24 de mayo de 2017

Una Fe Divergente


Les comparto el mensaje que tuve la oportunidad de predicar este domingo recién pasado en mi iglesia local. El pasaje base se encuentra en 1 Pedro 3:14-15.

La realidad del miedo


Este pasaje que vemos aquí es uno que suelo releer de vez en cuando, ya que está muy relacionado con uno de mis temas favoritos, la defensa racional de la fe, también llamada “apologética” (por la palabra griega apologia que en este versículo se traduce como “defensa”). Este es el pasaje donde Pedro hace un llamado general a que todos nosotros, los cristianos, estemos listos para presentar razones, y defender –si es necesario- lo que creemos. Sin embargo, hasta ahora no había notado otro detalle: el apóstol le está enseñando a la Iglesia un secreto, un principio, para tratar con uno de los desafíos más grandes que tenemos como seres humanos: el miedo.

Miedo es ese sentimiento que aparece ante la posibilidad de que algo o alguien, ya sea real o imaginario, pueda dañar lo que queremos. (En este sentido, quienes somos padres tenemos todo un abanico adicional de miedos con respecto a nuestros hijos). Aunque su connotación suele ser totalmente negativa, en realidad el miedo es útil en la medida en que nos ayuda a ser prudentes y cuidadosos frente a un peligro. Sin embargo, más de uno de nosotros se ha encontrado luchando contra un miedo que nos persigue, se apodera de nosotros y nos paraliza e incapacita para la vida. La Biblia también es testigo de las consecuencias del miedo cuando corre libre por nuestra vida: El miedo al faraón llevó a Abraham a casi quedarse sin esposa; el miedo a las murallas y a los gigantes hizo que Israel no entrara a la Tierra Prometida; el miedo a Saúl hizo que David terminara siendo aliado de los enemigos de Israel… no sólo nos detiene, sino que también nos empuja a tomar las peores decisiones. Sin duda, el miedo es una poderosa influencia.

En el caso de la iglesia primitiva, el miedo de los creyentes provenía de la posibilidad de perder sus bienes materiales, su posición o incluso su libertad y bienestar. En nuestro caso, las cosas que nos hacen temer son diferentes. Pero este principio que el apóstol nos presenta trasciende el tiempo y los infinitos motivos que podamos tener para sentir miedo. Quisiera presentárselos usando una ilustración bastante moderna.


Divergente


La película Divergente trata acerca de una sociedad basada en un sistema de oficios. Hay personas que se especializan en ser esforzadas, y sirven; otras son estudiosas, y se desempeñan investigando y haciendo ciencia. La protagonista decide servir dentro del grupo de personas valientes que se encargan de la seguridad de la sociedad, y como requisito de entrada es sometida a una prueba psicológica, una simulación en la cual debe enfrentar sus peores miedos. Lo curioso es que, mientras todos los demás candidatos tratan de escapar o solucionar las situaciones atemorizantes por sus propias fuerzas, la protagonista tiene un pensamiento distinto ("divergente"). Al ser enfrentada, por ejemplo, a su gran miedo de morir ahogada en un recipiente cerrado que se llena de agua, ella se da cuenta de que eso "no es real" y tocando con sus dedos rompe el recipiente.

¿Qué tiene que ver esto con el tema que estamos reflexionando hoy? La respuesta es que Dios también nos llama a tener una forma de pensar “divergente” cuando nos enfrentamos a todo aquello que nos causa miedo en la vida. En el pasaje que leímos, Pedro señala:


Así que no les tengan miedo, ni se asusten. Al contrario, honren en su corazón a Cristo como Señor” (1 Pedro 3:14-15, RVC)

Si quisiéramos parafrasear un poco, es como si el apóstol le dijera a la iglesia, “no pongan sus ojos en quienes los persiguen; póngalos en el Señor”. La exhortación es que los creyentes veamos más allá de nuestros miedos, y nos demos cuenta de que el panorama oscuro que ellos nos pintan no es el final de la historia. Sí, hay una gran diferencia con la película: a diferencia de la protagonista, nosotros no estamos en una simulación, sino que nos enfrentamos a la vida real, y muchos de nuestros peores miedos son posibilidades reales. No podemos decir simplemente “esto no es real” y seguir con nuestras vidas en forma habitual. Pero algo que sí podemos decir con toda confianza es que “Dios es más real”. Y cuando lo hacemos, el miedo comienza a deshacerse.


Dios hace la diferencia


Este consejo que nos da Pedro, aunque lo parezca, no es algo innovador o novedoso. En realidad, las páginas de la Biblia registran una y otra vez la voz de Dios, exhortándonos a poner nuestra vista en Él como la solución definitiva al miedo. Se lo dijo a Israel por medio de Isaías:

No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” (Isaías 41:10)

David también estaba convencido:


Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Salmos 23:4)

Josué lo recibió como un mandamiento:


Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:9)

Una y otra vez, la invitación es “no tengas miedo, porque Yo estoy contigo”. Y si conocemos a Dios, sabemos que este argumento tiene todo el sentido del mundo, pues Él es capaz de anular cualquier motivo de temor. Su amor nos hace confiar completamente en que Él nos cuidará en toda circunstancia. Su poder nos hace sentirnos seguros de que nada podrá atravesar o pasar encima de su protección, y que no hay límite en lo que Él puede hacer para salvarnos. Su providencia y sabiduría nos hacen saber que cualquier circunstancia que Él permita que llegue a nuestra vida, por difícil que sea, tiene una razón y un propósito. Su Espíritu Santo en nosotros está constantemente produciendo el carácter de Cristo, el cual incluye poder, amor, paz y dominio propio (Gálatas 5:22-23; 2 Timoteo 1:7). Cuando comprobamos el carácter del Dios que está con nosotros, resulta más fácil entender al salmista en su oración:


Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.” (Salmos 27:1, 3)

Por esa razón, frente al miedo es una respuesta poderosa el decir, pero por sobre todo el saber, que "Dios es más real". Al igual que en la película, esa convicción es suficiente para desvanecer el miedo.


Viviendo sin temor


La vida cristiana, de esta manera, es una que está libre de este temor debilitante y paralizante, porque Dios está con nosotros. Cuando confiamos y nos refugiamos en Él, el temor se va. Y aunque el ejemplo clásico de David y Goliat calza perfectamente con este principio, el mismo apóstol que escribe estas palabras en su carta universal también lo experimentó. En la historia sólo dos personas han caminado sobre el agua: una de ellas es Jesús; la otra es el discípulo que se atrevió desafiar su miedo a la tormenta poniendo sus ojos en Jesús y creyendo que Él era más real.

¿Cómo estás viviendo tu vida? ¿Es una vida que camina en medio de las tormentas, o una vida que está constantemente detenida por el miedo? ¿Quién es más real en tu vida, tus miedos o Jesús? Hoy la exhortación es a que pensemos distinto al resto de las personas, que tengamos una fe divergente y que en medio del miedo volvamos a poner nuestra vista en el Señor. Si hacemos eso, aquello que parece atraparnos se desvanecerá, pues a Su lado, no hay nada que temer.




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