El pasaje que guía nuestra reflexión hoy es uno de los que hemos leído más frecuentemente, y es clásico dentro de esta fecha de Cuaresma y preparación para Semana Santa. Con todo, a pesar de lo familiar que puede resultarnos, prestémosle atención para beneficio de nuestra vida espiritual porque toca un asunto que nos afecta día a día, incluso momento a momento, como es la tentación, y por extensión, el pecado. Al pastor John Piper se le atribuye la siguiente cita: "Si el pecado derribó al hombre más fuerte, Sansón; al hombre más sabio, Salomón; y al hombre conforme al corazón de Dios, David, entonces puede ser muy astuto, dominarte y derribarte a ti también". Dado que nuestro enemigo se atrevió a tentar al mismo Hijo de Dios, con mucha más razón, nosotros que somos más débiles que el Señor debemos estar alerta y aprender sobre el engaño de la tentación y el pecado.
¿Por qué hablamos de la tentación como un "engaño"? Porque a lo largo de la Biblia es posible ver que esta es una estrategia del diablo para conseguir lo que quiere utilizando la voluntad del ser humano. ¿Cómo lo hace? Nos propone algo deseable a cambio de hacer algo indeseable para Dios, pero sin que estemos plenamente conscientes de esto último. Es un engaño porque es una invitación disfrazada, porque exalta sus "beneficios" y esconde lo que el diablo desea que pasemos por alto: sus implicaciones. Veamos cómo la tentación intentó afectar al Señor, y qué podemos aprender de este encuentro.
La tentación de desconfiar de la verdad de Dios
La primera tentación es quizás la más encubierta entre las tres, pues a primera vista cuesta entender por qué estaría mal para el Señor convertir piedras en pan para saciar Su hambre. Sin embargo, el contexto del pasaje nos puede ayudar un poco. Si leemos qué ocurrió justo antes de que Jesús fuera llevado al desierto, ¿qué encontramos? La escena del bautismo de Jesús; particularmente, con la voz del Padre declarando que Jesús es Su Hijo amado (Mateo 3:16-17).
Por lo tanto, esta es la primera luz roja. Satanás está sugiriendo que Jesús haga algo para asegurarse de algo que ya fue asegurado por Dios. Como nosotros mismos hemos comprobado, en la abundancia y en la bendición no cuesta nada confiar en Dios. Pero Jesús ya no estaba en el Jordán escuchando la voz del Padre; ahora estaba en el desierto, con sol abrasador por el día, y frío durante la noche, rodeado de animales salvajes y peligrosos, solo, quizás cansado y sediento por las malas condiciones de Su ayuno y -ciertamente- con un hambre desesperante. Aquí es más difícil traer a la memoria las promesas y las bendiciones, y es más fácil que aparezcan las dudas, los temores, la desconfianza y la queja. Un buen terreno para que Satanás trabaje.
La segunda tentación también sigue esta línea, con la salvedad de que es mucho más frontal y atrevida. Ambas tienen en común el poner en duda la identidad de Jesús como el Hijo de Dios, pero esta vez, la propuesta de Satanás es que Él se lance desde la cima del templo. De acuerdo al tentador, no hay problema, porque Dios ha prometido en Su Palabra proteger a los Suyos (Salmo 91:11-12); si Jesús es el Hijo de Dios, con mayor razón Él será guardado de todo mal. La protección divina será una demostración espectacular de que Él es el escogido de Dios.
La primera oferta de la tentación, por tanto, es desafiarlo a que utilice Su poder para demostrar quién es; la segunda consiste en convencerlo de que se ponga en peligro para que Su Padre lo demuestre. Ambas tentaciones buscan que Cristo haga algo para comprobar lo que Su Padre acaba de decir. Pero ¿qué hubiera significado esto para el Señor? ¿Cuáles son las implicaciones que Satanás está tratando de disimular? Acceder a cualquiera de las dos tentaciones habría sido pecar de incredulidad; sería como si Cristo dudara de la seguridad de lo que acababa de ver y oír en Su bautismo, como si necesitara tener otra garantía más, aparte de la clara declaración de Dios, para tener certeza.
¿Cuántas veces no hemos visto tentaciones similares en la Biblia? ¿Cuántas veces alguien recibió una promesa de Dios, pero en el camino fue vencido por la duda y terminó haciendo algo para "ayudarle" a Dios o para asegurarse de esa promesa lo más pronto posible? Y a pesar de la abundancia de ejemplos, muchas veces nosotros creemos este mismo engaño: oramos e intentamos confiar en las promesas de Dios, pero somos incapaces de descansar en ellas y terminamos cayendo en la misma trampa de hacer cosas por nuestra cuenta. Es la actitud de Adán y Eva, la de Abraham y Sara, la de Saúl: "Como no estoy seguro de que Dios cumpla, como no veo que Él esté obrando, como Él se está demorando demasiado en cumplir, voy a hacer algo al respecto" -como diría Frank Sinatra- "a mi manera". Cuando tratamos de adquirir bendición y seguridad por nuestra propia mano, estamos pagando ese costo de esta tentación: decirle de frente a Dios que Él no es digno de confianza, y que no podemos creer en Él. Cada paso que tomamos sin fe es un cuestionamiento al Dios que se llama a Sí mismo Fiel y Verdadero.
La tentación de desconfiar de la provisión de Dios
Por otro lado, la primera tentación no sólo consiste en desconfiar del carácter verdadero, sino también del carácter bondadoso de Dios. Recordemos que Jesús no se metió por pura iniciativa Suya al desierto; Él fue llevado por el Espíritu (Mateo 4:1). Esto era un tiempo supervisado por Dios, y planificado por Él, incluyendo el fin del ayuno (notemos el sustento que los ángeles entregan Jesús al terminar este pasaje - v.11). Por lo tanto, intentar conseguir desesperadamente comida, aún en medio del hambre, habría significado salirse de esa confianza; nuevamente, sería poner en duda que Dios lo tenía todo bajo control. Si el Señor hubiera aceptado esta tentación habría cometido, precisamente, el mismo pecado que cometió Israel cuando pasó hambre en el desierto: en lugar de orar y esperar con fe la provisión de Dios, sabiendo que eran parte de Su plan perfecto, este pueblo se desesperó, se quejó a Sus oídos e incluso lo acusó indirectamente de malas intenciones (Éxodo 16:2-3).
Esta oferta de Satanás de obtener lo que es legítimo, lo que es bueno, lo que Dios quiere darnos, pero fuera del esquema y fuera del tiempo divinos, es una que sigue utilizando contra nosotros. Cuando vemos la forma en que el mundo se comporta, haciendo uso y abuso de dones como la comida y la bebida, el dinero, el sexo, la inteligencia y otras cosas que Dios nos ha capacitado para disfrutar, quizás nos sintamos envidiosos de no poder vivir de esta manera. Satanás va a buscar convencernos de que alcancemos lo bueno de Dios fuera de los márgenes de Dios, de que renunciemos al maná que estamos comiendo en libertad, y volvamos a la carne y las verduras de la esclavitud en Egipto. Sin embargo, acceder a esta tentación también es una ofensa al carácter de Dios, Su bondad y Su sabiduría. Es acusarlo de egoísmo, de ser un "aguafiestas" y de no darnos las mejores cosas que podría darnos. Cada vez que somos ingratos y codiciamos lo que se puede conseguir fuera de la voluntad de Dios, estamos dudando de que Él nos ama tanto como dice.
La tentación de desconfiar de la voluntad perfecta de Dios
La última tentación es la más frontal y atrevida de todas. Habiendo sido derrotado en los intentos anteriores, Satanás desiste de tratar de que Jesús demuestre Su identidad de Hijo de Dios, y ya no utiliza la Escritura. Ahora decide mostrar todas las cartas que tiene a su favor para intentar deslumbrar al Señor con lujos, placer, grandeza y bienes. Lo mejor que el mundo tiene para ofrecer, al alcance de la mano del Señor; que por cierto -debemos recordar- está en el extremo opuesto de la vereda. En contraste a toda la abundancia que se presenta delante de Él, Él está en escasez: cansado, hambriento, sediento y solo, lo cual hace la oferta más atractiva. La apuesta sube, pero el costo también. Las implicaciones apenas se disimulan. Sólo tiene que arrodillarse ante Satanás y todo será Suyo.
Esta última tentación es la versión superlativa, definitiva del primer ofrecimiento. Ahí la tentación era conseguir un poco de pan para saciar el hambre; ahora, Satanás le ofrece el mundo entero. La apelación ya no es sólo al estómago; también es a los ojos, a la mente y al corazón. Esto es lo que hace el engaño distinto, pues ya no se trata de obtener solución para una necesidad específica; acceder implica hacer una elección de vida. Para Jesús, esto habría significado tomar un atajo, y caminar por un camino distinto y mucho más fácil que el de la Cruz, evitando el sufrimiento. Sería tirar tras de Sí el plan que Dios tenía para Su vida, para escoger el rumbo Él mismo. Y el sello de este "darle la espalda" a Su misión habría sido la insultante acción de humillarse ante la criatura que Él mismo creó.
Salvando las diferencias, existe una versión de esta tentación a la cual nosotros también nos enfrentamos constantemente. Esta es la trampa de la auto-adoración y la auto-determinación. Satanás ya no se muestra tan evidente como lo hizo en esta ocasión, pero sigue mostrándonos el resplandor de todas las cosas increíbles de este mundo, con un fin particular: que le demos la espalda a Dios y nos sentemos nosotros mismos en el trono de nuestras vidas. Ya no es tan explícito como para decir "todo esto te daré si te postras y me adoras", pero trata de hacer algo equivalente: que nos convirtamos a nosotros mismos en el objeto de nuestra adoración y en los señores de nuestro destino, renegando así del plan que Dios tiene para nosotros, y del estilo de vida al que nos ha llamado.
Las dos defensas
¿Cómo fue que Jesús venció estas tentaciones? Hay dos factores que fueron claves en Su respuesta al enemigo.
En primer lugar, Jesús esgrimió Su conocimiento de Dios por medio de la Escritura. La respuesta a las tres tentaciones tiene una sentencia común: "Escrito está". Por medio de lo que aprendió estudiando la Palabra de Dios, Él fue capaz de ver a través del engaño del enemigo, y no pasar por alto las implicaciones que tenía cada oferta satánica. Si convertir piedras en pan significaba dudar de la provisión de Su Padre; si lanzarse al vacío significaba poner a prueba maliciosamente al Padre, y si elegir la gloria de este mundo implicaba adorar a algún otro que no fuera Su Padre, entonces no lo haría, porque la Escritura da una voz de alerta contra estas cosas, y las prohíbe. De la misma forma, haríamos bien en leer, estudiar y conocer el testimonio que Dios nos ha dejado en Su Palabra, especialmente sabiendo que Satanás puede intentar engañarnos haciendo un uso sutil y torcido de ella. Si conocemos la verdad, podremos reconocer la mentira.
Por otra parte, debemos recordar que la tentación no es un asunto meramente intelectual. ¿Cuántas veces nuestra mente ha descubierto el engaño, pero nuestra voluntad se ha rendido a la satisfacción? La propuesta del enemigo apunta principalmente a nuestro corazón, y es ahí donde podemos ver la capa de defensa más sólida del Señor frente a ella. Él no sólo se afirmó en la verdad, sino que en cada tentación también probó Su devoción a Dios. Detrás de cada respuesta escritural, había convicción, fe y adoración. El Señor se negó a saciarse fuera del tiempo y el modo de Dios, porque Su hambre de hacer la voluntad del Padre y Su sed de justicia eran mayores. Se negó a poner Su vida en riesgo porque Su temor y reverencia a Dios eran más grandes. Se negó a actuar en desconfianza porque creyó en la fidelidad de Su Padre y la suficiencia de Su Palabra. Y se negó a tomar el camino fácil para ganar el mundo, porque negarse a Sí mismo y cumplir la misión que el Padre le había encomendado era el todo de Su vida. ¿Es esto realidad en nuestro caso también? Si no, tomemos la decisión de acercarnos más a Dios, y amarlo más cada día, para que esa fe tan férrea que demostró nuestro Señor también sea una fortaleza para nosotros en el día de la tentación.
Ya que hoy en día estamos expuestos a tentaciones similares a las que enfrentó el Señor, entonces aprendamos de Su ejemplo para salir victoriosos ante la prueba, como Él lo hizo.
A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)
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