16 de marzo de 2023

El Poder de una Nueva Humanidad


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"Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre." (Efesios 2:11-18)


El cantante y pastor Marcos Vidal escribe, en una de sus canciones, las siguientes líneas:

Antes les llamaban nazarenos, después cristianos
Hoy no saben ya cómo llamar a cada grupo, hay tantos....
Antes al mirarles se decían: ¡Ved cómo se aman!,
hoy al contemplarles se repiten: ¡Ved cómo se separan!.
¿Quién sabrá quien de ellos tiene la verdad?
Cómo ha conseguido el enemigo robarnos el terreno,
hemos comenzado a hacer murallas olvidando lo primero.
Que no hay cristianismo verdadero detrás de una careta,
si no reflejamos a Jesús, perdemos nuestra meta.” [1]


Esta canción fue publicada en un disco hace treinta años, y ya daba cuenta de una realidad que en lugar de ir disminuyendo, ha ido aumentando con el tiempo. Cada vez, parece que hubiera más divisiones y menos unidad entre nosotros los creyentes, y eso es algo que no pasa desapercibido ante los ojos de las demás personas. Si el mundo alrededor está crecientemente destacando el valor de cada uno como individuo, realzando lo que "hace único a cada uno", motivando a cada persona a que sea más independiente y que marque más distinciones con los demás, ¿qué esperanza puede tener la persona que está en busca de una comunidad si la iglesia sigue exactamente ese mismo camino? Más aún, ¿qué esperanza tiene el mismo creyente que necesita de una familia en la fe, si la iglesia no es más que un conjunto de partes que están continuamente en tensión, en luchas visibles y en murmuraciones privadas?

En la lectura de hoy, no obstante, Dios nos presenta un panorama muy diferente que define lo que la Iglesia es en realidad, y que traza el camino de lo nosotros deberíamos ser en la práctica. Tal como nos recuerda el conocido Salmo 133 que entonamos de vez en cuando (“Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía”), seremos grandemente bendecidos, y seremos bendición para otros, si prestamos atención a la exhortación de Su Palabra.


Reconciliados en Cristo


En la carta que Pablo escribe a los Efesios, y luego de recordarles la gracia que Dios había extendido hacia ellos para su salvación (Efesios 2:1-10), él los invita a recordar otro motivo de gratitud y humildad: el hecho de que ellos -siendo gentiles, es decir, no judíos- habían sido convertidos en el pueblo, la comunidad de Dios.

Esto no era un tema menor. El estado natural de los oyentes de Pablo era haber nacido en una cultura extraña a todo lo relacionado con el verdadero Dios, con la comunión, las promesas, y la esperanza que viene de Él. Por esta razón, el apóstol les recuerda que antes estaban “alejados”, en comparación con los judíos, que estaban “cercanos”. Como si acercarse a Dios no fuera suficientemente difícil en estas condiciones (todo aquel que quisiera hacerlo tenía que volverse un prosélito, es decir, tenía que pasar el proceso para convertirse en judío, incluyendo la circuncisión) el mismo pueblo de Dios no veía con buenos ojos a los gentiles, haciendo más difícil este acercamiento.

Para un judío, los gentiles pertenecían prácticamente a otra categoría humana inferior (por eso la denominación despectiva “incircuncisión”, v. 11). Dios les había encomendado “la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4), pero estas cosas pronto pasaron de ser un privilegio a un motivo de orgullo (cf. Romanos 2:17-20), y desde aquí, a un motivo de menosprecio hacia quienes no tenían esta condición. De hecho, una de las gratitudes diarias en la oración de un judío era precisamente no haber nacido un gentil [2] [3]. La actitud de los gentiles hacia ellos no era muy distinta: las leyes de alimentación, las leyes de pureza ceremonial, la práctica del día de reposo y otras reglas que protegían a Israel de la influencia pagana también causaban que ellos fueran vistos con antipatía, y la actitud judía hacia ellos sólo alimentaba más la tensión entre ambos grupos. Esta separación es bien ilustrada por una imagen que probablemente estaba en la mente de Pablo al escribir a los efesios: en el templo de Herodes, existía una muralla que separaba el “atrio de los gentiles” de las zonas más altas y más cercanas al templo mismo; ningún gentil podía cruzarla a riesgo de perder su vida [4]. Esto era la demostración gráfica de la realidad cultural, y en última instancia, espiritual: los judíos estaban cerca; los gentiles lejos.

Es en este contexto que Pablo proclama un segundo beneficio poderoso de la cruz de Jesús: no sólo los gentiles han sido salvos por gracia, sino que, como un conjunto, han sido acercados a Dios y han llegado a ser parte de Su pueblo. Por medio de Su sacrificio, el Señor canceló la ley como la forma de llegar hasta Dios, la cual mantenía cerca a los judíos y lejos a los gentiles, y así hizo caer la “pared intermedia de separación” que existía entre ambos pueblos y borró cualquier base para la hostilidad entre ellos (vv. 14-15). El camino hacia Dios ya no pasa por el templo ni los sacrificios; ahora, el mismo Hijo de Dios es el camino (Juan 14:6), de manera que tanto judíos como gentiles pueden acercarse libremente y sin distinción. Más aún, increíblemente, por el sacrificio de Jesús, todos los que creen en Él vienen a formar parte de una nueva humanidad (“un solo y nuevo hombre”, v. 15), una nueva creación, donde ya no existen los conceptos de gentil o judío. Los que establecen una relación vital con el Señor por medio de la fe, los que están “en Cristo”, son uno en Él. Ya no hay más murallas. “Él”, como dice Pablo, “es nuestra paz” (v. 14).


Una nueva humanidad... ¿o no?


Este último principio espiritual es tremendamente poderoso, porque no sólo asegura que las barreras entre judíos y gentiles han desaparecido, sino que -en efecto- implica que cualquier otro tipo de barrera entre creyentes tampoco tiene lugar. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, declara Pablo en Gálatas 3:28. Ni la raza, ni la condición económica o social, ni el sexo, ni ningún otro criterio tiene el poder de hacer divisiones entre aquellos que hemos entregado nuestra vida a Jesús, porque la Iglesia es esta “nueva humanidad” donde Él es el todo; donde -por más distintos que seamos- todos hemos sido igualmente reconciliados con Dios en Él, mediante Su único sacrificio (v. 16) y accedemos al Padre por medio del mismo Espíritu que fue derramado sobre cada uno sin distinción (v. 18). Como Pablo recordará más adelante a los efesios, nosotros compartimos “la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu... una misma esperanza de [n]uestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:3–6). Espiritualmente no hay privilegios ni distinción en nada, por lo que no hay base para divisiones… o al menos no debería haber.

El hecho de que este último versículo citado forme parte de la exhortación práctica de Pablo a sus lectores (“Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados… solícitos en guardar la unidad del Espíritu”, Efesios 4:1, 3) nos indica -o nos confirma, más bien- el problema que surge del potencial que tenemos las personas en todo tiempo y lugar de encontrar nuevos motivos para dividirnos entre nosotros y crear nuevas “paredes de separación”. No sólo en Éfeso y sus alrededores Pablo tuvo que recordar esta verdad espiritual: los Corintios también estaban teniendo problemas de división; en este caso, en base a preferencias de liderazgo. Pablo los acusa de haber cambiado la gran verdad de que Cristo es nuestra paz, y que somos una sola nueva humanidad, simplemente por nombres humanos: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:12–13) [5]. A través de sus favoritismos, ellos estaban poniendo el nombre de sus líderes por encima del Nombre del Señor que los había unido en un solo cuerpo. ¿No les parece una situación familiar?


El costo de la división


Tristemente, los cristianos no hemos mejorado mucho desde entonces hasta ahora. Tal como leíamos en las palabras de Marcos Vidal, hemos encontrado una variedad de motivos para separarnos. Nos dividimos por tener distintos énfasis de teología, distintas formas de practicar la fe, distintas opiniones políticas, e incluso hemos caído -inconsciente, hasta conscientemente- en el grosero error de hacer distinciones por raza, condición económica o nivel intelectual dentro de la iglesia. Pero ¿nos damos cuenta de lo que estamos haciendo? Pablo es muy enfático al expresar que esta unidad de los creyentes tuvo un alto precio: costó “la sangre de Cristo” (v. 13). Costó Su vida [6] Cuando ponemos en alto nuestras diferencias menores como un motivo válido de división, nos estamos rebelando abiertamente contra el propósito de Aquel que rompió las paredes de separación. Haciendo distinciones entre nosotros, estamos negando la realidad de la “nueva humanidad” que Él creó. Cuando nos negamos a proteger “la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”, estamos ofendiendo al Espíritu y nos estamos oponiendo al mismo Cristo que es “nuestra paz”.

El camino de la unidad


¿Qué debemos hacer, entonces? La exhortación de esta mañana es a considerar bien qué estamos haciendo por la unidad de nuestra comunidad de fe, la parte de la Iglesia de la cual somos responsables. Hoy en día, en nuestro mismo país, tenemos delante nuestro un panorama político y social que puede tentarnos a levantar banderas de distintos colores, en la medida que apoyamos las causas que nos identifican y combatimos aquellas causas que son opuestas. Sin embargo, como ya hemos visto, cada vez que levantamos esas banderas por encima de la causa de Cristo, estamos trabajando en contra de la unidad del Espíritu.

Si Cristo derribó las paredes divisorias entre todo creyente, entonces ninguno de nosotros tiene el derecho de poner una pared nueva en su interés de promover una causa personal. Si bien como personas podemos tener nuestras formas de pensar e intereses particulares, espiritualmente sólo hay una causa que puede ser visible en la Iglesia, y esa es la causa de Cristo. Mientras que las personas que no creen en el Señor defienden sus ideales a toda costa, rompiendo relaciones con aquellos que piensan distinto, en la “nueva humanidad” de Dios no debe ser así. Con todas nuestras diferencias, posturas y características individuales, entre nosotros ya no hay barreras; Jesús ya las rompió todas. En Él ya no hay mapuche, ni haitiano, ni chileno; no hay progresista ni conservador, no hay izquierdista ni derechista; no hay distinciones entre personas cultas ni ignorantes, ricos ni pobres, anglicanos ni pentecostales; sólo hay nuevas criaturas, miembros de la familia de Dios. Aquellos que han reconocido que son pecadores perdidos, y han sido salvos únicamente por haber aceptado la gracia de Dios (Efesios 2:1-10) se saben miembros de un cuerpo donde no hay divisiones de ninguna clase. Para ellos Cristo es el todo que está en todos: cualquier otra causa la rinden a Sus pies, la dejan en segundo lugar, para honrar Su propósito de que Su cuerpo esté unido en amor.

Pablo exhortó a la iglesia de Éfeso a comportarse de una manera digna de esta obra del Señor ¿Estamos nosotros a la altura de lo que somos, la “nueva humanidad” creada en la cruz, o seguimos causando divisiones en lo que debería ser un solo cuerpo? Dios nos ayude a romper con la lamentable situación de la que habla nuestro hermano Marcos Vidal, y que realmente podamos reflejar al mundo a Jesús -un Jesús que no está dividido.





Notas

[1] Marcos Vidal, “Cristianos”, en su disco Nada Especial (Nuevos Medios, 1993)

[2] F. F. Bruce, The Epistles to the Colossians, to Philemon, and to the Ephesians, The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1984), p. 292.

[3] Ver también, por ejemplo, el episodio en que Jesús ejemplifica esta actitud, cuando -para poner a prueba a la mujer gentil que le pedía sanar a su hija- Él se pone por un momento en el papel de un judío común y responde “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (Mateo 15:26), o Su enseñanza, en la cual un pecador dentro de la comunidad de creyentes que se niega a reconocer su error frente a todas las instancias posibles debe ser considerado como un recaudador de impuestos o un gentil, haciendo equivalente estas dos últimas condiciones en el sentido negativo (Mateo 18:17).

[4] Flavio Josefo, Guerras Judías, 5.194; 6.124–126

[5] Aunque lo hace en otras palabras, Santiago hace lo propio contra aquellos en las congregaciones que estaban en la dispersión y que hacían “acepción de personas” o distinciones en base a la situación económica (Santiago 2:2–4; 8-9).

[6] Notar también las constantes referencias a Su cuerpo (Su “carne”, v. 15), Su persona (“sí mismo”, v. 15), Su sacrificio (“la cruz”, v. 16) y Su “cuerpo” (v. 16). El sacrificio del Señor es central en el tema de la unidad.


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60), y todas las citas desde fuentes en inglés han sido traducidas por el autor del blog
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