Siguiendo nuestra serie sobre el desarrollo del Nuevo Testamento, nos encontramos actualmente en la mitad del segundo siglo (años 150 - 199 d.C). Al terminar el post anterior de la serie, la evidencia nos llevó a concluir que 22 de los 27 libros que actualmente forman nuestro Nuevo Testamento (poco más del 80%) no sólo eran conocidos por la Iglesia de ese tiempo, sino que también eran aceptados como textos inspirados y con autoridad de parte de Dios.
En este nuevo post, continuaremos nuestro recorrido por la historia de los primeros creyentes, tomando nota de lo que ellos nos pueden decir sobre el estado de las Escrituras en su tiempo.
Justino Mártir (cerca del 150 d.C)
Justino fue uno de los apologistas y escritores cristianos más destacados de su época. Fue criado en un entorno judío, estudió a los principales filósofos griegos durante su juventud y se convirtió al Cristianismo aproximadamente a los 30 años. Llevó a cabo la mayor parte de su ministerio de defender la fe en Roma.
En los escritos de Justino no encontramos referencias de textos cristianos por nombre, pero él cita a través de expresiones como "está registrado" o "está escrito" textos provenientes de las "Memorias de los apóstoles". Estas "Memorias" tenían una gran importancia en la Iglesia primitiva, según lo que él nos indica:
"Y en el día llamado Domingo, todos [los creyentes] quienes viven en ciudades o en los campos se reúnen en un sólo lugar, y las memorias de los apóstoles o las escrituras de los profetas son leídas, tanto como el tiempo permita; luego, cuando el lector ha terminado, quien preside [la reunión] instruye verbalmente y exhorta a la imitación de estas buenas cosas" [1]
Este pasaje de la Primera Apología de Justino simplemente está narrando cómo es un servicio cristiano del segundo siglo; en este caso, él está describiendo la parte en que se exhorta o se predica un sermón basándose en -como ya se imaginan- la Escritura. ¿Qué otro texto podría utilizar un creyente para exhortar a otros a seguir a Dios, que no tenga detrás la autoridad de Dios?
Esto es más claro cuando recordamos que los escritos de los profetas eran considerados Escritura, sin lugar a dudas. Por esta razón, el hecho de que las "Memorias de los apóstoles" compartieran el "púlpito" con los libros proféticos del Antiguo Testamento es un poderoso indicador de que ellas eran consideradas igualmente inspiradas. Pero ¿qué son estas "Memorias"? Justino responde en el mismo libro un poco antes:
"Porque los apóstoles, en las memorias compuestas por ellos, las cuales son llamadas Evangelios, nos han entregado lo que les fue encomendado a ellos" [2]
Esto, sumado al hecho de que Justino cita en sus trabajos los cuatro Evangelios que conocemos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) nos entrega nueva evidencia para confirmar la condición de Escritura de estos textos. Justino también hace una referencia implícita al Apocalipsis como un texto con autoridad.
Ireneo de Lyon (cerca del 180 d.C.)
Ireneo fue un creyente nacido en Esmirna, donde fue discipulado por Policarpo, de quien ya hablamos en la tercera parte de la serie. Después de algunos años, viajó a Roma y se unió a la escuela de Justino, con quien estudió hasta antes de partir a Lugdunum en Galia (actual Lyon en Francia) donde fue hecho obispo.
Ireneo, como Justino, también fue un defensor de la fe. Su principal obra escrita, En Contra De Herejías, es tremendamente importante en el estudio del desarrollo del canon del Nuevo Testamento.
Por ejemplo, en este trabajo él nos informa que los Evangelios eran claramente aceptados como Escritura en su tiempo:
"No hemos aprendido de nadie más el plan de nuestra salvación, sino de aquellos a través de quienes el Evangelio ha llegado a nosotros, quienes en un tiempo lo proclamaron en público, y, en un período posterior, por la voluntad de Dios, nos lo entregaron a través de las Escrituras, para ser el fundamento y el pilar de nuestra fe" [3]
Los Evangelios a los que Ireneo se refiere no son otros que los cuatro que nosotros ya conocemos. Estos eran tan ampliamente reconocidos, y él estaba tan convenido de su inspiración, que afirmó que su cantidad había sido divinamente calculada para reflejar la estructura del mundo visible y el mundo espiritual:
"No es posible que los Evangelios sean más o menos en número de los que son. Porque, ya que existen cuatro zonas en el mundo en que vivimos, y cuatro vientos principales, mientras que la Iglesia está dispersa a lo largo de todo el mundo, y el 'pilar y el fundamento' de la Iglesia es el Evangelio y el espíritu de vida; es apropiado que ella tenga cuatro pilares [...] Aquí, es evidente que el Verbo, el Artífice de todo, el que se sienta sobre los querubines, y contiene todas las cosas, Él quien fue manifestado a los hombres, nos ha dado el Evangelio en cuatro aspectos, pero unidos por un mismo Espíritu" [4]
En esta obra, Ireneo también habla sobre las palabras de los apóstoles, poniéndolas al mismo nivel de los dichos de Jesús (los Evangelios) y de los escritos de los profetas del Antiguo Testamento [5]. Él también afirma implícitamente que las cartas de Pablo son Escritura [6].
En particular, Ireneo nos indica claramente que él es familiar con la gran mayoría de nuestro Nuevo Testamento. En Contra Herejías, tenemos referencias explícitas de los cuatro Evangelios, Hechos, doce cartas de Pablo (todas excepto Filemón), 1 Pedro, 1 y 2 Juan y Apocalipsis, además de posibles referencias indirectas a Hebreos y Santiago. Algunos estudiosos calculan que Ireneo cita estos libros por lo menos 1030 veces sólo en esta obra [7].
Fragmento de Muratori (cerca del 180 d.C)
Esta fuente de evidencia es un poco diferente a las demás, ya que no es una persona, sino un objeto. Específicamente, es un manuscrito al cual le falta su comienzo, por lo que se considera un fragmento. El Fragmento de Muratori es un documento descubierto por el historiador italiano Ludovico Antonio Muratori en 1740 y es importante por contener la primera lista conocida de los libros recibidos como Escritura (por esta razón, se le llama también el Canon de Muratori), además de comentar la situación de otros textos que no fueron incluidos, o cuya aceptación no era tan masiva.
El Fragmento incluye los cuatro Evangelios, Hechos, las trece cartas de Pablo, Judas, 1 y 2 Juan y Apocalipsis.
Así es, entonces, como llegamos al año 200 d.C. en nuestro recorrido: casi todos los libros que vimos integrarse al canon en el post anterior de la serie ya están bien establecidos; los Evangelios -sólo los 4 tradicionales- son especialmente afirmados como inspirados, y hemos empezado a incluir en esta lista las cartas 2 Juan y Judas.
A decir verdad, existió una cierta demora en la recepción de algunos de estos últimos libros, que no fueron reconocidos con tanta rapidez como los anteriores. Por distintas razones (que mencionaré más adelante) la Iglesia tenía dudas sobre la autoridad o la inspiración de estos textos, por lo que -especialmente en los casos de 2 y 3 Juan, 2 Pedro y Santiago - se tuvo que pasar por algunos debates y conversaciones antes de resolver las dudas que habían surgido.
Sin embargo, como también lo notamos en la parte anterior de la serie, el núcleo del Nuevo Testamento se estableció con mucha rapidez, de tal manera que, si sólo tuviéramos una Biblia con estos 22 primeros libros, nuestra fe sería de todas maneras la misma de los primeros cristianos en todas las enseñanzas esenciales.
Referencias
[1] Justino Mártir, Primera Apología, cap. 67
[2] Justino Mártir, Primera Apología, cap. 66
[3] Ireneo de Lyon, Contra Herejías, 3.1.1
[4] Contra Herejías, 3.11.8
[5] Contra Herejías, 1:8:1
[6] Contra Herejías, 3:12:9
[7] The Development of the Canon of the New Testament: Irenaeus of Lyons, http://www.ntcanon.org/Irenaeus.shtml (Accesado el 16/06/2015)
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