31 de enero de 2024

Dios No Ha Terminado Contigo


[Puedes acceder al archivo completo de mensajes aquí]


"Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo. Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá ["Mi deleite está en ella"], y tu tierra, Beula ["Desposada"]; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo." (Isaías 62:1-5)

¿Qué pasa cuando estás en tu peor momento, y la única persona que te puede ayudar la acabas de echar de tu vida? ¿Qué esperanza puedes tener cuando tocas fondo, y el único que puede levantarte es alguien que tú mismo insultaste y despreciaste? El pasaje de Isaías que hemos leído se ambienta en una situación así, y vamos a ver cómo estas palabras dadas a Jerusalén también pueden hablar a nuestra vida hoy.


Una historia de tragedia y esperanza


Antes de que estemos en condiciones de entender el texto, no obstante, necesitamos volver atrás en el tiempo, incluso más allá de Isaías, hasta encontrar a Moisés, porque todo comienza con el pacto que Dios hizo con Israel por medio de él, lo que conocemos como el Antiguo Pacto. Este pacto tenía ciertas características y condiciones, pero básicamente, Dios se comprometía a tomar a Israel como Su pueblo elegido, para que ellos fueran un pueblo especial entre todas las naciones de la tierra. Israel, por su parte, debía reconocer a Jehová como su Dios, obedeciendo Sus mandamientos y leyes. Deuteronomio 28 nos muestra las dos posibles opciones para Israel: si ellos eran fieles al pacto, serían bendecidos con abundancia, victoria, y una confirmación de su lugar especial sobre las demás naciones (Deuteronomio 28:1-14); si no eran fieles al pacto, los alcanzaría la escasez, la enfermedad, la derrota, la humillación y la destrucción (Deuteronomio 28:15-68).

Adelantemos la historia, y veremos que después de muchos siglos de altos y bajos, el pueblo de Israel terminó cayendo en un estado terminal, irreversible, de infidelidad espiritual. A pesar de que Dios envió muchos profetas para advertirles -incluyendo a Isaías- el pueblo llegó a un punto de no retorno, y finalmente cosechó las consecuencias de haber quebrantado el pacto. Babilonia invadió Jerusalén; muchos fueron muertos, otros fueron llevados como prisioneros, y una tercera parte de la gente quedó viviendo en la nación derrotada y destruída. Sin embargo, aunque el panorama era oscuro para las personas que vivirían este período, Dios dejó encendida una luz de esperanza: junto con anunciar el juicio, los profetas también fueron inspirados por Dios para proclamar un mensaje diferente para ellos. Aquí es donde encontramos la profecía del pasaje de hoy.

¿Quién es el que está anunciando esta esperanza en el pasaje? Nuestra primera intuición obviamente es identificar a Isaías, hablando en primera persona. No obstante, no es sólo Isaías. Si seguimos el discurso de vuelta hasta su origen, nos encontraremos con palabras conocidas: el protagonista de este relato declara, junto con el profeta, “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová” (Isaías 61:1-2). Isaías lo conoce como el Siervo de Jehová, el Mesías, pero nosotros lo conocemos por Su nombre, Jesús (Lucas 4:16-21). En este pasaje, Él se compromete a no descansar hasta que Jerusalén (representando al pueblo de Dios en general) sea levantada y restaurada de su situación de desgracia. Dios promete un cambio increíble como resultado de la obra del Mesías, pero quizás una de las cosas más increíbles es que Él sea el que da el primer paso para la reconciliación.

¿Recuerdan las preguntas del comienzo? ¿Qué esperanza podía tener Jerusalén de levantarse de su cautiverio y su destrucción, cuando el único que los podría haber ayudado era el Dios santo que ellos habían provocado a ira, y le habían sido infieles hasta el cansancio? ¿Qué podían hacer ellos, si su situación era precisamente el castigo que Dios les había impuesto? ¿Había acaso otro omnipotente que pudiera abrir lo que Dios había cerrado? El lamento del pueblo lo expresa claramente: “Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” (Ezequiel 37:11). Pero, para sorpresa de ellos, estaban equivocados. Dios los había castigado con justa razón, y había dejado caer sobre ellos las consecuencias de sus acciones, pero no los había desechado, ni los había dejado de amar. Cuando Sión decía “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí" (Isaías 49:14), la respuesta del Señor fue “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros." (Isaías 49:15–16). El amor fiel de Dios no los dejaría abandonados ni caídos para siempre. Él los tomaría de la mano una vez más.


La restauración continúa


Ahora bien, en esta hermosa historia, ¿dónde entramos nosotros? La respuesta es que, aunque no lo creamos, la historia de Israel es nuestra propia historia.

Cuando Dios le prometió a Su pueblo que lo restauraría, tenía en mente mucho más que una reparación física a corto plazo (la cual de todas maneras hizo). Su plan era mucho más grande que murallas nuevas y puertas nuevas. Él quería tratar con el problema de fondo, la causa de la derrota, la destrucción y la esclavitud, que es el pecado en el corazón humano. Es por eso que Isaías nos presenta al Mesías, porque Él es el único capaz de hacer esa obra de restauración. Sin embargo, el resultado final probablemente hubiera sorprendido hasta al mismo Isaías. Cuando Jesús murió en esa cruz, Él rescató y santificó no sólo a los creyentes de Israel, sino a una multitud de toda lengua y nación (Apocalipsis 7:9), la cual vendría a ser Su verdadero pueblo, Su Jerusalén espiritual llamada la Iglesia. Nosotros, cada creyente en particular, somos el cumplimiento de las promesas de restauración que leemos en este pasaje de Isaías: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla [...], a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:25–28). Como Pedro señala, ahora nosotros somos la “nación santa” de Dios, el “pueblo adquirido” por Él (1 Pedro 2:9). El Restaurador que fue prometido a través de Isaías y que caminó por Jerusalén 700 años después de su profecía, es el mismo que sigue trabajando en las vidas de Su pueblo, aquí y ahora.


El Restaurador no ha terminado


Volviendo al presente, permíteme preguntarte, hermano, hermana: ¿cómo está tu vida espiritual? Esta pregunta es muy importante, porque de eso depende si este mensaje aplica a tu vida. Si tú me dices, “hermano, mi vida espiritual va excelente, voy de victoria en victoria, he superado todas las tentaciones y todas las pruebas que se me han presentado, estoy haciendo todo lo que el Señor ha mandado y lo amo con todo el corazón, y estoy dando lo mejor de mí para mi prójimo”, entonces déjame felicitarte, y decirte que quizás lo que voy a decir no tendrá mucho provecho para ti, y que puedes retirarte si deseas. Sin embargo, como un último consejo antes de eso, te recomendaría que reflexionaras en las palabras de 1 Juan 1:8: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Quizás debas tomarte un tiempo para evaluar mejor tu vida.

Sin embargo, si en esta mañana tienes vivo en la memoria que has fracasado en el camino del Señor, y que quizás llevas mucho tiempo fracasando sin esperanza de cambio; si sabes que no eres lo que deberías ser, si sientes la verguenza de haber tropezado tantas veces que ya perdiste la cuenta, si te reconoces como pecador(a)... entonces déjame animarte, porque hay un mensaje para ti.

Puede ser que tu vida esté quebrantada por tu pecado, al igual que Jerusalén estaba destruida y abandonada gracias al pecado de Israel. Quizás estás cosechando en tus emociones, en tus planes, en tu familia, en tu salud o en otras áreas las amargas consecuencias de haberle fallado a Dios, porque el árbol del pecado nunca da frutos dulces. Y quizás el interior de tu corazón se ve tan sucio que apenas estás sosteniendo una relación distante con Dios, apenas estás orando, apenas tienes algún interés en la iglesia, porque sabes lo que Dios piensa del pecado y tu vida no se ve como algo que a Él le agradaría.

No obstante, el Restaurador que rompió el silencio en la situación de Jerusalén es el mismo que hoy nos habla a través de Su Palabra. Las promesas de Isaías nos demuestran que aún cuando nuestras vidas estén arruinadas y destruidas hay esperanza para nosotros, porque tenemos un Dios que no se cansa de tener compasión. Aún cuando nuestra vida está rota y enferma en tantas partes, aunque le hayamos fallado tantas veces, aunque no tengamos mérito alguno para ser aceptables delante de Él, de una forma inexplicable Él se complace en amarnos. Ese es el significado de esa hermosa palabra llamada gracia. Isaías nos muestra un Dios de gracia, que restaura a Su pueblo por gracia. A un Dios que se queda con los Suyos, y los levanta del polvo, no porque ellos sean buenos, sino porque Él es bueno.

Quizás, como Israel lo tuvo, hoy tú también tienes un lamento en tu corazón...

“¡Pero ya le he fallado al Señor tantas veces!”
“Es que no sabes lo que hice”.
“Siento que en cualquier momento voy a caer”.
“Ya he causado demasiado daño”.
“Soy una hipócrita, un fracaso como cristiana”.

Si es así, en esta mañana, la gracia tiene para ti la misma respuesta que le dio a Israel: “A pesar de tu pecado, no me he olvidado de ti. Aún estoy aquí. Aún te amo. Aún no he terminado de trabajar contigo”. Podemos levantar la cabeza, y ver al mismo Dios de amor fiel que habló en el Antiguo Testamento extendiéndonos Sus palabras de gracia y restauración en el Nuevo: un Dios que comenzó en nosotros la buena obra, y la va a seguir perfeccionando hasta el final (Filipenses 1:6); un Dios que vive eternamente para interceder por nosotros (Hebreos 7:25), un Dios que nos ha mostrado Su amor en que siendo aún pecadores, Él murió por nosotros (Romanos 5:8).

Puede sonar radical, hasta preocupante para muchos. Puede sonar casi como si el pecado “diera lo mismo”. No, el pecado es serio, y tiene consecuencias devastadoras, como lo ilustra la historia de Israel. Pero cuando el pecado de una nación quebrantada, cuando el pecado de una persona quebrantada se encuentra con la gracia del Señor, ese pecado se vuelve insignificante y es deshecho. Hay una gloria y un poder incomparables en esa gracia que perdona al pecador, y que restaura lo que está destruido.

Si te cuesta comprender qué significa gracia, vuelve a los Evangelios; vuelve al Nuevo Testamento, y mira las imágenes que una y otra vez la expresan mejor que palabras:

Gracia es la determinación del pastor que deja 99 ovejas, y sale a buscar a la que está perdida. (Lucas 15:3-7)
Gracia es la perseverancia de la mujer que no descansa hasta encontrar la moneda que le falta. (Lucas 15:8–10)
Gracia es el amor del padre que sale corriendo para abrazar al hijo que lo despreció (Lucas 15:11–32).
Gracia es la pasión del Hijo de Dios que bajó del cielo para buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).

- - -

¿Necesitas esa gracia en el día de hoy? Recíbela. Pide perdón, sacúdete el polvo y deja que el Señor te restaure; sabiendo que si la necesitas mañana, volverá a estar ahí; no porque la merezcas, sino porque Él te ama y no ha terminado contigo. Pero, más importante aún, ¿conoces esa gracia , la has experimentado alguna vez? No te estoy preguntando si naciste en una familia cristiana o cuántos años llevas en la iglesia; te estoy preguntando si te has encontrado personalmente con la gracia de Dios. Si no es así, te invito a que respondas el llamado que Jesús te está haciendo; entrégale tu vida y conocerás al Dios de gracia que nunca te dejará.




A menos de que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60), y todas las citas desde fuentes en inglés han sido traducidas por el autor del blog
Foto por Lachlan Ross en Pexels
Todos los enlaces fueron accesados correctamente al día de la publicación de este post 



¡Comparte este post!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario