Para cerrar la serie sobre productividad cristiana, comenzamos hace unos días una planificación de vida con el fin de crecer en el conocimiento de Dios. Para cumplir este objetivo, hemos decidido leer la Biblia y también otros libros, pero aún falta que definamos algunos detalles. Después de todo, si un plan es demasiado general o vago, nos costará entender lo que debemos hacer en cada momento, mientras que un plan con pasos detallados no dará lugar a dudas ni confusiones.
Administración del tiempo
¡Ahh, la parte donde chocamos con el mundo real! Todo sería maravilloso si tuviéramos todo el tiempo del mundo disponible para nuestra meta, pero alguien debe estudiar, trabajar, realizar reparaciones en casa o cuidar a los niños (PD: No menospreciemos estas cosas como algo poco espiritual, pues es en actividades como estas donde ejercitamos nuestra fe, mostramos los frutos del Espíritu y extendemos el Reino de Dios). Nuestras tareas cotidianas otorgan un cierto nivel de dificultad al cumplimento de nuestro objetivo, pero veamos qué podemos hacer.
Comencemos por evaluar el tiempo disponible. Si hay alguna actividad que requiere de toda nuestra atención, entonces claramente no podemos utilizar este tiempo para leer; es tiempo bloqueado. Lo mismo sucede en períodos donde estamos acompañados: no podemos empezar una lectura en medio de una reunión o conversación. La lección básica de la administración de la energía es que si estamos durmiendo poco, es una muy mala jugada intercambiar tiempo de sueño por lectura ¿Qué nos queda entonces? Dos cosas, podríamos decir: actividades "automáticas" y actividades prescindibles.
Hay algunas tareas en la rutina que son más bien mecánicas y no necesitan absoluta concentración, como lavar los platos, salir a correr, cortar el césped o manejar camino al trabajo. Estas son las actividades "automáticas". Podemos ocupar estos tiempos para aprender gracias a la maravilla de los recursos en audio. Desde audiolibros hasta estudios y reflexiones grabadas, nuestro tiempo puede aprovecharse de mejor manera creciendo en conocimiento al mismo tiempo que hacemos otras tareas menos intelectuales.
Por otro lado, aquí viene lo difícil. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a la televisión, los videojuegos o las redes sociales? ¿Cuánto tiempo pasamos haciendo cosas que no son exactamente esenciales? Si realmente queremos crecer en el conocimiento de Dios, pero sentimos que no tenemos tiempo, entonces será necesario recortar tiempo de estas categorías para re-invertirlo en nuestro objetivo. En nuestro mundo, donde mil tareas compiten por nuestra atención, si algo no está como prioridad en nuestra agenda, no ocurrirá; algo más tomará su lugar. 30 minutos menos de YouTube a cambio de 30 minutos de lectura casi siempre será un excelente negocio.
Administración de la Energía
Ya sabemos que el tiempo no es la única variable que tenemos que tener presente en nuestro plan. No es lo mismo leer un libro a las 9 de la mañana que a las 9 de la noche, y esa diferencia se debe a que nuestra capacidad de enfocarnos y aprender cambia a lo largo del día, según nuestras actividades y características individuales.
Para aquellos de ustedes que son como yo, que tiendo a estar más activo durante el día, y menos durante la noche debido al trabajo, mi recomendación es que distribuyan su lectura de modo que los textos que requieran más atención (libros con datos técnicos o razonamiento complejo) tengan su espacio durante las mejores horas (mañana o mediodía), mientras que otros de lenguaje más sencillo y razonamiento más directo pueden ocupar las horas de la tarde o noche. Dependiendo de si te activas al caer el sol, o tu trabajo tiene un horario distinto, puede que sea necesario cambiar esta distribución básica, pero la idea es la misma: adapta tu lectura a tu día.
Hábitos
Finalmente, los hábitos. Para potenciar nuestro plan -específicamente para hacer más fácil la "entrada" a los tiempos que hemos reservado para leer- hay una táctica muy simple que podemos seguir: establecer un patrón. La idea es tratar de leer el mismo libro cada día, consistentemente a la misma hora y en el mismo lugar, de manera que nuestra mente cree una relación entre las condiciones externas (tiempo y lugar) y la actividad que nos hemos propuesto hacer (leer). Incluso puedes sumar algún factor extra, como traer una taza de café o un cuaderno de notas, si no te resulta complicado. De esta manera, una vez que entremos en el horario, el lugar y el "ambiente" que hemos establecido para nuestra lectura, comenzarla se hará mucho más fácil. Habremos creado un nuevo hábito de lectura.
Juntemos todo lo que hemos concluido entre el post anterior y este. ¿Qué tenemos? El resultado es una distribución de nuestro día en la cual nuestros tiempos libres (u ocupados con actividades rutinarias) estarán dedicados a la lectura bíblica y de buena literatura cristiana de manera regular. Con todo, no nos obsesionaremos tomando un libro en cada minuto libre que tengamos, sino que dejaremos espacio para el descanso y la recreación, con el fin de que nuestro estudio sea más efectivo. Es un plan muy general, pero espero que hayan obtenido al menos alguna idea que les sirva en su propia rutina.
Foto por Freestocks.org en Pexels
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