23 de noviembre de 2013

Un examen a la persona del otro lado de la pantalla (Parte 1)


Para mí, y creo que para varios de ustedes, es “pan de cada día” ser espectadores de discusiones a través de las redes sociales. Se debaten los temas más variados, desde los más triviales (como las distintas opiniones sobre un tema musical o hacia qué lado debe girar el papel higiénico), hasta los más trascendentales (como la existencia de Dios), pasando por un amplio abanico de posibilidades (política, sistemas operativos, dibujos animados, etc).

Otra cosa que es común de ver en estas situaciones es la reacción de las personas al defender su postura. Rápidamente, los argumentos inteligentes se esfuman para dar paso a las risas y a las burlas (estructura típica: cita de la argumentación contraria seguida de “LOLOLOL”, “ROFLOL”, “xDDD”, etc), luego a los ataques personales y acusaciones de estupidez/ceguera/retardo mental/[inserte descalificación preferida aquí] y en algunos casos, a dejar de lado completamente el tema para darle espacio al resto del arsenal de insultos.

Antes de reflexionar en nuestros propios campos de batalla (la existencia de Dios, el cristianismo frente a otras creencias, etc.) quiero dejar de manifiesto que no podemos poner a todos los escépticos (para utilizar la palabra más general) en un “mismo saco”. De vez en cuando, podemos encontrar personas que tienen la capacidad de dialogar respetuosamente y estar abiertos al intercambio de ideas a pesar de no estar de acuerdo con nosotros, y eso vale la pena destacarlo. Sin embargo, es muy común que nos topemos con la otra cara de la moneda, y es en estos casos en que quiero llevarlos a reflexionar en qué es lo que hace que una persona, esa persona al otro lado de la pantalla, no pueda dialogar con nosotros o entendernos fácilmente cuando se trata de temas de fe. Mi respuesta a esa pregunta apunta a la condición, la situación de cada persona en dos áreas principales. Por espacio, sólo trataré una de ellas en esta primera parte.


Condiciones naturales/emocionales

Si miramos un momento a la ciencia del cerebro, nos podremos dar cuenta de que en mayor o menor medida, los temas controversiales o que van en contra de nuestra posición producen en nosotros respuestas poco agraciadas. La química de lo que sucede en nuestra cabeza nos lleva a un bloqueo: en situaciones de stress, miedo o desconfianza, el centro de procesos ejecutivos como el razonamiento, la negociación y la empatía se cierra, y da paso a otra área del cerebro que controla funciones más instintivas y básicas, como la de huir o enfrentarse a un peligro. Esta es la razón por la que una persona tiende a ponerse en “modo de defensa” frente a un debate, cuando no puede regular esta respuesta interna.

Más aún, cuando “ganamos” una discusión, nuestro cerebro también produce dos neurotransmisores que nos hacen “sentir bien”, de ahí que tendamos continuamente a orientarnos a nuestros propios objetivos, en lugar de resolver un problema o llegar a algún acuerdo.

La química de nuestros cerebros es algo que todos tenemos en común como humanos, pero -volviendo al tema de los debates con respecto a la fe- puede que esta respuesta se vea potenciada por experiencias de vida que nos hacen menos sensibles aún a determinados temas.

Por tomar un ejemplo, Alex McFarland, en su libro “10 Respuestas para ateos”, distingue diez tipos de ateos diferentes, en base a las características distintivas de su postura. El punto es que, en varias ocasiones, es su historia personal la que los ha llevado a oponerse al cristianismo: han experimentado conflictos, incomprensión o hipocresía siendo parte de una congregación, se han visto enfrentados al problema del sufrimiento y de la maldad en el mundo… la lista podría extenderse. Si combinamos la tendencia natural al modo de defensa con motivaciones emocionales profundas como estas, es comprensible que se den las situaciones que hemos mencionado anteriormente.

Por razones como estas, debemos comprender que en muchos casos la persona que está al otro lado de la pantalla debatiendo con nosotros, no es precisamente una “tierra fértil” para las ideas que estamos compartiendo con ella. Partiendo por su condición humana, y pasando por sus experiencias de vida, puede ser que estas condiciones la hagan mucho menos receptiva a otros puntos de vista. Por ello, considerar estas situaciones es un buen punto de partida para intentar comunicarnos de una manera más efectiva.

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