7 de marzo de 2014

Entonces... ¿Qué es la fe?


A través de la serie anterior, intenté convencerlos de que existe una relación entre los conceptos de fe y razón y de que no son mutuamente excluyentes, como muchos ateos (y algunos cristianos) plantean.

Sin embargo, hasta ahora no he mostrado cómo se relacionan. Por eso, la idea de este post es presentarles esa relación por medio de una definición básica, desde un punto de vista muy "humano" (es decir, sin considerar la parte que Dios tiene en el proceso). En palabras simples, podemos decir que la fe es una confianza plena y fundamentada [esta es la parte razonable] en Dios.

Aumentemos el zoom y examinemos más de cerca estas dos características de la fe:

Es una confianza fundamentada (al igual que el resto de nuestras creencias)


Bueno, esto fue la chispa que encendió la pólvora. La objeción usual contra la fe cristiana es que es "ciega", es decir, sin fundamentos. Pero, ¿es así en realidad?

Si los invito a reflexionar por un momento en nuestras creencias, aquellas "ideas" o "informaciones" acerca del mundo exterior que sinceramente consideramos verdaderas (independientemente de si el grado de certeza es mayor o menor), creo que todos estaremos de acuerdo en que cada una de ellas tiene un origen, un motivo que nos ha llevado a sostenerla como verdad (o por lo menos, como una buena posibilidad). Si quisiéramos ponerlo en un lenguaje más formal, podríamos decir que cada proposición que consideramos verdadera se infiere a partir de otras (los axiomas son un caso aparte). Como cada creencia tiene por lo menos una razón que consideramos válida, entonces no tenemos creencias sin fundamento.

Eso también, precisamente, se cumple en el caso de la fe. Cuando consideramos que la base de la fe es un conjunto de creencias, entonces no podemos hablar de fe sin fundamento. Ni siquiera podemos hablar de fe completamente "ciega". De hecho, la RAE concuerda en este sentido: que una creencia sea "infundada" no significa que carezca de cualquier fundamento, sino que está basada en un fundamento falso o irracional.

Para muchos no creyentes, esto no cambia nada la situación: la fe sigue siendo infundada, porque no tiene bases racionales (según ellos). Sin embargo, el decidir eso ya implica que ellos deben a) reconocer la existencia de esos fundamentos, y b) examinarlos. Lo que debe cuestionarse, más que la creencia en sí misma, es la calidad de sus razones.

A propósito de examinar creencias: muchos de nosotros sostenemos inconscientemente algunas sin preocuparnos de revisar sus fundamentos. En ocasiones, incluso ponemos nuestra vida en la línea por lo que consideramos verdadero, sin demasiado examen. Por ejemplo, al subirnos al transporte público, creemos que el chofer está en posesión de todas sus capacidades para conducir a través de la ciudad; no le preguntamos si pasó una buena noche, o si está bajo la influencia de algún medicamento. De la misma forma, al comprar alimentos en el supermercado, asumimos que los ingredientes son los que se describen en el rótulo y que la fecha de vencimiento es realmente la que se indica; no acostumbramos llamar al proveedor para preguntar si ocurrió algún error u omisión en estas informaciones. Lo mismo podríamos decir de nuestra confianza en nuestros médicos, constructores, ingenieros, etc. Generamos nuevas creencias sobre el mundo que nos rodea a cada minuto, pero no siempre examinamos si sus fundamentos son válidos o esperamos a tener una certeza perfecta. Por eso, es curioso que muchos se presenten híper-escépticos con respecto a los fundamentos para la fe, cuando en la práctica, le dan un gran valor a razonamientos que son cuestionables o han sido obtenidos con escasa evidencia.

En fin, una persona tiene un amplia variedad de razones para sostener las creencias en que se basa la fe, desde la experiencia personal, hasta los distintos argumentos clásicos para el teísmo, pasando por el testimonio de personas a quienes consideramos confiables (otra cosa que hacemos todo el tiempo, por ejemplo, porque la base de nuestros conocimientos científicos suele ser, bueno... el testimonio de científicos. No todos tenemos el tiempo libre para verificar los resultados de sus estudios de primera mano). Lo importante para nosotros, como creyentes, es asegurarnos de que nuestros fundamentos sean firmes y puedan ser demostrablemente válidos cuando presentamos a otros las razones para creer en lo que Dios ha revelado (1 Pedro 3:15). Y esto, como hemos dicho, requiere que abracemos la dimensión de la razón, del pensamiento y de la verdad en nuestra vida espiritual.


Es una confianza plena


En el punto anterior mencioné que la base de la fe era un conjunto de creencias. Precisamente, lo expresé de esa manera porque la fe es más que las doctrinas que conforman el cristianismo.

Si nos enfocamos en lo que la Biblia dice acerca de la fe (griego "pistis") y sus distintas variantes, como el verbo creer ("pisteuoµ"), nos encontraremos precisamente con esa idea: La fe bíblica es más que reconocer o aceptar intelectualmente, por ejemplo, la existencia de Dios como verdadera. Es más que comprender y estar de acuerdo con todas las doctrinas esenciales. La he descrito como "confianza", porque no sólo implica un asentimiento de la razón, sino una respuesta de la voluntad. Las páginas de la Biblia no son meramente informativas, sino que requieren que el creyente comprometa su vida completa en respuesta a las verdades presentes en ellas. Alguna vez escuché la siguiente ilustración de un predicador: "No confías realmente en la capacidad de un avión para volar hasta que te subes a él".

Estoy convencido de que ese es el punto de Jesús en la parábola del sembrador: un creyente no es el que simplemente oye, sino el que recibe el mensaje y responde "dando fruto" (Marcos 4:13-20). De manera similar ocurre con el discurso de Santiago: "la fe sin obras es muerta" puede releerse como "tu creencia no tiene ningún valor si no actúas conforme a ella" (Santiago 2:14-19). Nuestras creencias más importantes repercuten en nuestra vida. El Diccionario Certeza, en su entrada sobre fe, concluye: "El resultado de una creencia genuina en lo que Dios ha revelado será fe verdadera."

Así podríamos describir la fe: comienza con un asentimiento intelectual a las razones y a las evidencias para la revelación de Dios, pero esencialmente, es una respuesta voluntaria (y usualmente, también emocional) a esa revelación. Particularmente, la tarea de la apologética consiste en estudiar esas razones que conducen a la fe, y es lo que estaremos tratando durante los meses siguientes (a excepción de Semana Santa, en que probablemente iremos al ritmo de ese tiempo especial).



Lecturas recomendadas:

"Okay, You’re Right: There’s No Evidence For Faith" - Tom Gilson

"Faith Is Not the Opposite of Reason" - Al Serrato

"The Difference Between Believing the Gospels and Trusting the Gospel" - Jim Wallace

"Four Types of Faith" - Michael Patton



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