22 de abril de 2019

La Certeza y la Firmeza de la Resurrección

[Comparto con ustedes el mensaje que tuve la oportunidad de predicar el domingo recién pasado]

El capítulo 15 de la carta de Pablo a los Corintios tiene una tremenda riqueza de información en todo lo relacionado con el tema de la Resurrección. Después de exponer un resumen de los puntos esenciales del Evangelio, encontramos que el apóstol entra a discutir este tema como respuesta al comentario de algunos creyentes corintios que afirmaban -sorprendentemente- que no había resurrección de entre los muertos.

Los puntos que quiero traer a su atención en esta mañana provienen de esta sección, en donde Pablo reflexiona en lo que pasaría si estas personas estuvieran en lo correcto:

"Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido, y tampoco tiene sentido la fe de ustedes. Entonces resultaríamos testigos falsos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido... ¡si es que en verdad los muertos no resucitan! Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes no tiene sentido, y ustedes todavía están en sus pecados" (vv. 13-17)

Esta última frase tiene tremendas implicaciones prácticas, como el apóstol hace notar. Por un lado, si Cristo no resucitó realmente, nuestra fe es vana, no sirve para nada en absoluto. Por otro lado, sin Resurrección no tenemos Salvador, y seguimos condenados por nuestros pecados. Sin embargo, veremos que estos dos aspectos críticos dan lugar a dos cosas tremendamente valiosas para la vida cristiana: la certeza y la firmeza de la Resurrección.


La Certeza de la Resurrección


Hoy en día, gracias al crecimiento de las corrientes cristianas liberales, se ha vuelto más común oír hablar del "Jesús de la historia" y el "Cristo de la fe", como haciendo una separación entre lo que la Biblia afirma acerca del Señor, y lo que afirma la Historia. Hay estudiosos que piensan que estas dos personas son distintas, y que deberíamos leer el Nuevo Testamento sólo como un mensaje divino e inspirador, pero no como un recuento de lo que efectivamente sucedió hace 2000 años atrás. Lo que deberíamos extraer son los ejemplos y las enseñanzas presentes en el texto, en lugar de considerarlos como personas y acontecimientos reales. Más allá de que la historia haya sido cierta o no, lo que importa es la fe. Lo que hay que rescatar es "qué significa para ti" la historia de Jesús, en lugar del "qué significa" la historia de Jesús para el mundo.

Sin embargo, esta perspectiva no es compatible con lo que Pablo expone a los Corintios. De este pasaje que hemos leído, debemos concluir que si el "Cristo de la Fe" no es el mismo "Jesús de la Historia", entonces estamos perdidos. Si en el primer siglo no existió un Jesús crucificado, muerto y sepultado que se levantó de la tumba, entonces nuestra fe es vana. Aquí debemos tomar nota de lo que nos enseña Pablo: en la actualidad, muchas personas proponen y recomiendan "tener fe" (así, a secas) como la solución definitiva a los problemas de la vida. Sin embargo, la verdad es que esta clase de "fe" -un "pensamiento positivo"- no tiene ningún poder en sí misma. De este pasaje, aprendemos que el poder de la fe proviene del objeto de la fe, y si ese objeto no es real, entonces la fe es en vano; no tiene poder. El estudiante puede tener una gran "fe" en que le irá bien en el examen, pero si no puso atención en clase ni estudió en su casa, ¿podrá su fe salvarle (como preguntaría el apóstol Santiago)? Por supuesto que no: su fe es no es más que una falsa esperanza, y no sirve para nada. De la misma manera, puedes tener toda la fe que quieras en que Cristo vive y reina, pero si Él realmente no resucitó, tu fe es en vano.

Si la tumba de Jesús aún contiene sus restos, entonces cualquier experiencia con Él que creamos haber tenido es simplemente un producto de nuestra imaginación. ¿Por qué? Recordemos: Él fue una persona que dijo e hizo cosas que un judío común en su sano juicio jamás habría dicho ni hecho. Él afirmó tener la capacidad de perdonar pecados, igual que Dios (Marcos 2:5-12). Afirmó ser mayor que el templo (Mateo 12:6). Declaró ser Señor sobre el día que Dios había consagrado (Mateo 12:8). Dijo ser el Mesías y el Hijo de Dios que reinará por siempre (Marcos 14:61-62). Dijo que Él sería el Juez de todo el mundo en el día final (Mateo 25:31-32). Y si todo esto no fuera suficientemente escandaloso, Él aseguró ser Dios mismo (Juan 8:57-59; 10:30-33). La pregunta del millón es, ¿resucitaría Dios a alguien que proclame todo esto si no fuera verdad? Si Jesús no resucitó, eso significa que los fariseos tenían la razón: o este hombre era un mentiroso y blasfemo, diciendo barbaridades que no podría haber dicho, o era un falso profeta, con poder sobrenatural obtenido del "lado oscuro" para desviar la fe de Israel (Mateo 9:34; 12:24). Con justa razón habría sido crucificado, y maldecido por Dios (Gálatas 3:13). Dios jamás resucitaría a alguien así, pues estaría engañando a todo Su pueblo para que creyera en un falso Mesías. Al contrario, la misma condenación y sufrimiento de Jesús serían la muestra del desagrado de Dios con Él, como escribe Isaías: nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido" (Isaías 53:4). Llegamos entonces a la conclusión de Pablo: si Jesús no resucitó, nuestra fe es en vano. Todo depende de ese si ese hecho fue real, o no.

Pero Pablo dice que podemos estar confiados: Jesús verdaderamente ha resucitado. Podemos tener certeza en que la Resurrección ocurrió. Él fue testigo del Señor resucitado y, al igual que otros apóstoles, selló este testimonio con su vida. Si bien hay personas en todo el mundo que llegan al punto de dar su vida por sus creencias, una cosa siempre es cierta: nadie muere por algo que sabe que es mentira. La diferencia es que en este caso, lo de ellos no es una creencia heredada, o aprendida de segunda, tercera o cuarta mano; quizás de eso podrían dudar. Pero Pablo y el resto de los apóstoles estaban seguros de haber visto, oído, tocado y experimentado a Jesús, vivo de entre los muertos, por muchos días (1 Juan 1:1-2; 2 Pedro 1:16; 1 Corintios 9:1; Juan 20:27-31; Hechos 1:3). La certeza de la Resurrección es lo único que pudo convertir a un grupo de pescadores temerosos en predicadores indomables, incluyendo a un escéptico como Santiago, el hermano de Jesús, y a un perseguidor como Saulo de Tarso, que después llegó a ser el apóstol Pablo.

Esta certeza de la Resurrección es algo que debería marcar, por cierto, nuestra predicación y evangelismo. Hoy solemos centrarnos en particular en lo que se llama el testimonio interno del Espíritu Santo, es decir, contar a otras personas nuestro encuentro con el Señor y lo que Él ha hecho en nuestras vidas, lo cual no está mal en absoluto. El problema es que esto puede ser desechado por esta perspectiva moderna donde la fe está separada -en cierta manera- de lo real, donde la fe puede que "funcione" para nosotros, pero no necesariamente para nuestros oyentes. Aquí es donde impacta la certeza de la Resurrección: ya que nuestra fe se basa en un hecho real, podemos estar seguros de que no sólo "funciona" para nosotros, sino para todo el mundo. Esta fue, de hecho, la base de la predicación apostólica: cuando Pedro se levantó en Pentecostés para predicar, no contó cómo había sido limpiado de sus pecados, sino que apeló a la certeza de la Resurrección basada en tres aspectos concretos: 1) los milagros que Jesús había hecho; 2) las profecías que Jesús cumplió, y 3) la tumba vacía, junto a su testimonio de haber encontrado al Jesús resucitado (Hechos 2:22-36). Tenemos buenas razones para creer y predicar que la fe cristiana no sólo "funciona" para nosotros, sino que para cualquiera que crea en el Jesús que verdaderamente ha resucitado.


La Firmeza de la Resurrección


Como veíamos, Pablo establece claramente las consecuencias de que la Resurrección no sea real, y observa que sin un Jesús resucitado, aún estamos en nuestros pecados; seguimos siendo culpables delante de Dios, y seguimos siendo incapaces de acercarnos a Él por esa razón. El que Jesús quedara en la tumba sería la marca de la desaprobación de Dios, y el sello de un falso profeta: Sus enseñanzas, Sus declaraciones de ser igual a Dios, Sus predicciones de que se levantaría de los muertos, y Sus afirmaciones de que Él sería el sacrificio y el rescate del mundo, serían falsas. Él dijo que daría vida eterna a todos los que creyeran en Él, que Él era el pan de vida que saciaría a todo el que confiara en Él, y que Él resucitaría en el día final a todos Sus seguidores (Juan 3:16; 6:35, 54; 10:27-28; 11:25), pero es imposible que pueda cumplir todo esto estando en el sepulcro.

Sin embargo, Pablo cierra esa posibilidad de golpe: "Lo cierto es que Cristo sí resucitó de los muertos" (v. 20) Y eso es lo que cambia la situación del cielo a la tierra (o en este caso, viceversa). Si Jesús resucitó, entonces resulta cierto lo que el apóstol testifica en el libro de Romanos: Jesús fue confirmado como Hijo de Dios por Su resurrección entre los muertos (Romanos 1:4). Dios validó cada palabra y cada acción del Señor; cada declaración de autoridad y poder fue aprobada y respaldada como verdadera. Y eso implica una increíble firmeza para nosotros.

¿Por qué? Porque si continuamos leyendo en la carta a los Romanos, nos encontraremos con que Jesús fue "entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación" (Romanos 4:25) ¿Qué significa esto? Que si bien es en la cruz donde vemos el sacrificio por nuestros pecados, es en la Resurrección donde vemos el resultado de ese sacrificio. Jesús tomó nuestros pecados en Sus hombros, pero si Él se hubiera hundido en la muerte por siempre, no sabríamos si ellos fueron perdonados. En el Antiguo Testamento, no cualquier sacerdote y no todos los sacrificios eran aceptados: si no eran impecables, quedaban descalificados para servir a Dios (Levítico 21:17-23; 22:17-24; Malaquías 1:7-14). Esto es lo que Pablo implica con su respuesta: si Jesús no hubiera resucitado, Sus pretensiones estaban equivocadas, y Él no estaba calificado para ser el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo (Isaías 53:6).

Pero Jesús verdaderamente resucitó, y eso significa que como Hijo de Dios, Su sacrificio fue perfecto y aceptado por el Padre. El Señor cargó con nuestros pecados en Sus hombros, pero la Resurrección nos muestra que ya no están sobre Él: la nueva vida perfecta de Jesús nos demuestra que fueron pagados, perdonados y quitados de en medio de Dios y nosotros (Colosenses 2:13-14). Por eso Romanos 5:1-2, los versículos siguientes a Romanos 4:25, tienen tanta propiedad al afirmar que nuestra justificación, hecha posible por la Resurrección, nos trae paz con Dios y firmeza en la gracia. Viendo al Jesús verdaderamente resucitado, podemos estar seguros de que ya no hay trabas en nuestra relación con Dios, y que nuestros pecados tienen un perdón garantizado, que fue otorgado en la Cruz. La promesa dada por medio de Jeremías se cumple gloriosamente: "Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado" (Jeremías 30:34, RV60).

Claro que esta verdad es vista como algo escandaloso. El primer pensamiento de muchos de nosotros es cómo es posible que alguien no abuse de esta firmeza. Pablo mismo anticipó esta pregunta, cuando escribió más adelante en Romanos "¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde?" (Romanos 6:1). Pero lo cierto es que para cualquier verdadero creyente en Cristo, la gracia es un tesoro que debemos intentar valorar y agradecer eternamente. La firmeza en la gracia que nos da la Resurrección debe impactar nuestra vida y transformarla: ya que hemos sido libertados de vivir en la esclavitud de nuestros pecados y de intentar ganarnos el perdón y la aceptación de Dios mediante nuestras buenas obras, debemos invertirnos por completo en una vida distinta. El político estadounidense William Wilberforce escribió "Los verdaderos cristianos se consideran a sí mismos no como satisfaciendo a un estricto acreedor, sino como pagando una deuda de gratitud". Ver al Señor resucitado nos da firmeza en la gracia, y esta gracia lo cambia todo; ya no tenemos que vivir en el temor de enfrentarnos a la justicia y la santidad de Dios; podemos vivir confiados en Su perdón, amándole y dándole gracias por siempre. "Ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo" -declara Pablo- "sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!" (Romanos 8:15).

Si Jesús no resucitó, todo se acaba. Nada de lo que estamos haciendo tiene sentido, y no hay esperanza para esta vida. Pero el hecho es que Él verdaderamente ha resucitado; podemos proclamar con certeza la fe de Cristo, y vivir seguros en la firmeza de Su gracia.


A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Contemporánea (RVC)


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