10 de octubre de 2023

Cómo Caminar Tranquilo Hacia el Fin del Mundo


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Texto Base: Lucas 21:25-36

Gracias al alcance global de nuestras comunicaciones modernas, lo podemos ver con sólo prender el televisor o el celular: volcanes en erupción, terremotos, maremotos, sequías, incendios, cambio climático. Nuestro mundo hace poco cruzó por una situación de pandemia, donde durante meses seguimos viendo nuevas variantes o mutaciones del virus. Probablemente, todo esto es suficiente para incomodarnos, pero en el pasaje del Evangelio de esta mañana, Jesús nos confronta con una realidad aún más incómoda: esto va a empeorar. Va a llegar un momento en que los mismos astros del cielo se van a estremecer, y las fuerzas de la naturaleza se van a mostrar fuera de control, anticipando lo que será el fin del mundo. ¿Cuál es la dirección del Señor? ¿Cómo podemos nosotros, personas comunes y corrientes, enfrentarnos a este momento crucial? Sorprendentemente, el Señor nos dice que podemos hacerlo incluso con una cierta confianza, si seguimos Sus indicaciones.


El fin del mundo es una realidad cercana

Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas,c y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nubed con poder y gran gloria”. (Lucas 21:25–27).

Aunque todavía no llegamos al grado de intensidad descrito por Jesús, en nuestro tiempo las condiciones de la naturaleza se van pareciendo cada vez más a lo que leemos en esta mañana en los vv. 25-27. En el esquema de los acontecimientos bíblicos, la primera venida de Jesús y el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés son presentados como eventos que pertenecen a los “postreros días”, a los días finales de la historia [1]; ahora, habiendo pasado más de 2000 años desde entonces, con mucha más razón nos resulta fácil comprobar esta verdad por medio de nuestra experiencia cotidiana. El fin del mundo es una realidad cercana, y de hecho, inminente. Ya que el Señor dice que nadie sabe la fecha ni la hora, este evento puede llegar en cualquier momento.

Jesús, sin embargo, no nos ha dejado abandonados a nuestra propia capacidad de mantenernos tranquilos mientras todo el mundo va expresando “dolores de parto” a nuestro alrededor (Romanos 8:22). A través de Sus palabras en este discurso, Él nos está enseñando a navegar los eventos del fin del mundo que preceden a Su venida, para que los Suyos podamos estar confiados. Podemos ver dos puntos principales en Su enseñanza para caminar en esa actitud tranquila en nuestros tiempos: primero, debemos comprender el significado del fin del mundo, y segundo, debemos prepararnos para el fin del mundo.


Debemos comprender el significado del fin del mundo

Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.” (Lucas 21:28).

Frente a las señales del fin del mundo, Jesús nos llama a tener una reacción muy particular: a diferencia de las demás personas, angustiadas y en pánico, los cristianos debemos asumir una actitud esperanzada, que se refleja en las imágenes de “estar de pie” y “levantar la cabeza”. Pero ¿cómo es eso posible?

Es extraño pensar en tener esta actitud cuando todo a nuestro alrededor parece caerse a pedazos. En base a todo lo que los medios y la cultura, el cine, los libros, etc. hablan sobre el fin de los tiempos, parece que no hubiera lugar para otra reacción sino el miedo y la confusión. Sin embargo, hay algo que debemos entender: para un mundo que no conoce a Dios, el fin de los tiempos es el fin de todo, de todo lo que la humanidad significa, de todos los avances, logros, toda la historia. Lo que ellos viven día a día es su todo, y por eso están justificados al tener miedo al fin de los tiempos. Pero, para los creyentes, el final de los tiempos es justo lo que esperamos, y por eso, podemos tener esta actitud extraña. La clave de la exhortación de Jesús está justo al final del pasaje: tenemos una actitud de esperanza “porque [nuestra] redención está cerca”.

El sentido de “redención” aquí no va por el lado de la salvación del pecado que el Señor logró en la cruz, como a veces la ocupa Pablo. Aquí, la idea se refiere a la salvación final de toda la creación de su estado caído, especialmente la finalización de la obra salvadora del Señor, al pasar del ser humano desde su estado mortal a una vida inmortal y gloriosa [2]. Pablo declara:

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios [...] porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.” (Romanos 8:18-19, 21)

Mientras el mundo tiene miedo de estos tiempos, nosotros podemos caminar confiados y esperanzados hacia ese evento, porque para nosotros el fin es un nuevo comienzo en las condiciones perfectas. Tal como señala el apóstol Pedro, todo lo que vemos dejará de existir en una forma impresionante (2 Pedro 3:11-12), pero esto no es el final: “nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13), donde “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Hermano, hermana: ¿Cómo ves las noticias y los reportes de lo que pasa en el mundo? ¿Tienes una actitud de levantar tu cabeza, o te encuentras cabizbajo por lo que estás sabiendo? La forma en que procesamos las señales del fin de los tiempos puede decirnos algo importante acerca del estado de nuestra fe. Si nuestra confianza en el Señor es plena, entonces podremos tener la actitud que Él indica en este pasaje.


Debo prepararme para el fin del mundo

Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre." (Lucas 21:34–36).

Junto con una actitud de esperanza en Su propósito, en este discurso el Señor nos presenta un segundo ingrediente necesario para poder caminar confidados hacia el fin del mundo: debemos estar constantemente preparados.

¿Preparados, para qué? ¿No se supone que podemos estar confiados en que el final de los tiempos es una buena noticia para nosotros? Sin duda, podemos estar confiados en el Señor. Sin embargo, Él nos hace esta advertencia para que no nos confiemos en nosotros mismos. Él sabe que los creyentes somos susceptibles de ser “absorbidos” por ciertas cosas que tienen el poder de “cargar” nuestro corazón, de hacerlo pesado, torpe e insensible en términos espirituales. Una persona así, dice Jesús, no tiene buen pronóstico en el día final.

Pero ¿por qué este cambio tan brusco, desde la esperanza a la alerta, con respecto al mismo evento? Porque el mismo Señor nos recuerda que el fin del mundo, además de ser un día de redención, es también un día de examen, un día de juicio para la fe verdadera. Esto es sutil en el contexto de Lucas, pero se ve más claramente en el registro de los demás evangelistas, donde pasajes como la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1–13), la de los talentos (Mateo 25:14–30), el relato del juicio de las naciones (Mateo 25:31–46) y el regreso del señor que se fue lejos (Marcos 13:33-37) revelan claramente que vendrá un momento de evaluación, donde toda persona rendirá cuentas de su vida ante el Rey. No obstante, el Señor quiere que estemos confiados en ese día, y por eso nos llama a prepararnos de antemano.

¿Cómo prepararse? Jesús da dos instrucciones principales, que no será la única vez que las escuchemos: velar y orar.
  1. Velar. “Velar” significa estar despiertos en el sentido de estar atentos, y en este contexto, tiene una doble aplicación: al mismo tiempo que estamos atentos a las señales de los tiempos, para que no perdamos de vista nuestro “examen final”, también debemos estar atentos a nosotros mismos, como indica el v. 34, para que las cosas que disfrutamos y las preocupaciones de la vida no adormezcan a nuestro corazón. Hay placeres y preocupaciones legítimas que Dios permite en nuestra vida, pero todo debe tener su límite apropiado, porque tanto lo que nos gusta hacer (la entretención, placeres como el comer y el beber, la búsqueda de nuestra propia satisfacción) como lo que debemos hacer (nuestros quehaceres hogareños -Lucas 10:41-42- responsabilidades laborales, compromisos sociales, preocupaciones básicas -Lucas 12:22), tienen el poder de absorbernos y hacernos estériles en la vida espiritual, desviando nuestra vista de Dios y exigiendo que les dediquemos toda nuestra fuerza y recursos. Jesús es claro en este punto al explicar la parábola del sembrador: “La [semilla] que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto." (Lucas 8:14). ¿Cómo cuidamos en la práctica de que no nos ocurra esto? Lo hacemos poniéndoles un límite en nuestra mente y nuestro corazón, al establecer lo espiritual como una prioridad, apartando un espacio privilegiado para conocer a Dios a través de leer y meditar en Su Palabra, obedecer y vivir lo que aprendemos en ella, conversar con Él a través de la oración, y hacer precisamente lo que hacemos ahora: congregarnos. No es casualidad el llamado que nos hace el autor de Hebreos: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24–25) [3]. Nos ayudamos a mantenernos despiertos cuando nos animamos, nos exhortamos y nos corregimos unos a otros estando juntos.

  2. Orar. La oración tiene un lugar privilegiado entre las medidas contra el “sueño espiritual”, porque es la forma en que pedimos y recibimos la ayuda sobrenatural de Dios para poder seguir adelante. Esto es lo que Jesús refleja cuando exhorta a los discípulos en el momento crucial en Getsemaní: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41). Nuestra naturaleza humana es propensa a desconcentrarse y adormecerse, pero a través de la oración podemos recibir fuerzas de Dios para seguir despiertos, viviendo como Él quiere que vivamos. Por otro lado, nuestro entendimiento necesita la misma clase de ayuda. David oró: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23–24). En el mundo natural, a veces “pestañeamos”, como decimos tradicionalmente; no nos damos cuenta de que nos estamos quedando dormidos, pero empezamos a sufrir los efectos del sueño. De igual manera, en la vida espiritual también “pestañeamos”, y por eso la oración es tan útil, porque refresca en nosotros la perspectiva de Dios, para estar conscientes del momento en que nuestro corazón se ha empezado a cargar de sueño, y nuestros pasos comienzan a desviarse por un camino equivocado. Hermano, hermana: ¿Cuánto tiempo, y cuánta atención dedicas a mantenerte espiritualmente despierto cada día? ¿Es posible que algunos desvíos recientes en tu vida hayan sido causa de una falta de oración?

El apóstol Juan comenta en su primera carta, “Y ahora, hijitos, permaneced en él [Jesús], para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados" (1 Juan 2:28). Estar permanentemente preparados a través de estas actitudes de velar y orar nos da esa confianza, de que podremos “estar en pie delante del Hijo del Hombre” (v. 36), en otras palabras, recibir la aprobación del Señor al ser evaluados [4].

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Cuando vemos las noticias de lo que sucede a nuestro alrededor, por lo tanto, o cuando escuchamos a través de algún medio que se comunica alguna profecía o sueño en relación con el fin del mundo, no estamos obligados a quedarnos paralizados de temor y expectación. Podemos caminar tranquilos y confiados hacia ese evento si seguimos las indicaciones del Señor, si nunca perdemos de vista que detrás de ese horizonte de tormenta está la salvación final de este mundo, y si aprovechamos cada señal que llega a nuestros ojos y oídos para mantener a nuestro corazón despierto en fe.





Referencias

[1] Ver “postreros días” en Hebreos 1:1-2; Hechos 2:14-17; 1 Pedro 1:20, o “fines de los siglos” en 1 Corintios 10:11.

[2] Otros pasajes que tienen este sentido son Efesios 1:14; 4:30; Romanos 8:23. Romanos 13:11 ocupa el término “salvación” de esta misma manera.

[3] En contexto, “aquel día” en Hebreos 10:25 parece referirse a la venida de Cristo como el momento en que Sus enemigos serán puestos “como estrado de Sus pies” (Hebreos 10:13).

[4] Aquí quizás resulta útil la observación del erudito George Wesley Buchanan en un contexto similar: “Era un honor que a alguien se le permitiera estar de pie delante de un rey. Ante un rey la mayoría de las personas se postraban a sus pies. Si el rey le indicaba a la persona que se levantara y se pusiera de pie, esto era una recepción favorable” (The Book of Daniel [Eugene, OR: Wipf and Stock Publishers, 2005], p. 32)


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60), y todas las citas desde fuentes en inglés han sido traducidas por el autor del blog
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