose cuando era necesario al igual que Cristiano en la primera parte. Ellos, además, están dispuestos a detenerse para tomar la ofensiva contra las amenazas del camino, simbolizadas por gigantes violentos. Los peregrinos matan a estas criaturas para que otros que viajeros solitarios, cansados o que no eran guerreros tan hábiles, pudieran realizar su viaje en forma segura.
¿Pueden ver hacia dónde voy con esto? Bunyan escribió esta parte de la historia simbolizando la ayuda que nos podemos prestar unos a otros en la vida espiritual, orando por otros y animándonos unos a otros; podemos verlo en los nombres de los gigantes que los peregrinos vencen (por ejemplo, Desesperación o Timidez). No obstante, la idea es perfectamente aplicable en el caso de las objeciones y dificultades que el mundo no-cristiano pone en el camino de los creyentes y de quiénes están camino a serlo. Esto es lo que el Progreso del Peregrino puede enseñarnos sobre la apologética: cuando somos intencionales y activos al usar las armas de la verdad, podemos ayudar a que otros recorran seguros el camino de la fe:
"Las armas con las que luchamos no son las de este mundo, sino las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios" (2 Corintios 10:4-5).
Una necesidad real
Esta lección es muy relevante por una sencilla razón: por las características propias del Evangelio, nosotros como cristianos no nos destacamos naturalmente por ser un grupo con un alto nivel intelectual. Pablo le recuerda en su carta a la iglesia de Corinto que el llamado de Dios es recibido principalmente entre las personas sencillas en todo ámbito:
"Consideren, hermanos, su llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según los criterios humanos, ni son muchos los poderosos, ni muchos los nobles; sino que Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte" (1 Corintios 1:26-27)
El teólogo Justo Gonzalez confirma que esta fue efectivamente la realidad durante los primeros siglos de la iglesia. Comenzando por el mismo Señor, quién pasó la mayor parte de Su tiempo con los enfermos, pobres y despreciados, el Evangelio siempre ha encontrado mejor acogida en este tipo de personas que no destacan:
"Estudios sociológicos recientes indican que la vasta mayoría de los cristianos durante los primeros tres siglos perteneció a los escalones más bajos de la sociedad, o al menos no calzaban bien en los más altos [...] Aunque habían cristianos de rango relativamente alto [...] es probable que por cada uno de ellos hubiera cientos o quizás miles de cristianos de situación más humilde y menos instrucción" [1]
Siendo esta la situación, nuestra responsabilidad es clara. Somos creyentes a quiénes les Dios ha regalado una mayor facilidad en el área intelectual y valiosas oportunidades, como poder acceder a enseñanza formal o adquirir buenos libros. Sin embargo, entre nuestros hermanos hay muchos que no tienen estas posibilidades, y cuyos talentos pertenecen a otras áreas. Es por eso que tenemos el deber, como parte del cuerpo que es la Iglesia (1 Corintios 12:27), de usar lo que hemos recibido para su edificación, y para quitar de su camino toda oposición intelectual que busque desviarlos y detenerlos en su camino hacia Cristo. Sin duda en las áreas de la oración, la fe, la experiencia y tantas otras hay creyentes que están haciendo lo mismo por nosotros, ayudándonos en las batallas donde nosotros somos débiles y ellos los fuertes. Por eso, en lo que nos toca, hagamos también nuestra parte por el bien del Reino.
Referencias
[1] Justo Gonzalez, The Story of Christianity, Volume 1 (Harper Collins, 2014, EPUB Edition), ubicación Kindle 2055.
A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)
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