La Entrada Triunfal
La lectura en este día nos lleva a la famosa “entrada triunfal” de Jesús en Jerusalén, lo que actualmente conocemos como el Domingo de Ramos. Más allá de lo pintoresco de las ramas de palmera, que son tan típicas de Semana Santa, o que bien podríamos asociar a nuestras Escuelas Dominicales de la infancia, hay varios aspectos de este relato que lo hacen muy especial, cuando nos detenemos a pensar en él.
Primero, tenemos a Jesús. Un Jesús que –durante la mayor parte de Su ministerio- ha reforzado lo que suele llamarse el “secreto mesiánico”, es decir, la decisión de no revelarse abiertamente como el Mesías. Ahora, Él se da a conocer en grande, y después de años caminando de un lado a otro con Sus discípulos, marca la diferencia montando en un burrito. Este acto, como bien sabemos, no fue al azar: Él escogió esta entrada a propósito "para que se cumpliese lo dicho por el profeta", en este caso, Zacarías (9:9). A través de esta acción, el Señor se está declarando a Sí mismo como el Rey esperado por el pueblo de Israel, quién habría de llegar a Jerusalén –la "hija de Sión"- precisamente de esta manera.
Por otro lado, tenemos a las personas. Los Evangelios nos describen una multitud bastante diversa, que incluye desde discípulos que conocían desde hace tiempo a Jesús y venían a celebrar la Pascua desde Galilea (Lucas 19:37), hasta algunas personas que apenas habían escuchado del milagro de Lázaro en las cercanías de Jerusalén (Juan 12:17-18). La mayor parte de ellos, no obstante, estaba en la misma sintonía de Jesús. Captaron de alguna manera rudimentaria lo que el Señor estaba anunciando, y reaccionaron arrojaron sus mantos delante de Él, una acción que cuando el Antiguo Testamento registra, lo hace precisamente en el contexto del reconocimiento de un rey (2 Reyes 9:13). Las ramas y las palmas que eran propias de la alegre Fiesta de los Tabernáculos (Deuteronomio 16:13-14; Levítico 23:40-43) también hicieron su aparición para honrar a Jesús. La expresión Hosanna (del hebreo "Salva ahora") que eleva la multitud se registra en los Salmos como una súplica (Salmos 118:25, RV60), pero con el paso del tiempo terminó convertida en una aclamación gozosa, más o menos como gritar "¡Viva el Rey!". Finalmente, la forma en que las personas proclaman ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!" (Marcos 11:9-10) nos deja poco lugar a dudas. Esto es prácticamente una coronación, y todo desborda alegría y celebración. Jesús, como pocas veces en Su vida terrenal, recibe todo esto y se niega a callarlo; es una ocasión tan especial, que si las alabanzas humanas se acabaran, las piedras terminarían proclamándolo (Lucas 19:39-40).
"Júbilo de Rey"
Lo que está sucediendo en este Domingo de Ramos recuerda, de alguna manera, lo que había sido profetizado de Israel hace mucho tiempo: "Jehová su Dios está con él, y júbilo de rey [hay] en él" (Números 23:21). Nos cuesta entender un concepto como este, debido a nuestra distancia cultural con Israel; no pertenecemos a una “cultura de honor” como los países orientales, ni tuvimos una monarquía propia de la cual sentirnos orgullosos, como algunos países europeos. Sólo dependemos de los relatos del Antiguo Testamento para darnos una idea de lo que significaba este "júbilo".
En la antigüedad, tener un buen rey significaba tener dirección como pueblo, victoria sobre los enemigos, buena administración de justicia y de recursos. En el contexto específico de Israel, además, el rey era el "ungido de Jehová", y recibía Su guía y poder para gobernar. Un líder capaz era un motivo de gozo: "Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra" (Proverbios 29:2).
Pero aún por sobre todo esto, para los judíos la figura del Mesías era sinónimo del máximo anhelo cumplido, una esperanza brillante en medio de la sombra de la opresión extranjera, una muestra de que Dios no se había olvidado de Israel a pesar de toda su infidelidad. Cristo era la respuesta al Hosanna, el que vendría a traer la salvación y la bendición del Señor. ¿Cómo no iban a gozarse los que estaban contemplando Su llegada con sus propios ojos?
Una simple pregunta
Todo esto nos lleva a una simple pregunta: ¿tienes tú esta clase de alegría –el júbilo del Rey- en tu vida? O lo que es lo mismo, ¿has pensado lo que significa que Jesús haya venido a tu vida?
Si no, hoy es un buen día para hacerlo. Quienes vieron a Jesús entrar por esas puertas tenían una imagen borrosa de quién era Él. Estaban gozosos porque creían estar recibiendo a un Rey que les daría grandes victorias sobre sus enemigos, reuniría de nuevo al país y extendería los límites de su territorio por el mundo conocido. Pero tú y yo hoy tenemos muchas más razones para alegrarnos, porque sabemos que hemos recibido mucho, mucho más que eso. El Rey los venía a liberar a ellos, y a nosotros, no de una opresión política, sino de una mucho más terrible: la opresión espiritual del pecado. No venía a vencer enemigos humanos como el Imperio Romano, sino a uno mucho más grande, y que tenía el imperio de la muerte: el diablo (Hebreos 2:14). No lucharía con armas y potencia de guerra, sino que obtendría la victoria entregando Su propia vida en sacrificio (Isaías 53:10-12). Este Rey es uno que no extendería Su Reino por medio de conquistas y derramamiento de sangre; tal como lo profetiza el Salmo 72, lo haría cautivando a las naciones con Su amor y misericordia:
"Todos los reyes se postrarán delante de él;
Todas las naciones le servirán.
Porque Él librará al menesteroso que clamare,
Y al afligido que no tuviere quien le socorra.
Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso,
Y salvará la vida de los pobres.
De engaño y de violencia redimirá sus almas,
Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos."
(Salmo 72:11-14, RV60)
Hoy, tú y yo tenemos un Rey que nos ama, que ha ganado cada batalla y nos ha dado todas esas victorias como nuestra herencia: "En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). Nuestro Rey está sentado en el trono, y está en control de todo, pero a pesar de Su grandeza y majestad, ha prometido estar cerca de nosotros para siempre (Mateo 28:20).
Aquellos que lo recibieron en Su llegada a Jerusalén se gozaron ¿Cómo no hemos de gozarnos nosotros que lo hemos recibido en nuestro corazón? Que en este día, el Señor nos conceda el gozo que viene de conocerle y amarle, para que el mundo no pueda evitar reconocer que hay un "júbilo de rey" en nosotros.
A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)
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