17 de junio de 2022

Cómo Usar la Vida de un Pecador para un Propósito Santo


[Puedes acceder al archivo completo de sermones aquí]


Así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos 6:19)

Leyendo en el libro de Romanos, en esta sección que habla del contraste entre la antigua vida de pecado y la nueva vida en Cristo, encontré este pasaje que me llamó fuertemente la atención por el énfasis que hace la repetición de la palabra “así”: “así como… así ahora”. La idea es que así como habíamos dedicado nuestros cuerpos (“vuestros miembros”) para el servicio del pecado (esto es, de la carne o naturaleza caída), así ahora tenemos que dedicarlo para el servicio de la justicia (es decir, de la vida cristiana). Pablo establece una especie de equivalencia entre ambos estilos de comportamiento: la misma disposición que teníamos antes para hacer lo malo, debemos tenerla en el presente para hacer lo bueno. O más gráficamente, si antes usamos todas nuestras fuerzas para correr hacia la meta del pecado, ahora tenemos que dar la vuelta y correr en la dirección contraria, pero al mismo ritmo.


Renovación de la vida completa


Ahora, ¿apunta este mandamiento sólo a nuestro actuar visible (lo que hacemos con el cuerpo) o Pablo tiene algo más en mente aquí? En primera instancia, y si solamente consideramos este versículo, podríamos pensar que el apóstol está pensando efectivamente en el comportamiento público, especialmente en los pecados más evidentes que se cometen con el cuerpo, como la inmoralidad sexual, la violencia o el robo. Quizás, con un poco de esfuerzo, podríamos incluir otros pecados que también caen en esta categoría, como la mentira y el insulto, que son concretados con ese pequeño (pero problemático) miembro de nuestro cuerpo que es la lengua (Santiago 3:5-6). Quizás, desde esta perspectiva, no es tan difícil cumplir el desafío.

No obstante, tenemos que preguntarnos de nuevo… ¿deberíamos enfocarnos únicamente en ser “buenos cristianos” en lo visible? ¿Que hay de todo lo demás -nuestros pensamientos, decisiones, actitudes, afectos, etc- que no cae en esta categoría? ¿Es posible vivir una vida santa -como confiaban los fariseos- con sólo hacer buenas acciones? El simple hecho de tener este punto en común con el grupo que Jesús tanto criticó ya debería encender una luz de alarma. Efectivamente, Dios quiere mucho más que una santidad enfocada en lo exterior. Cuando leemos el contexto de este pasaje, y lo que el resto del Nuevo Testamento tiene que decirnos acerca de la nueva vida, el desafío se complica. Sólo en este capítulo 6 de Romanos, Pablo nos dice tres veces que nuestra relación con Jesús implica que debemos andar en una vida nueva en todo el sentido de la palabra; completamente consagrada a Dios al igual que la vida que el Señor vive después de haber resucitado (Romanos 6:4, 10-11, 13). Pedro, por otra parte, también habla de nuestra entrega en términos muy amplios:

Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:14-16)

Podríamos volver también con Pablo, que expresa una idea similar a los corintios:

y [Cristo] por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. (2 Corintios 5:15)

En efecto, la entrega que Dios desea para nosotros incluye, además de nuestras acciones externas, todo lo que somos internamente. Por lo tanto, cuando Pablo nos dice que dediquemos nuestro cuerpo para el bien (la justicia), esto es sólo una expresión específica de la actitud general de entrega que debemos tener hacia la nueva vida que debemos vivir para el Señor, quien murió y resucitó por nosotros. Con la misma intensidad con la que perseguimos el pecado antes en cuerpo y alma, así mismo debemos dedicarnos a la vida cristiana con todo lo que somos.


Un mandamiento para pecadores como yo


Ahora, puede que no nos identifiquemos mucho con estas imágenes de correr hacia el pecado o poner nuestros cuerpos a su disposición. A primera vista, todo esto parece identificar a un pecador consumado, alguien que ha tenido un pasado turbulento y sumergido en vicios. Sin embargo, cuando seguimos la lectura de Romanos desde el principio hasta este punto del capítulo 6, Pablo ya nos ha convencido de que él está hablando precisamente de nosotros. La forma en que cada uno lo expresa es diferente, pero toda persona -ya sea que lo admita o no- está completamente dominada por el pecado antes de ser creyente (mientras que Romanos 3:12 ya señala enfáticamente cuán extendido está el pecado en nosotros -“no hay quién haga lo bueno, no hay ni siquiera uno"- el capítulo 6 habla constantemente de su poder opresivo, usando conceptos como “reinar”, “señorear” y “esclavizar” en Romanos 6:6, 12, 14, 16-17, 20; cf. Juan 8:34). Más aún, aunque nuestra vida pasada no se vea como la vida de un(a) gran pecador(a), el simple hecho de vivir para nosotros mismos (algo que parece tan neutral y que todos hacemos por naturaleza) también cae en esta categoría de pecado, pues equivale esencialmente a una vida de idolatría, donde Dios no tiene el primer lugar, sino yo; donde no se hace Su voluntad, sino la mía. De acuerdo al pasaje de 2 Corintios que leímos, uno de los propósitos del Señor es precisamente liberarnos de este estilo de vida de adoración de nosotros mismos que tuvimos en el pasado:

y [Cristo] por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí “ (2 Corintios 5:15)

Todos, sin distinción, venimos de este pasado de esclavitud al pecado, en una forma u otra. Todos vivimos alguna vez para complacernos a nosotros mismos. Por lo tanto, si antes de seguir a Cristo nos habíamos entregado por completo a este estilo de vida, ahora -dice Pablo- no podemos estar a "media máquina": tenemos que hacer el mismo ejercicio de dedicarnos totalmente a la nueva vida.


Misma intensidad, nuevos propósitos


De esta manera, entregarse de la misma forma como nos indica el texto base pasa por entregarnos tal como lo hicimos antes a nuestro propio proyecto de vida: con todo lo que somos, involucrando desde nuestro comportamiento hasta nuestros pensamientos. Si miramos el versículo, antes que todo, este sugiere un mismo nivel de intensidad, pero lo que hemos reflexionado hasta ahora también se traduce en un mismo nivel de compromiso. En otras palabras, no sólo todos mis afectos, sino todo lo que soy y todo lo que tengo -que antes estaba dedicado al pecado y a mis propios fines- ahora debe ser re-invertido y re-direccionado para vivir para Dios.

¿Cómo se ve esto en la práctica? ¿Cómo se ve la vida de alguien que vive la vida cristiana con la misma intensidad con que vivió en el pasado? Me parece que Dios nos dejó una buena ilustración de este principio en la misma persona que escribió el pasaje: Pablo. Él fue bastante consecuente con lo que predicó y enseñó, de manera que podemos observar en su vida la aplicación de esta nueva entrega. Veamos tres formas específicas en que esto sucedió:

1. Pasión

Decir que el apóstol Pablo era una persona apasionada es algo que casi raya en lo obvio. Lo podemos ver en su vida antes de ser llamado: él mismo se describe siendo “en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia” (Filipenses 3:6). En otras palabras, la medida de su pasión era la intensidad con la que estaba dispuesto a perseguir a los cristianos. Por sus convicciones, estaba dispuesto a investigar casa por casa, incluso viajar a otras ciudades si era necesario, para acabar con la iglesia (Hechos 8:3; 9:1-2; 26:11). Él mismo admite no sólo haber sido perseguidor, sino injuriador y blasfemo con respecto al nombre de Jesús, por el gran odio que tenía por esta secta cristiana, y el gran celo que tenía de su propio Judaísmo (1 Timoteo 1:13; Hechos 26:9). Sin embargo, al conocer al Señor, este mismo hombre redireccionó su pasión a su nuevo propósito de vida, y con el mismo celo que antes persiguió, terminó evangelizando más de la mitad del Imperio Romano (Romanos 15:19).

Pablo ilustra, por lo tanto, este primer aspecto de la nueva entrega: si antes teníamos celo y pasión por nuestra satisfacción personal, por nuestros propios proyectos y metas, ahora esa misma intensidad debe ser redireccionada a nuestra vida en Cristo, y a perseguir Sus propósitos y Su voluntad.

Bien podríamos preguntarnos en este punto: ¿Estoy sirviendo a Dios con toda mi pasión o hay cosas, de antes o de ahora, que me apasionan más que Su causa? ¿Compite algún pasatiempo u ocupación por el primer lugar entre mis intereses? ¿Se puede ver ese celo en mis prioridades, y en mi forma de distribuir el tiempo? ¿Se distingue ese entusiasmo en mi conversación, y en mi forma de relacionarme con otras personas?

2. Capacidades

Pablo era una persona que había tenido una buena formación, y gozaba de una cierta situación privilegiada para su tiempo, como él mismo describe: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres", "hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (Hechos 22:3; Filipenses 3:5). Él tenía, por decirlo así, lo mejor de dos mundos: sabía griego y hebreo, tenía instrucción tanto en la cultura judía como helénica y tenía una posición favorable como fariseo y como ciudadano romano. No obstante, todas estas cosas que antes formaban parte de su currículum para su propio provecho, pasaron a formar parte del arsenal del Reino de Dios: le permitieron abrirse puertas en los círculos sociales más altos hasta llegar al emperador en Roma (Hechos 25:12), y le permitieron establecer puentes en todo lugar con gentiles y compatriotas, citando a poetas paganos para predicarle a los gentiles (Hechos 17:28), usando su hebreo para dar testimonio de su conversión ante los judíos (Hechos 22:2) y aprovechando su conocimiento de las Escrituras para debatir con ellos y convencerlos de la verdad (Hechos 17:1-4; 18:4; 19:8, etc.).

El apóstol ilustra así una segunda forma de entrega: así como antes nuestras capacidades y recursos nos servían para fines propios, así ahora debemos hacer uso de ellos para la causa de Cristo.

Piensa: ¿Hay algún talento que destacara en tu vida pasada, antes de conocer al Señor, que podría ser útil en el Reino en este momento? Si la respuesta es “sí”, ¿lo estás ocupando? ¿Hay alguna necesidad en tu iglesia, o en las personas a tu alrededor, que podría ser suplida con alguno de los recursos que Dios te ha dado en abundancia? ¿Hay alguna posición u oportunidad que Dios te haya dado, que podría servir para abrir puertas al Evangelio donde estás?

3. Historia

Antes de ser Pablo, Saulo llevaba de cerca su “contabilidad” de vida, su historial de victorias. Lo podemos notar en los versículos que hemos citado, y en la forma en que él describe su confianza en sus méritos, especialmente en relación con su posición dentro del Judaísmo: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”, “yo soy fariseo, hijo de fariseo", “yo desde el principio [...] conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo” (Filipenses 3:4-6; Hechos 23:6; 26:5). Sin embargo, luego de conocer al Señor, todo esto que era ganancia para él (Filipenses 3:7) y funcionaba como combustible para alimentar su propia justicia, pasó a convertirse en un poderoso testimonio a favor del Evangelio, dando cuenta que un hombre de grandes estudios aceptaba la verdad de la Resurrección, y que este mismo hombre, celoso de la ley y justo de acuerdo a ella, se reconocía a sí mismo como equivocado, culpable y pecador por haber perseguido a Jesús.

Esto nos demuestra un tercera forma de entregarnos a la nueva vida: así como antes registrábamos nuestra trayectoria y nuestros logros para levantarnos a nosotros mismos, ahora podemos tomar nota de nuestra historia -fracasos y debilidades incluidas- para honrar a Cristo, y darlo a conocer.

¿Hay alguien a tu alrededor que podría aprender de tus lecciones de vida? ¿Hay alguna persona hostil al Evangelio que quizás podría empatizar con tus luchas y tus debilidades? ¿Hay alguien triste que podría recibir consuelo y esperanza al saber cómo Dios ha sanado tus heridas? ¿Hay alguien comenzando en la fe que podría ser fortalecido por tus experiencias y aprendizajes del camino?

- - -

Aunque estas expresiones de entrega que hemos visto son muy variadas, el principio que ilustran es el mismo: si antes entregamos todo lo que eramos y lo que teníamos para nuestra propia gloria, ahora entreguémonos en la misma medida -todo lo que somos, todo lo que tenemos- por la gloria del Señor.

Esto no es sólo un llamado al ministerio, sino a una vida cristiana integral, en el trabajo, en el hogar, etc. disponiendo y entregando todo lo que fuimos alguna vez para Dios, para que Él lo use en Su Reino, en propósitos grandes y sencillos, y para beneficio quienes nos rodean. Es un llamado a redireccionar nuestra adoración desde nosotros hacia Jesús, de manera que la pasión que antes tuvimos para cosas sin provecho eterno, ahora abunde en frutos permanentes para Aquel que nos llamó a la nueva vida.





A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60)
Foto por Rachel Claire en Pexels



¡Comparte este post!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario