¿Saben qué es lo más curioso? No es la primera vez que me pasa.
De ahí este post que quiero compartir con ustedes, y que también quiero que quede como recordatorio para mí: cuando se trata de la defensa de la fe, no sólo es importante el fondo, sino también la forma. Aunque el mensaje sea el correcto (la verdad de Dios), podemos cerrarnos los oídos de los demás cuando el mensajero (nosotros) no está en armonía con el contenido de ese mensaje. Después de todo ¿quién quiere escuchar a una persona arrogante, desconsiderada y ofensiva?
Consideremos una vez más el versículo “insignia” de la apologética:
"…santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros." (1 Pedro 3:15, énfasis mío).
Oh sorpresa… no es suficiente defender lo que creemos. No basta conocer todos los argumentos y tener todas las respuestas. Un cristiano debe defender lo que cree, con la exigencia adicional de hacerlo a la altura de las circunstancias. Sin ofensas, sin burlas, con respeto y dominio propio.
Y esto debe ser así no solamente porque la gente no va a querer escuchar el Evangelio de boca de un cristiano que llama "idiotas" a los que no están de acuerdo con él. Es porque un discurso de altura debe ser la característica de todo cristiano, según la Biblia:
“Procuren que su conversación siempre sea agradable y de buen gusto, para que den a cada uno la respuesta debida” (Colosenses 4:6, RVC)
“No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.” (Efesios 4:29, LBLA).
Finalmente, nuestro discurso no sólo es el reflejo de nuestra comunión con Dios (que se traduce en esta forma de hablar amable y constructiva) sino que también es la muestra de nuestra intención hacia la gente con la que dialogamos. Debemos recordarnos a nosotros mismos que la conversación no es una guerra que se debe ganar a cualquier precio, sino una forma de abrirle paso al Evangelio entre dudas e inquietudes. Debemos tener presente que la persona que está delante nuestro no es un enemigo al cual hay que pasarle por encima con nuestros argumentos (por más indeseable que pueda ser su comportamiento), sino alguien necesitado de dirección y de un Salvador, como todos lo estuvimos algún día.
Es un recordatorio que da para largo… así que seguiremos en el próximo post.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario