12 de julio de 2022

La Gracia Hace Toda la Diferencia


[Texto base del mensaje: Efesios 2:1-10]


"Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)" (Efesios 2:4-5)

Un momento clásico en las películas de aventura es el que usualmente se desarrolla en el clímax -el momento más intenso de la trama- cuando el héroe o heroína es atrapado o superado por su enemigo, y no tiene posibilidad alguna de salvarse por sí mismo. En general, es ahí -cuando todo parece perdido- que irrumpe alguna fuerza del bien, ya sea “la caballería” (sus amigos o aliados) u otro personaje, para librarlo y darle una oportunidad de vencer.

Esto es similar, en cierta forma, a lo que Pablo describe en este pasaje, con la gran diferencia de que en este caso los que son librados -nosotros- no somos los héroes, sino que formamos parte de las mismas fuerzas del mal. En un contraste dramático, el apóstol nos presenta la oscura escena de quiénes somos en nuestra condición natural, y lo que sucede cuando Dios nos salva. Más aún, este contraste tiene algo importante que enseñarnos sobre nuestra actitud de vida.


Un diagnóstico chocante


El pastor John Stott es muy preciso al observar que los primeros tres versículos de este capítulo (Efesios 2:1-3) resumen la enseñanza de Pablo en los primeros tres capítulos de Romanos, donde él demuestra la culpa universal de toda la humanidad [1]. Si bien en este último caso el desarrollo del argumento permite que uno lo digiera con más calma, en Efesios este diagnóstico parece un café espresso, pequeño pero fuerte.

El primer punto ya es suficientemente chocante: todos los seres humanos, antes de conocer al Señor, estamos muertos; no físicamente, sino espiritualmente. Este término nos habla de la profundidad de nuestra caída y del efecto devastador del pecado: sin Jesús, no hay vida espiritual en una persona. Por más exitosa y satisfecha que se vea exteriormente, la verdad es que existe, pero no vive.

El segundo punto es igualmente fuerte: sin el Señor, todos somos esclavos voluntarios de lo malo. Esto lo vemos en la descripción del comportamiento humano: seguíamos la corriente de este mundo (el sistema de filosofías y valores opuestos a Dios que reina en nuestra sociedad); vivíamos conforme (de la misma manera, siguiendo el ejemplo) al príncipe de la potestad del aire, Satanás [2] y hacíamos la voluntad de la carne (la inclinación natural del ser humano a lo malo que se encuentra en su interior). No actuábamos llevados por estas fuerzas en contra de nuestros deseos, sino con nuestra aprobación; no eramos víctimas: éramos deliberadamente culpables.

Como si esto no fuera suficiente, hay una tercera acusación: sin Cristo, todos éramos rebeldes destinados al juicio. Pablo describe esta manera de vivir como ser “hijos de desobediencia” (v. 2), o como lo expresa la Nueva Traducción Viviente (NTV), "los que se niegan a obedecer a Dios". No hacíamos lo malo en forma tímida, sino que éramos abiertamente desafiantes hacia Dios, cuestionando Su autoridad y despreciando Su estándar moral. Tal actitud, dice el apóstol, nos hacía “hijos de ira” (v. 3), merecedores del juicio de un Dios justo y santo.

Quizás nuestra primera impresión al escuchar este diagnóstico sea pensar “Pero mi vida antes de ser cristiano no fue tan mala como se pinta aquí” o tal vez “Sí, puede que me haya equivocado algunas veces, pero nunca fue tan grave, ni tampoco le hice daño a nadie”. Sin embargo, bajo una revisión sincera, ¿habrían pasado nuestras vidas la prueba del estándar de Dios revelado en los Diez Mandamientos? ¿Qué tal el Sermón del Monte, con todo su énfasis en nuestro corazón, más que en lo que aparentamos? ¿O quizás la exigencia de los dos grandes mandamientos de Jesús: Amarás a Dios con todo tu corazón, mente y fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo? No, si somos sinceros tenemos que reconocer que el diagnóstico de Pablo es correcto: todos efectivamente vivimos una vida anterior parecida, donde aceptamos el pensamiento del mundo que no conoce a Dios, y nos dejamos llevar por los apetitos de nuestra naturaleza inclinada al mal y por las tentaciones de nuestro enemigo espiritual. Aún cuando delante de nuestros ojos nuestra vida no haya sido tan mala, todos somos culpables de vivir en última instancia para nosotros mismos, lo que no es otra cosa que una clase particular de idolatría donde el objeto de nuestra adoración somos nosotros mismos, y donde buscamos hacer nuestra voluntad en lugar de la voluntad de Dios. Todo este estilo de vida de pecado y auto-satisfacción justamente nos calificaba como enemigos de Dios y merecedores de Su castigo.


De la tierra al cielo


Por eso, en nuestra perspectiva natural, sólo nos quedaba una terrible expectativa de caer en las manos de un Dios justo, por tomar las palabras de Hebreos (10:31). No había esperanza, porque en nuestra condición caída no podíamos salvarnos nosotros mismos, y la única ayuda podía provenir de Aquel que habíamos ofendido. Pero cuando todo estaba perdido, tal como en las clásicas escenas que recordábamos al principio, de un momento a otro se encendió la luz, y nos vimos salvados. Deberíamos haber experimentado la muerte, pero en vez de eso vemos a Cristo muriendo en nuestro lugar. “Pero Dios”, ¡las dos palabras que hacen toda la diferencia del mundo! “Pero Dios”, aún con todo lo que significa el pecado para Él, nos amó, nos dio vida con Su Hijo, nos resucitó con Él, nos exaltó con Él y nos hizo sentar con Él en lugares celestiales (Efesios 2:4-6).

La obra de salvación de Dios es tremenda, pero quiero centrar mi reflexión en el énfasis de Pablo. Aquello que es un paréntesis en la Reina Valera 60, pero que lleva signos de exclamación en otras versiones, y que el apóstol repetirá doblemente: “Por gracia sois salvos” (v. 5, 8). Casi como demostrando sorpresa, el énfasis está en este regalo asombroso frente a lo que habría sido -en cualquier otro caso- un desastre absoluto. Lo que hace la diferencia entre la condición natural de una persona, y su condición exaltada como cristiano, es la gracia de Dios, nada más. Lo que cambia la miseria por gloria, la esclavitud por libertad, la muerte por vida en abundancia, es sólo la gracia de Dios. Nosotros no entramos en esa ecuación, bajo ningún criterio. “Esto [la experiencia completa de salvación] no [proviene] de vosotros”, dice Pablo, “es don de Dios” (v. 8).


Viviendo agradecidos de la gracia


Pensando en este cambio de la tierra al cielo, literalmente, que experimentamos sólo por gracia, hay una pregunta que me surge como cuestionamiento a nuestra forma de vivir como cristianos. Es hecha en otro contexto, en relación a una situación diferente, pero calza en forma exacta en el espacio que queda entre nuestra realidad espiritual y nuestra práctica cotidiana: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7). Si hemos sido salvados por pura gracia, si la gracia es lo que ha hecho toda la diferencia en nuestras vidas, ¿por qué vivimos con actitudes de orgullo delante de Dios y delante de las personas, como si tuviéramos algún mérito en habernos convertido en los cristianos que somos?

Lamentablemente, a veces se nos suben los humos a la cabeza por distintos motivos: posesiones obtenidas, títulos, honores y reconocimientos, lugares de privilegio, conocimientos adquiridos o crecimiento alcanzado, y en esa locura de creer que nosotros hicimos posible tales cosas nos paramos delante de Dios y delante de otros. Le decimos a Dios, igual que aquel fariseo que oraba en la parábola de Jesús, “te doy gracias porque no soy como los otros hombres... pecadores” (Lucas 18:11) no mirando la gracia, sino todas nuestras buenas acciones, logros y reconocimientos. Nos paramos delante de los demás y los menospreciamos porque somos moralmente superiores, porque tenemos más, sabemos más, o hemos “llegado más lejos”.

Pero gracias a Dios, tenemos a Pablo para recordarnos: Tú eras un pecador perdido, sin vida y sin esperanza, y no estarías de pie si no fuera por la gracia del Señor. ¿Qué tienes, que no hayas recibido por gracia? No podemos impresionar a Dios con ninguna de las cosas que tenemos, ni pararnos delante de Él como dueños de esas bendiciones sin darnos cuenta que es sólo por Su gracia que estamos donde estamos en primer lugar. La iglesia en Laodicea que encontramos en Apocalipsis creía ser mucho por lo que tenía, por sus buenos indicadores de éxito, pero en realidad, delante del Señor, sólo era una iglesia desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda (Apocalipsis 3:17). Es una lección dura, pero necesaria: no importa cuánto tengas, no importa lo que creas haber alcanzado, no importa los honores que hayas recibido o lo especial que crees que eres: delante del Señor, no eres nadie. Sólo por su gracia eres lo que eres (1 Corintios 15:10). No es por tus méritos: la gracia es la que hace toda la diferencia.

El hecho de ser salvos sólo por gracia debería producir en nosotros humildad. Este parece ser también uno de los propósitos de Pablo, porque luego de enseñar sobre todas estas cosas en los primeros tres capítulos, al iniciar su exposición de la parte práctica de la vida cristiana, nos va a decir “Yo pues [...] os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad" (Efesios 4:1). Si tenemos algún pedestal moral, es gracias a Dios. Si tenemos bendiciones espirituales y materiales, se lo debemos a Dios. Si tenemos libertad y una conciencia limpia, es solo por la gracia de Dios. Por eso, nuestra actitud debe ser una que tenga en cuenta estas cosas, y que nos ayude a pararnos delante de Dios y de las personas no como alguien que se ha ganado su posición a punta de esfuerzo, talento o rectitud, sino como alguien que ha recibido esa posición por la pura bondad inmerecida de Dios.

¿Cómo vas a orar esta semana? ¿Cómo vas a tratar esta semana a tu familia, a tus hermanos en la fe, a tus compañeros de trabajo, a los que te rodean? ¿Con la actitud de alguien que es más justo, más sabio, moralmente superior, o recordando lo que eres en realidad, lo que habrías sido "si no fuera por su gracia y por su amor”? A la luz de esta reflexión, que Dios nos ayude a reflejar en todo lo que hacemos esa humildad de saber que, si somos lo que somos, es porque Su gracia nos ha salvado, y ha hecho toda la diferencia.




Referencias

[1] John R. W. Stott, God’s New Society: The Message of Ephesians, The Bible Speaks Today (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1979), p. 71.

[2] Esta extraña referencia se debe a que Pablo les explica
aquí a los gentiles en conceptos que eran familiares para ellos. En la antigüedad, se creía que el aire era la morada o el lugar de actividad de los espíritus malignos (Harold W. Hoehner, Philip W. Comfort y Peter H. Davids, Cornerstone Biblical Commentary: Ephesians, Philippians, Colossians, 1&2 Thessalonians, Philemon, vol. 16 [Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 2008], pp. 46–47).


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60)
Foto por Patrick Porto en Pexels 



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