22 de febrero de 2018

Evangelio 1.0

 
[A continuación, les comparto el mensaje que prediqué en mi iglesia local el domingo recién pasado. El texto base se encuentra en Marcos 1:14-15]

En nuestros días, en que la gran mayoría de personas somos dueños de computadores, tablets y smartphones, hemos llegado a familiarizarnos con el concepto de versiones, es decir, esta forma característica de llamar a las mejoras de nuestras aplicaciones y nuestros dispositivos (Windows 95/98, iPhone 5/6, Android 5.0/5.1, etc.). Esta cercanía con la tecnología también nos ha hecho acostumbrarnos a escuchar en los medios de comunicación sobre "Trabajo 2.0", "Paternidad 2.0", y muchas ideas similares, porque ya reconocemos que el concepto de "versión 2.0" es algo nuevo, mejor, y distinto a lo que hacíamos originalmente.

Incluso, como cristianos, creo que no es difícil darnos cuenta que entre otras cosas, nuestra manera de hablarle al mundo de Dios, o evangelizar, es distinta a la que tenían nuestros hermanos de las generaciones anteriores. Tenemos, por decirlo así, un Evangelio 2.0, con nuevos énfasis, y en presentaciones mucho más modernas.

Sin embargo, como informático sé por experiencia propia que las versiones 2.0 no siempre son mejores que las originales. De vez en cuando sucede -por ejemplo- que en el intento de crear una nueva versión con una mejor apariencia, se terminan introduciendo errores de programación que la versión anterior no tenía, y que pueden hacer que la aplicación se vuelva totalmente inútil. Una pregunta interesante para hacernos es… ¿será posible que eso también suceda con nuestro anuncio del Evangelio?

Para responderla, volvamos a darle una mirada al Evangelio 1.0, el que Jesús está predicando en este pasaje, y que el resto de la Biblia sigue presentando. Quizás nos sirva para evitar que nueva forma de presentar a Jesús al mundo termine siendo una mala versión 2.0, atractiva y moderna, pero que no funciona.


El Trasfondo de Dios


De acuerdo al pasaje que estamos leyendo, el primer anuncio que hace el Señor es que "el reino de los cielos se ha acercado". Ahora, este concepto del reino es uno de los más complejos y ricos en significado que hay en el Nuevo Testamento, y es suficiente para varios mensajes por sí solo, así que no nos detendremos mucho aquí. Por esta vez, basta decir que un judío, al escuchar este anuncio, sabía que Dios nuevamente iba a actuar en la historia de Su pueblo.

El punto que debemos notar es que esta parte de la predicación de Jesús está muy marcada por su contexto. ¿Por qué? Porque Él les está hablando a personas del pueblo de Dios, que conocen Su mensaje. El mensaje que está predicando el Señor da por asumido que Sus oyentes saben quién es Dios.

Cuando esta condición no se cumple, es necesario volver atrás, y empezar "desde cero", pues el Evangelio comienza con saber a) que Él existe, y b) que Él tiene una personalidad especial, y distintas cualidades. Un buen ejemplo es Pablo, predicándole a los atenienses:

"Varones atenienses, he observado que ustedes son muy religiosos. Porque al pasar y observar sus santuarios, hallé un altar con esta inscripción: «Al Dios no conocido». Pues al Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, es el Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos hechos por manos humanas, ni necesita que nadie le sirva, porque a él no le hace falta nada, pues él es quien da vida y aliento a todos y a todo. De un solo hombre hizo a todo el género humano, para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado sus tiempos precisos y sus límites para vivir, a fin de que busquen a Dios, y puedan encontrarlo, aunque sea a tientas. Pero lo cierto es que él no está lejos de cada uno de nosotros, porque en él vivimos, y nos movemos, y somos. Ya algunos poetas entre ustedes lo han dicho: 'Porque somos linaje suyo'. Puesto que somos linaje de Dios, no podemos pensar que la Divinidad se asemeje al oro o a la plata, o a la piedra o a esculturas artísticas, ni que proceda de la imaginación humana. Dios, que ha pasado por alto esos tiempos de ignorancia, ahora quiere que todos, en todas partes, se arrepientan. Porque él ha establecido un día en que, por medio de aquel varón que escogió y que resucitó de los muertos, juzgará al mundo con justicia." (Hechos 17:22-31, RVC)

Básicamente, el apóstol está diciéndoles que existe un Dios supremo, espiritual, que creó todo lo que existe y que lo sostiene todo, que es soberano sobre todas las cosas, y que es bueno y amoroso, pues ha creado al ser humano para tener una relación con Él y está cerca de cada uno. Pero que además, es un Dios que es justo, y que juzgará a cada uno.

Aquí es donde comienza la parte incómoda, porque cuando el Evangelio presenta a Dios, nos damos cuenta de que Él es diferente –muy diferente- a nosotros. Pablo aquí bien podría incluir el concepto de la santidad de Dios, que como judío él conocía muy bien, pues todo el Antiguo Testamento grita a viva voz: Dios es altísimo, Él es puro, Él es majestuoso, Él es perfecto, y tiene estos atributos en un grado tan superlativo que ningún ser humano sobre la tierra, que valore su vida, puede acercarse a Él, a menos de que Él mismo lo permita (Éxodo 33:20, Isaías 6:5). El mensaje de Pablo también señala que este Dios santo tiene estándares que somos responsables de cumplir, y en base a los cuales juzgará a todo el mundo.


Arrepiéntanse


El segundo paso que toma el Evangelio es dirigir nuestra mirada hacia nosotros mismos, y hacia la triste realidad: frente a este Dios creador, bueno, soberano, santo y justo, no estamos bien. Para nada bien. El diagnóstico de la Biblia es certero: "todos [los seres humanos] pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).

Cada día, hacemos cosas que desagradan a Dios y que desafían Su estándar. Cada día, disfrutamos de la vida y las cosas buenas que nos da, pero a cambio le devolvemos desprecio y rebeldía. Nos creó para tener una relación con Él, pero preferimos dejar ese amor de lado y servirnos a nosotros mismos. Con todas sus letras, hacemos lo malo, y muchas veces hasta lo disfrutamos. Bueno, en realidad no es necesario que el pecado sea cometido a través de una acción: Dios conoce nuestros pensamientos y nuestro corazón, así que aunque engañemos a todo el mundo, Él nos ve tal como somos. La peor parte es que nuestras ofensas no se pueden deshacer a través de buenas acciones, pues un Dios perfecto no saca promedios: lo que es bueno, es bueno, lo que es malo, es malo, y así se queda. Nuestros pecados entran en nuestra cuenta, que tiene un terrible saldo final en contra: "La paga que deja el pecado es la muerte" (Romanos 6:23, NTV), un estado de oscuridad, enojo, soledad, angustia y dolor espiritual y físico que dura para siempre.

¿No puede simplemente perdonarnos Dios, ya que Él es un Dios de amor y compasión? La respuesta, lamentablemente es “no”, porque en el estándar divino hacer eso sería como dejar impune a un criminal. Odiamos la “puerta giratoria” de los tribunales, y nos enojamos cada vez que vemos en los noticieros que un delincuente queda libre sin ser castigado como merece. Pero las cosas no son tan fáciles cuando nosotros somos los acusados, ¿cierto? No, dice el profeta Nahúm, "[Dios] no tendrá por inocente al culpable" (Nahúm 1:3). Él debe hacer justicia.

Aquí es donde entra la segunda parte del mensaje de Jesús, que Pablo también señala como algo necesario: el arrepentimiento (del griego metanoia, "cambio de mente"). Mientras otras personas pueden decir "me gusta la vida que llevo", o "yo soy así y no pienso cambiar", el Evangelio nos lleva a reconocer humildemente que la sentencia de Dios para nosotros es justa, y que –a menos de que Él haga algún milagro- estamos perdidos.


Crean en el Evangelio


Finalmente, cuando ya no queda esperanza, es donde nos encontramos con el centro del Evangelio (del griego euangelion, "buenas noticias"). "De tal manera amó Dios al mundo", dice el apóstol Juan, "que ha dado a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel que crea en Él no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:16). Aquí es donde el Juez justo se baja de Su trono por amor, y se ofrece a pagar la condena en nuestro lugar. Aquí es donde el Dios ofendido no escatima ni a Su propio Hijo para decir que nos perdona, y para invitarnos a reconciliarnos con Él (2 Corintios 5:19-20). No hay suficientes himnos en el mundo para representar lo glorioso de esta verdad.

Jesús vivió, murió y resucitó para completar una obra perfecta, por medio de la cual nos podemos acercar confiadamente al Dios santo y justo, tener paz con Él y llamarle "Padre". ¿La mejor parte? Todo esto es un regalo, para quien está arrepentido, y quiera aceptarlo.


Evaluando el Evangelio 2.0


Luego de contemplar el Evangelio original, pensemos en la forma en que evangelizamos hoy en día, nuestro Evangelio 2.0 ¿Qué tan fielmente refleja el mensaje de Jesús y de los apóstoles? Las renovaciones y ajustes que hemos hecho para predicarle a nuestra sociedad actual, ¿han facilitado que la gente entienda el Evangelio 1.0, o simplemente hemos introducido fallas en el mensaje?

De acuerdo a las tres partes que mencionamos, inspirados en la predicación de Jesús en el pasaje de Marcos, quiero ofrecerles rápidamente 3 puntos en que creo que el Evangelio que compartimos hoy está fallando:

  1. Cuando tenemos la oportunidad de presentar a Dios, algunas veces nos conformamos con mostrar a un “Ser Superior” que simplemente mira desde los cielos. Otras veces, destacamos Sus atributos como el amor, Su compasión y Su bondad, mientras ocultamos otros como Su santidad, Su perfección y justicia. Pero según lo que hemos visto, el Evangelio requiere que presentemos a Dios en forma integral, para que la gente pueda entender cuál es su verdadera posición delante de Él, y su necesidad.

  2. Cuando fallamos en el punto anterior, nuestra presentación del Evangelio pasa a centrarse en la identificación de otras necesidades en las personas. Intentamos convencerlas de que sin Jesús no llevan una vida feliz, no están satisfechas, ni tienen paz. Todas estas cosas son ciertas, sin duda, pero la raíz de nuestros problemas es nuestro pecado, más que nuestras decisiones equivocadas. Por eso, el verdadero arrepentimiento es más que sentirse mal por haber fallado en la vida, o haberle hecho mal a otros o a uno mismo. Una convicción de pecado real es darse cuenta, como lo hicieron David y el hijo pródigo, de que su pecado había sido, antes que todo, contra Dios, y por eso debían arrepentirse delante de Él (Salmo 51:4, Lucas 15:21)

  3. Finalmente, el Evangelio 2.0 corre el riesgo de quedarse sólo en lo intelectual cuando llega el momento de la fe. Invitamos a las personas a creer en el Cristianismo, más que en Cristo, y terminamos con nuevos creyentes que están “convencidos, pero no convertidos”. Por eso, al anunciar el Evangelio debemos tener presente que el aceptar una doctrina, una verdad intelectualmente, por más maravillosa que sea, no tiene poder para cambiarnos. Si la pesa me dice que estoy cerca del sobrepeso, y me convenzo a mi mismo de que comer 3 chocolates al día me hace engordar, aunque yo crea esa verdad con todo mi corazón eso no hará que adelgace mágicamente. Debo hacer algo (en este caso, efectivamente dejar de comer chocolate). Cuando se trata de la fe, sucede lo mismo: podemos creer intelectualmente que Dios es bueno, o que Jesús vino a salvarnos, pero esas verdades no pueden perdonarnos, limpiarnos ni transformarnos. Sólo Dios puede. Es por eso que sólo cuando confiamos, aceptamos y entablamos una relación espiritual con el Salvador, que Él aplica a nuestras vidas el poder de Su sacrificio por nosotros (Juan 1:12).

Que esta reflexión pueda aumentar nuestro deseo de compartir el Evangelio en formas modernas y relevantes, pero conservando su esencia original, que es poder para salvación a todo aquel que cree (Romanos 1:16).




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