16 de mayo de 2018

La Dimensión Horizontal de la Fe

[A continuación, les comparto el mensaje que tuve la oportunidad de predicar en una iglesia de hogar la semana pasada]

Cuando consideramos en qué consiste el centro de nuestra fe cristiana, probablemente el primer pensamiento de muchos de nosotros sea la relación que existe entre Dios y nosotros, esta relación directa, personal e íntima que Jesús hizo posible por medio de Su cruz. Esta relación –que podríamos imaginar como una línea vertical desde nosotros hacia Dios– si bien es el componente central de la fe cristiana, no es el único importante. Hay otra relación que es también es fundamental para nuestra vida espiritual, que podemos graficar como una línea horizontal, y que tiene tanta importancia que el Señor la puso lado a lado con la relación vertical entre Dios y el hombre:

"Al enterarse los fariseos que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron alrededor de él; y uno de ellos, que era intérprete de la ley, para ponerlo a prueba le preguntó: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le respondió: ’Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.’ Éste es el primero y más importante mandamiento. Y el segundo es semejante al primero: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’." (Mateo 22:34-39, RVC)

La dimensión horizontal de la fe es la relación que existe entre el cristiano y las demás personas que lo rodean; una relación de amor, al igual que en el sentido vertical. Puede que sintamos la tentación de reducir la vida espiritual sólo a la relación entre Dios y nosotros, pero de acuerdo a lo que la Biblia indica, un cristiano es por definición alguien que vive su fe en Dios relacionándose con otras personas en amor.

Hay por lo menos tres aspectos de esta dimensión horizontal que es bueno que tengamos presentes:


1. Debemos amar a todas las personas en general


Dentro de la enorme tarea que nos deja este mandamiento, hay ciertas cosas básicas que Dios espera de nosotros en nuestras relaciones con otras personas que podemos utilizar como un punto de partida. Algunas de ellas son:

  1. Respeto: Es importante que estemos conscientes de que, sin importar la condición o la situación de vida de una persona, ella merece un respeto básico por el simple hecho de haber sido creada por Dios a Su imagen y semejanza: "Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así!" (Santiago 3:9-10, RVC)

  2. Amabilidad: Debemos ser cordiales y mostrar gracia a otras personas: "Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres" (Filipenses 4:5, RVC)

  3. Buenas relaciones: Evitemos ser personas conflictivas: "Si es posible, y en cuanto dependa de nosotros, vivamos en paz con todos" (Romanos 12:18, RVC)

  4. Bondad: Idealmente, deberíamos ser conocidos por ser gente que ayuda y hace bien a otros "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe" (Gálatas 6:10, RVC)

Una vez que hemos empezado a practicar estos puntos básicos, no obstante, es cuando comienza el verdadero desafío. La expresión más exacta de lo que significa amar al prójimo la encontramos en las palabras del Señor, quien al ser desafiado a explicar el segundo gran mandamiento, respondió a través de Su parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37). En este relato, podemos darnos cuenta de que el amor que Jesús tiene en mente es una clase de amor que mira más allá de las diferencias (recordemos que judíos y samaritanos no se llevaban bien) y que marca una diferencia crucial con el comportamiento de muchos de nosotros: mientras que por nuestra parte ayudamos a nuestro prójimo, pero sólo en la medida en que no nos saque de nuestra rutina, no nos incomode ni nos signifique mucho tiempo, esfuerzo o dinero, esto es precisamente lo que hace el samaritano. Para ayudar a su prójimo, este hombre se desvía de su camino, cambia sus planes, y dedica su atención y recursos por el bien del judío.

Bien podríamos preguntarnos ¿Cómo se ven nuestras buenas obras a la luz de este ejemplo? ¿Podríamos decir que tenemos el amor descrito por Jesús o aún estamos teniendo problemas con los aspectos básicos de tratar bien a las personas? El amor que pensamos tener, ¿se ve reflejado en nuestra disposición a ayudarles, por lo menos a orar por ellos?


2. Debemos suplir las necesidades de los más desvalidos


Hay un grupo de prójimos que siempre ha recibido una especial atención de parte de Dios: los necesitados. Aquí podemos encontrar a las viudas, los huérfanos, los pobres, los extranjeros y los oprimidos por los poderosos. El Antiguo Testamento registra bastante evidencia de esta preocupación especial de Dios:

"No oprimas al jornalero pobre y menesteroso, ya sea éste uno de tus compatriotas o algún extranjero de los que habitan en tu tierra y dentro de tus ciudades" (Deuteronomio 24:14)
"Yo, el Señor, he dicho: Practiquen la justicia y el derecho. Libren de sus opresores a los oprimidos. No engañen ni roben al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda. No derramen sangre inocente en este lugar" (Jeremías 22:3)
Defiendan a los pobres y a los huérfanos! ¡Hagan justicia a los afligidos y a los menesterosos!" (Salmos 82:3)
"¡Lávense! ¡Límpiense! ¡Aparten de mi vista sus malas acciones! ¡Dejen de hacer lo malo y aprendan a hacer lo bueno! ¡Busquen la justicia! ¡Reprendan a los opresores! ¡Hagan justicia a los huérfanos y defiendan los derechos de las viudas!" (Isaías 1:16-17)
"¡Ay de los que dictan leyes injustas y emiten decretos opresivos! Con ellos evitan la defensa de los pobres, y les niegan la justicia a los afligidos de mi pueblo; ¡despojan a las viudas y les roban a los huérfanos!" (Isaías 10:1-2)

Del testimonio de la ley y los profetas, podemos sacar una lección muy clara: se espera que el pueblo de Dios sea un pueblo compasivo con los necesitados. El problema es que usualmente nos centramos tanto en nosotros mismos que hemos llegado a desarrollar una capacidad increíble para ignorar a los pobres y a los necesitados.

Claro que Dios suple nuestras necesidades. También Él nos da bendiciones en abundancia para que las disfrutemos (1 Timoteo 6:17). Pero no podemos olvidar que de esa abundancia El espera que compartamos. Santiago es muy duro con la gente con más recursos dentro de la iglesia en este sentido:


"Sus riquezas están podridas, y sus ropas están carcomidas por la polilla. Su oro y su plata están llenos de moho, y ese mismo moho los acusará, y los consumirá como el fuego. Ustedes acumulan riquezas, ¡hasta en los últimos tiempos!" (Santiago 5:2-3)

¿Cuándo es que las cosas forman óxido, moho o polillas? Cuando quedan guardadas mucho tiempo sin uso. Esto pasó con las riquezas de estas personas: insistían en acumular recursos para sí mismos aun habiendo pobres entre ellos, olvidando que su uso correcto incluye suplir las necesidades de otros. Esto, lejos de ser un llamado sólo a los ricos, es una lección para cada uno de nosotros: el ayudar a los que tienen menos es algo que Dios requiere y espera de todos en nuestras relaciones humanas, en esta dimensión horizontal de la fe.

Finalmente, si nos llegara a quedar alguna duda de que Dios espera que cuidemos a los necesitados, basta leer las palabras del Señor en Mateo 25:42-45, las cuales no necesitan mayor comentario:


"Porque tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; fui forastero, y no me recibieron; estuve desnudo, y no me cubrieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no me visitaron. Ellos, a su vez, le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, o con sed, o forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Y él les responderá: De cierto les digo que todo lo que no hicieron por uno de estos más pequeños, tampoco por mí lo hicieron."

¿Cuánto de lo tuyo estas invirtiendo en los necesitados? ¿Hay algún recurso en tu vida que se esté acumulando mientras a otros les falta?


3. Debemos llevar el Evangelio a quienes no lo conocen


Un área más que requiere nuestra atención es la de las personas que no creen en Jesús. Esto, porque si hablamos de amor al prójimo, necesariamente estamos hablando de preocupación por su bienestar, no solamente en esta vida, sino también en la eternidad. En una época en que muchos de nosotros vivimos como si predicar a Cristo no fuera importante, y como si las personas estuvieran bien sin escuchar Su mensaje, se hace cada vez más necesario recordar que el impacto de creer o no creer en Él dura para siempre, y que evangelizar es una de las expresiones de amor más importantes, quizás la más importante entre todas, y que depende de nosotros:

"Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?" (Romanos 10:14)

El segundo gran mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos nos empuja precisamente a buscar este bien para otros: si estamos agradecidos de que alguien nos haya compartido el Evangelio de salvación, esta misma acción que tanto apreciamos debe también ser parte de nuestras expresiones de amor hacia los demás.

Más aún, cuando escuchamos la Gran Comisión que nos dejó Jesús (Mateo 28:19-20) y nos preguntamos cómo fue que Él hizo discípulos, nos damos cuenta de que Él no sólo les enseñó y los entrenó para predicar. Él compartió con ellos cada área de Su vida por 3 años, comprometiendo Su tiempo para ejemplificar y modelar la fe que Él estaba enseñando. Llevar el Evangelio, por lo tanto, no sólo significa ir en amor a predicar a quienes no conocen al Señor, sino compartir nuestra vida con otros creyentes para Su crecimiento espiritual y para prepararlos para esta misma tarea.

¿Cuántas veces le has hablado de Dios a alguien? ¿Hay en ti un corazón preocupado por las personas que no conocen a Jesús?


Inversión Eterna


Para terminar, aunque la dimensión horizontal de la fe es difícil de cultivar (porque todos somos imperfectos y pecadores, nos decepcionamos unos a otros y nos hacemos daño, y soportarnos, perdonarnos y amarnos a pesar de eso requiere mucho de nuestra parte) hay algo importante que vale la pena notar: si amar a nuestro prójimo es el segundo mayor mandamiento después de amar a Dios, eso quiere decir que invertir nuestro tiempo, fuerzas y recursos en las personas es la segunda inversión más valiosa después de cultivar nuestra relación directa con Dios.

Como el apóstol Pablo lo sabía, esta inversión además es segura, porque a diferencia de otras cosas duran, las personas duran para siempre. Quizás algún día podamos decir como él, acerca de otros:


"Porque ¿cuál es nuestra esperanza o gozo delante de nuestro Señor Jesucristo? ¿De qué corona puedo vanagloriarme cuando él venga, si no es de ustedes? Porque son ustedes el motivo de nuestro orgullo y de nuestro gozo" (1 Tesalonicenses 2:19-20, RVC)

Amar a otros como a nosotros mismos siempre valdrá la pena.




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