22 de septiembre de 2023

Los Pasos de Fe de un Ciego


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Texto Base: "Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino." (Marcos 10:46-52)

Creo que todos, como cristianos, estamos interesados en crecer en la vida espiritual, en nuestro caminar de fe, y correctamente, buscamos ejemplos e inspiración en los grandes hombres y mujeres de Dios, como David, Ester, Pablo o María. Sin embargo, Dios puede sorprendernos a través de lo mucho que podemos aprender de otros personajes que pasan más rápido por las páginas de la Biblia. Hoy, en particular, nuestro ejemplo será un hombre ciego y pobre, pero que tuvo una visión espiritual y una riqueza de fe dignas de que las imitemos.


El último viaje (Marcos 10:46)


El relato de Marcos nos lleva a la última parte del ministerio de Jesús, donde lo encontramos junto a Sus discípulos y a una gran multitud emprendiendo el viaje a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. Sin embargo, este viaje tiene aires de grandeza, porque la popularidad del Señor ha crecido y los mismos discípulos, como se puede ver en los vv. anteriores, ya tienen presente el concepto del Reino, tanto como para pedir lugares privilegiados en él (Marcos 10:35-37). Tal parece que todos están convencidos de que la manifestación pública del Señor como Mesías va a suceder pronto, de manera que reaccionan apropiadamente cuando Él decide hacer Su entrada triunfal llegando a Jerusalén (Marcos 11:1-11).

Es en este contexto de lo que casi podría ser una marcha real que el viaje es interrumpido por los gritos de Bartimeo, un mendigo ciego (y su compañero, mencionado por Mateo, que sigue tan de cerca las acciones de Bartimeo que es omitido por Marcos y Lucas; cf. Mateo 20:30). Lo que parece ser una molestia en este viaje tan importante, es lo que va a convertirse en un milagro crucial, y en un relato especial dentro de los Evangelios, y muy instructivo para nosotros los creyentes.


Una fe que se alimenta de la verdad (Marcos 10:47)


El clamor que levanta este personaje, sencillo a simple vista, está lleno de significado. Las palabras que él utiliza son cualquier cosa, menos elegidas al azar. Bartimeo apela a la bondad de Jesús usando el título “Hijo de David”, pero, ¿qué significa esta frase, y por qué Jesús debería responder a ella?

En pocas palabras,“Hijo de David” es más que una forma de referirse a uno de los descendientes de David: es otro nombre para el descendiente de David por excelencia, el Mesías. El Hijo de David es el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a este rey, de que un descendiente suyo reinaría permanentemente sobre Israel (2 Samuel 7:12–16; 1 Cronicas 17:11–14; Salmos 89:29–37), una promesa que fue complementada por los profetas para indicar que el gobierno de este rey sería respaldado por Dios con abundancia, paz y bendiciones sin límite (Salmos 72, Isaías 11:1-16; Jeremías 23:5-6). Esta gloriosa nueva era, como lo anuncia Isaías, incluso traería restauración y sanidad para los necesitados y los ciegos como Bartimeo (Isaías 29:17-19; 32:1-4; 35:1-10; también cf. Isaías 61:1-3 con Lucas 4:18-19).

De alguna manera que nunca sabremos, Bartimeo guardó parte de esta enseñanza en su mente y en su corazón, de modo que cuando escuchó que se acercaba Jesús, supo inmediatamente lo que tenía que hacer. Sabemos que en el funcionamiento del cuerpo de los ciegos, la ausencia de la vista es suplida por una mejora en el oído, y Bartimeo sin duda debió haber escuchado, en un camino tan concurrido como el que une Jericó con Jerusalén, los comentarios de los viajeros acerca de un hombre que sanaba a los enfermos, liberaba a los endemoniados y anunciaba que había llegado el Reino de Dios. Todas las evidencias indicaban que el Hijo de David había aparecido (cf. Mateo 11:2-6; Lucas 7:18-23).

Bartimeo, además, creyó el testimonio de la Escritura que señala que el Hijo de David no sólo es un Rey destinado a la grandeza y a la victoria sobre Sus enemigos, sino que es un Rey grande en compasión, y dispuesto a traer las bendiciones de Su reino sobre los más pequeños (Salmos 72:12-14). Esa fe en la verdad es lo que lo hace clamar, sin ninguna verguenza, para apelar a la misericordia de Jesús.

Al abrazar las promesas de Dios de esta manera, Bartimeo nos habla -en primer lugar- de una fe que se alimenta de la verdad. Él conservó en sus pensamientos -sin olvidarlo- todo lo que sabía sobre la esperanza de Israel, lo creyó como verdad y esto le sirvió como el fundamento para tener una fe sorprendente.

¿Qué hay de nosotros, en este sentido? ¿Le creemos a Dios como Bartimeo? ¿Le tomamos la palabra? ¿Creemos que Sus promesas son verdad? Estas preguntas son relevantes, porque hoy en día hay una tendencia entre los cristianos de relegar a un segundo plano la importancia de la verdad de la Escritura. El conocimiento bíblico es relacionado con personas intelectuales, espiritualmente frías y poco humanas, en contraste con otros creyentes que están más centrados en la experiencia espiritual. El eslogan de este movimiento es “el Cristianismo no es religión, es relación”. Lo importante de la fe no lo que sepas, sino lo que sientas y lo que vivas. Pero Bartimeo no hace esa distinción: él nos presenta una fe que está viva y que arde porque ha sido alimentada con el combustible de la verdad.

El teólogo Wayne Grudem señala: “La fe bíblica nunca es una ilusión vana ni una esperanza vaga que no tiene cimiento seguro sobre el cual apoyarse. Es más bien confianza en una persona, Dios mismo, basada en el hecho de que creemos en su palabra y creemos lo que él ha dicho.” [1] La esperanza de Bartimeo era más que un sentir en su corazón: estaba fundada en la convicción de que Dios cumple Su Palabra y Su carácter es como lo muestra Su Palabra. Esto, por lo tanto, nos anima a nosotros a tener en alto esa Palabra en nuestras vidas, porque ella nos habla del Dios en quien podemos confiar. Es la Palabra de Dios la que nos enseña que Dios nos ha dado “preciosas y grandísimas promesas”, como señala Pedro (2 Pedro 1:4), y la que nos recuerda que Su misericordia para nosotros es tan alta “como la altura de los cielos sobre la tierra” y semejante a la de un “padre [que] se compadece de sus hijos” (Salmo 103:11, 13). La verdad de Dios, nos recuerda este relato, es el combustible necesario para una fe aprobada por Dios.


Una fe que persevera en la oposición (Marcos 10:48)


La fe y el atrevimiento de Bartimeo, sin embargo, no fueron bien recibidos inicialmente por las personas que seguían a Jesús, y muchos de ellos trataron de callarlo. No sabemos con certeza qué es lo que les molestaba de la súplica, pero la respuesta más probable es que ellos veían la acción de este hombre ciego como una molestia en un asunto importante, como una interrupción en el camino del Maestro. Los discípulos ya habían tenido la misma actitud hacia algunas personas que querían la bendición del Señor para sus hijos (Mateo 10:13). Ahora, tal como los judíos le dijeron a Jairo en su momento (Marcos 5:35), es la multitud la que parece decir a Bartimeo “no molestes al Maestro”.

Este hombre, sin embargo, no está dispuesto a ceder. Por un lado, está demasiado desesperado de su situación, y por el otro, está demasiado convencido y demasiado esperanzado en la verdad como para rendirse. A pesar de su agudeza de oído, es como si no escuchara las voces que intentaban acallarlo y desanimarlo, moverlo a desistir y que dejara tranquilo a Jesús (que además se iba alejando). En vez de hacerles caso, Bartimeo no sólo persiste en su suplica, sino que la intensifica más aún. Él no cambia de táctica ni piensa que está en un error porque Jesús no se ha detenido; al contrario, él está convencido de saber a quién está llamando. Éstá convencido de que encontraría en Jesús la misericordia que necesitaba para ser sano.

De esta manera, el ejemplo de Bartimeo también nos habla de una fe que persevera en medio de los obstáculos para la vida de fe. Es bueno que nos preguntemos a nosotros mismos, ¿hay algo en mi vida que me esté convenciendo de dejar de confiar en el Señor? ¿Hay alguna dificultad que me esté incentivando a abandonar el camino de la vida cristiana, y tomar otro camino más sencillo?

No podemos negar que en nuestra experiencia tenemos una buena variedad de estos obstáculos. Puede ser, como la parábola del sembrador nos enseña, que el mundo fuera de la iglesia trate de disuadirnos de la fe, ya sea por medio de la dureza de la vida como por sus tentaciones (Mateo 13:18–22). Otra posibilidad, como fue el caso de Bartimeo, es que los obstáculos para la fe lleguen de los mismos que se llaman discípulos del Señor, a través de su hipocresía, sus pecados, sus ofensas, o su falta de amor. ¿Cuánta gente hay fuera de nuestras iglesias, que se autoproclaman como ateos, no son sino personas decepcionadas y heridas por nosotros los creyentes? Las voces que intentan acallar la fe son reales en nuestra vida y son fuertes. Cuando intentamos caminar por fe, las olas y el viento de las circunstancias no se van a quedar quietos: van a intentar desviar nuestra atención del Señor (Mateo 14:28–30).

Aquí es donde este sencillo hombre ciego nos enseña el camino correcto. Debido a que su fe estaba basada en la verdad, él no estuvo dispuesto a soltarla: él se aferró y persistió. Por eso, cuando las circunstancias externas traten de hacer que desistamos de la fe, sigamos el ejemplo de Bartimeo: clamemos más, oremos más, aferrémonos con más fuerza a nuestra esperanza, pongamos -como dice el autor de Hebreos- nuestros ojos de la fe en Jesús (Hebreos 12:2), por encima de cualquier otra cosa.


Una fe que agradece y adora (Marcos 10:49–52)


Aquellos seguidores de Jesús que reprendieron a Bartimeo, sin embargo, habían olvidado algo importante: el Señor es la clase de pastor que deja 99 ovejas por ir a buscar a una que necesita salvación (Mateo 18:11–13). Jesús detiene toda la procesión y a toda esta multitud de personas, para llamar al ciego. La respuesta de Bartimeo, al darse cuenta de que su clamor había sido escuchado, es muy gráfica: se quita de encima todo lo que puede estorbarle y se levanta lo más rápido que puede para ir al encuentro del Señor, lleno de expectación y de esperanza.

Jesús, sin embargo, tiene una última pregunta para Bartimeo. A pesar de lo evidente que resulta la petición que va a hacer este hombre (todos podemos reconocer a un ciego porque no se desplaza fácilmente, sino que anda a tientas o con ayuda; y Jesús además cuenta con un conocimiento sobrenatural de las personas; cf. Juan 2:24-25; Mateo 9:4; Lucas 6:8; 11:17), el Señor le pregunta cómo quiere que Su misericordia se exprese. No pregunta por ignorancia, sino para manifestar lo que hay en el interior de este hombre. Lo que Bartimeo pida, es porque tiene confianza de que Jesús puede entregarlo. Y Bartimeo está convencido de que el Maestro puede y quiere sanarlo. Jesús toca sus ojos (Mateo 20:34) y el milagro sucede. Pero esto es más que simplemente recuperar la vista: al sanar a Bartimeo, Jesús le está demostrando que su fe está justificada, que está puesta en el lugar correcto. Jesús es verdaderamente el Hijo de David y Bartimeo lo ha comprobado.

Por eso, aunque Jesús le permite ir en paz [2], Bartimeo hace algo distinto: comienza a seguir a Jesús. Aunque la sanidad le ha devuelto la vida, porque ahora puede valerse por sí mismo, trabajar y proyectarse hacia el futuro, él decide dedicar todo esto que ha recibido para ser un discípulo al Señor. No sólo ha recuperado la vista, sino que él ha podido ver más allá de la bendición al Dador de la bendición.

¿Cuál es nuestra actitud frente al perdón y la salvación que Jesús nos ha regalado? O también, ¿cuál es nuestra actitud con respecto a las bendiciones terrenales que Él nos ha dado? En muchos casos, es triste lo parecidos que somos al caso de los diez leprosos que fueron sanados, de los cuales nueve simplemente volvieron a sus hogares y a sus vidas normales, a celebrar y a disfrutar lo que Jesús les había dado, pero sin volver a Él ni reconocerlo (Lucas 17:11–19). Gozamos de los privilegios familiares y de la herencia de paz y libertad que nos dio el Señor; disfrutamos de la salud, la provisión, las oportunidades y los recursos que Él nos da, pero todo se queda en nosotros.

Bartimeo nos enseña, sin embargo, una tercera lección en este aspecto: él nos muestra cuál es la respuesta correcta cuando obtenemos del Señor lo que le hemos pedido. Lo que hace la fe verdadera es agradecer y adorar. Al igual que David vemos la mano del Señor en cada uno de Sus beneficios, y lo glorificamos (Salmo 103:1–5), y tal como en la exhortación de Pablo a los creyentes romanos, la misericordia que Dios ha tenido por nosotros se vuelve un motivo para entregarnos a Él y dedicarnos de corazón a hacer Su voluntad (Romanos 12:1-2).

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Por más paradójico que suene, la historia de Bartimeo nos presenta a un ciego que ve mejor de lo que nosotros vemos en lo espiritual. Este hombre sencillo ejemplifica una fe que le toma la palabra a Dios y que cree en Sus promesas, una fe que se aferra y persiste a pesar de la oposición, y una fe que no se queda con su mirada en el regalo, sino en su Dador. Bartimeo es fe alimentada, fe perseverante y fe agradecida. Dios permita que podamos imitar este triple modelo de fe verdadera en nuestra vida.




Notas

[1] Wayne Grudem, Teología Sistemática: Una Introducción a la Doctrina Bíblica (Miami, FL: Vida, 2007), p. 403.

[2] “Vete” (RVR60) no significa que Jesús eche a Bartimeo de Su presencia ni que lo envíe a algún lugar, sino que la expresión indica que lo deja ir (ver, por ej., la traducción "puedes irte" en la NVI; también R. T. France, The Gospel of Mark: a Commentary on the Greek Text, New International Greek Testament Commentary [Grand Rapids, MI; Carlisle: W.B. Eerdmans; Paternoster Press, 2002], p. 425).


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60), y todas las citas desde fuentes en inglés han sido traducidas por el autor del blog
Imagen: Bartimaeus, por Harold Copping (The Crown Series, c.1920s)
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