10 de enero de 2014

Fe y Razón... ¿Debemos elegir una sola? (Parte 1: Las consecuencias de elegir)


(Este post es el primero de una serie de tres sobre Fe y Razón. Puedes encontrar las siguientes partes aquí y aquí)

Comúnmente, se asume que la fe y la capacidad de pensar son como el agua y el aceite: están irremediablemente separados. Eso es lo que sostiene una gran mayoría de ateos, lo cual no debería sorprendernos. Para ellos, creer en Dios equivale a tener un amigo imaginario: ninguna persona adulta, razonable y con un poco de sentido común lo haría.

Pero lo que es más curioso es que esta idea es compartida por bastantes cristianos (aunque sin ponerlo en esas palabras). Para estos hermanos, el tener que depender de argumentos, de lógica, o de evidencias para creer en Dios hace la fe innecesaria. En este sentido, mientras mas “ciega” es la fe, mas espiritual es el creyente. Este enfoque se basa en una interpretación literal de la definición de fe en Hebreos 11:1: “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, y es apoyado por distintos textos que parecen ir en la misma dirección. Por ejemplo, este sería el tipo de fe que Jesús respalda, cuando afirmó: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29).

Esta postura de separación entre fe y razón es la que se conoce formalmente como Fideísmo, y quiero hablarles de ella porque, al igual que muchos otros cristianos en el mundo, creo que debemos volver a examinarla. ¿El motivo? Pienso que los resultados de sostener esta bandera de fe ciega han llegado a ser negativos, en lugar de beneficiosos, para la Iglesia.

Rasguñamos la superficie de este problema en el post introductorio sobre apologética, pero veamos más de cerca qué implica elegir sólo la opción fe.


Aumentamos la distancia entre "ellos" y "nosotros"

Uno de los resultados más serios del fideísmo para los cristianos es que esta postura ha ampliado la distancia natural entre el Evangelio y las personas. Quiero tomar las palabras de uno de los héroes del ateísmo del último tiempo, el biólogo evolucionario Richard Dawkins, como ejemplo:


"Muchos de nosotros veíamos la religión como tonterías inofensivas. Tales creencias pueden carecer de toda evidencia, pero, pensamos, si la gente necesita de una muleta para consolarse, ¿dónde está el problema? El 11 de Septiembre cambió todo eso. Reveló que la fe no es una tontería inofensiva, sino que puede ser una tontería mortalmente peligrosa" (Richard Dawkins, "Has the world changed?", The Guardian)

Esta es una posición, me atrevería a decir, crecientemente recurrente en el mundo. Las personas están viendo la fe como un estorbo -casi como una enfermedad- que bloquea el sentido común del hombre, anula su capacidad de pensar y desarrollarse y puede llegar a justificar cualquier conducta (el atentado a las Torres Gemelas, dice Dawkins, es un ejemplo de las consecuencias de tener fe). De aquí que los ateos se presenten usualmente a sí mismos como gente racional o “librepensadores”, en contraste con los creyentes, quienes son irracionales y a quienes se les ha "lavado el cerebro".

Si nosotros -los creyentes- somos los culpables de hacer esta separación entre creer y pensar, no nos debería extrañar que esta generación no quiera prestarnos sus oídos para que les prediquemos el Evangelio. No están dispuestos a ofrecer su atención a embajadores de una ideología que -desde su punto de vista- controla al ser humano hasta anular su sentido común, logra que éste niegue la realidad y el pensamiento lógico, e impide el desarrollo de la sociedad a través de la investigación y el conocimiento. Si esa es la clase de fe que predicamos, ¿por qué deberían siquiera acercarse o darse el tiempo de escucharnos?

Nuestro mensaje de por sí ya es suficientemente increíble (1 Corintios 1:18), pero nosotros le hemos agregado dificultad extra al presentarlo de esa manera. Hemos ampliado la brecha natural entre sus oídos y nuestra predicación, esa que deberíamos procurar acortar, si queremos darle chance a la verdadera acción, descrita en la Biblia: "la fe viene por el oír" (Romanos 10:17).

Eso nos lleva a un segundo detalle...


Nos quitamos nuestros propios fundamentos para predicar

Predicar una fe absolutamente ciega no solo aumenta la distancia inicial entre la atención de las personas y nosotros, sino que también dificulta que aquellos que han oído el mensaje lo consideren seriamente (sé que esta parte es un punto teológico complejo, pero por ahora, denme el beneficio de no profundizar para no crear un post interminable, ¿ok? jeje).

Si nuestra predicación consiste en que la Biblia debe aceptarse por fe, y sin ningún fundamento adicional, entonces nos acabamos de complicar la tarea de sostenerla como verdad frente a quienes no creen. Para ellos, que no tienen fe, no hay garantías de la validez del mensaje. Si no hay bases para nuestro testimonio ¿cómo saben ellos que no estamos simplemente engañándonos a nosotros mismos en creer? Más interesante: ¿cómo lo sabemos nosotros?

Si no tenemos razones para creer en el testimonio de nuestra Biblia, fuera de nuestra experiencia personal, entonces no podemos pedir que la gente confíe en lo que ella dice acerca de temas tan importantes como la existencia y el carácter de Dios o el propósito de la vida humana. Menos aún podemos hacer la diferencia entre el cristianismo y otras creencias.

Si esa es la perspectiva, entonces nuestro mensaje no parece tener mucho peso. Después de todo ¿quién quiere invertir su vida en un proyecto que no tiene garantías?

Lo dejaremos hasta aquí por ahora. En la segunda parte, veremos algunas razones (sí, incluyendo algunas de la propia Biblia) de por qué vale la pena escoger ambas, fe y razón, en nuestra vida cristiana.




Lecturas recomendadas:

On the Dangers of Fideism - Jonathan Mclatchie

The Danger of "Belief In" without "Belief That" - Jim Wallace 

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